los que viven cerca al mar

los que viven cerca al mar

Por eso tenemos los dedos añejados, las alegrías tan maceradas en los años.
No me digas adiós si vas a quedarte, tengo fragmentos de libros que te extrañan.

Se leen en voz alta las palabras nunca dichas, estas noches no tienen el viento
frío de mi infancia.

El silencio es algo que muere en la boca de mi estomago y a la luna la van tapando nubes que nunca sueñan con llover.

Por eso tenemos la distancia en nuestras venas, primos hermanos que no nos reconocen las melodías del rostro, noches que se congelaron en la atemporalidad de mis dimensiones.

No me digas que me quieres si no has pensado todavía en la incapacidad de olvido de la palabra.

Calles compartidas que no se acuerdan de las huellas, por eso tenemos ojos ciegos que se enamoran siempre de las chicas del ayer.

Bailes en los que el mundo rotaba entre mis brazos y sus caderas. Por eso tenemos la vida cicatrizada, los recuerdos indestructibles de su guitarra de lobo y de tus letras de niña tocando a su puerta, por eso tenemos los sentimientos tuertos.

No me pidas que te cante si saldrás de la cama mientras duermo, si me negaras los cigarrillos, no me pidas que te cante si has pensado en olvidarme.

Grietas en la acera, pasos descalzos en el piso de arriba, miedos que se encuentran con sombras ajenas en el pasadizo de las 3 am.

Somos todos fugitivos tejiendo tapetes y abrigos, corriendo descalzos por los empedrados hirvientes de un verano en el que llueve mientras estamos lejos.

Por eso tenemos los insomnios salpicados en la copa de vino tinto, musica de trasfondo entre acuarelas extrañas de lo que dices.

Despertamos con el recuerdo de haber soñado a alguien que ya no esta entre nuestras sabanas y nos dopamos otra vez, susurra una voz afinada en audifono izquierdo y nos lleva otra vez a una parasomnia pegajosa.

Por eso tenemos los abrazos tan tatuados en los huesos, el sutil roce circular de sus dedos erizando mi piel trigueña.

Mar calmo que nunca aprendió a entregar los mensajes de mis botellas, olas diminutas que chocan contra los muslos de mi barco imaginario.

Por eso tenemos el aire en la cara, las ideas enredadas en el pelo, las uñas cada vez más gastadas.

Salto al abismo de su cintura con libros en la mochila, no me pidas que te lea sí no tienes la piel en braille, no me pidas que te lea si no vas a estar aquí para escucharme.

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