I

Escribió un escritor mucho antes que nosotros:

Soy un patriota del Distrito 14 de Brooklyn, donde me crié. El resto de los Estados Unidos no existe para mí más que como idea, historia o literatura.


II

Mi patria es la calle Kiel, a la izquierda me lleva a la Antena Larga, a la derecha a Colina Sabina. Mi patria está en Vega, una urbanización a cincuenta y cinco quilómetros exactos de la ciudad y capital. Sus calles se ordenan por orden alfabético, al sur la Mánchester, al norte la Jerez, la primera la Atenas, la última la Zamora; en sus calles nunca hay nadie: calles vacías, pero casas llenas, iluminadas por dentro, separadas, distantes, lejanas, incomunicadas, desconocidas entre ellas.

Mi patria es mi imaginación echando raíces en este lugar, pero del que parto siempre. A la izquierda, la Antena Larga, a la derecha, Colina Sabina. La primera está situada donde acaba Vega y empieza la Planicie, la segunda donde acaba mi patria y empieza el Valle.

Hoy he girado a la izquierda para sacar la basura, he mirado dentro del cubo para saber más de mis vecinos, de la gente que me rodea, esos que parecen andar siempre encerrados, de los que sólo conozco la vida de sus coches. Descubro algo observando dentro al levantar la tapa, cómo y qué comen, si reciclan correctamente o no. Hoy he visto tres recipientes de pizza con lo que sobró y restos de ajo, no sé si serán del mismo o todo del vecino de al lado, quizás sea un sibarita que coloque ajo negro en las pizzas barbacoa y deje las partes que se quedan frías porque no soporta comer pizza con salsa barbacoa al ajo negro recalentada.

He ido caminando por la Kiel hasta la Planicie, todo envuelto en niebla, no veía ni el último dedo de mi mano alargada; las luces de las farolas estaban difuminadas. La tierra húmeda hacía que me hundiese hasta las tobillos, pero he seguido avanzando. He llegado a la Antena Larga, he mirado hacia arriba, las vallas que las rodean son muy altas y se prohíbe el paso y hay cámaras de seguridad. He cavado un túnel por debajo valiéndome de mis manos y codos y he llegado a su base ancha.

Subo con las manos fuertes y protegidas por guantes, llevo un gorro, subo entre la niebla, no se ve siquiera la luz roja del final, sigo subiendo, la niebla se hace menos densa en esta ascensión vertical sujeto al metal frío y mojado, se va despejando, sigo, subo. Me quito el gorro, hace calor, apenas queda niebla, se disipa, jirones blancos como pinceladas, hasta que veo el cielo azul y toda mi patria al este bajo la colchoneta de niebla que apenas se mueve. Debajo mi Vega está tranquila, estable, quieta, ordenada, esperándome de nuevo.

He decidido acercarme a Colina Sabina desde la última pieza de metal estable y rígida de la Antena, donde estoy en pie. Es la primera vez lo hago, pero sé que va a salir bien. Quiero ver si en el otro extremo de Vega también hay niebla, allí donde se divisa el inicio del Valle haciendo huecos y hondonadas en la tierra. Pero no voy a llegar a la Colina atravesando las calles de mi patria, hoy no, las conozco demasiado bien, todos sus nombres y las casas que contienen. Reconozco sin problemas las diferencias entre las dos partes de Vega, al este y al oeste, hacia lo que es plano y hacia lo abrupto. Sus gentes dentro deben ser diferentes porque las estructuras de sus hogares y restos de basura lo son, basta asomarse.

Me atrevo a afirmar que Vega está partida, que tiene una identidad doble. Es lo que creo, pero pueden ser sólo imaginaciones, nunca hablé con nadie de dentro. Camino y camino entre sus calles de día y noche, desde hace muchos años. Sólo veo figuras que se meten en casa dejando una sensación de farola encendida a media tarde, dejando los coches fuera como si fueran sombras sin nadie.

Remonto el vuelo y rozo con los pies la niebla espesa, el nuevo cielo y capote elegante de Vega. Llego a Colina Sabina, al final del este de mi patria, donde dar un paso más es caer al vacío. Aquí es donde acaban los muertos desconocidos, desde aquí arrojan sus cenizas ladera abajo. No hay rastro de niebla ante mí, el Valle se extiende enorme ante mis ojos, todo es nítido, hay cientos de colores. Pienso que ante posibles ansias de conquista contemplaría desde aquí todo, los avances de sus tropas, tácticas y movimientos, lo que se dijesen en clave de una ladera a otra, vadeando los arroyos que se cruzan; hacerlo en la Planicie sería imposible, perdería la guerra contra los otros, no sería capaz de abarcar lo suficiente.

Vuelvo la vista hacia el oeste y hay tanta niebla como en la base de la Larga; doy la vuelta y no hay nada, una claridad absoluta.

Y vuelvo a casa, a la Kiel, y la luna del coche de mis vecinos ya está helada, han olvidado poner el cartón de siempre para poder salir por la mañana sin problemas de vista. Cojo un gran cartón de mi casa y lo coloco encima del cristal delantero, otro en el trasero. Le acaricio el morro al coche.


III

Una vez leí, muy lejos de mi calle Kiel y de Vega, en una ciudad al norte de Alemania y unida al mar:

Las calles son barcos y nuestras casas los puertos


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