Las dos caras de la moneda

Las dos caras de la moneda

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Pero todo cambia cuando pasas a vivir en una gran ciudad. La calle con los ensordecedores ruidos te llenan de estrés y terminas con el final del día agotado. Pero pensando bien al entrar al trabajo tenemos aire acondicionado que nos acomoda la temperatura ideal, tanto para el frío como el insoportable calor.

Desde hace un par de años al lado del edificio donde trabajo vive a la intemperie Marcelo. El salió de su casa en la provincia de Córdoba debido a su adicción. Aunque solo cuidaba vehículos en un autoservicio y lustraba zapatos en las tardecitas. Para él estaba todo bien hasta que falleció su madre y comenzó con el consumo de drogas. Jura que las va a dejar, está tratando para poder conseguir un mejor trabajo que el cuidar coches en una plaza.

Me cuenta a la salida de la oficina que ahora vive con Hermelinda. -Ella es mi pareja y estamos esperando nuestro primer hijo. Estoy muy feliz-. –Me da pena que viva acá conmigo en un recoveco del Banco, pensamos comenzar una nueva vida cuando nazca nuestro hijo-. Asegura que cuida mucho a su pareja para que nadie le haga daño, es muy sana no consume droga. La chica vende artesanías que ella misma confecciona. Aros, pulseras y colgantes con piedras de colores. Muchos días para ahorrar dinero para un futuro alquiler, solo almuerzan arroz blanco o una taza de té con pan del día anterior que le dan en los bares de la zona.

Se conocieron en la plaza donde Marcelo hace su trabajo y Hermelinda extiende en el piso un paño suave donde expone la mercadería. Las veredas llenas de peatones que pasan sin mirar al costado, no sacan la vista del teléfono celular. La calle en hora pico es un resonar de bocinas, frenos y alguna que otra mala palabra para un distraído conductor a punto de pasar un semáforo en rojo.

Subo al autobús que me dejará a dos cuadras de mi departamento. En el trayecto de media hora debo apretar el bolso contra mi pecho, los apretujones de vuelta a casa son para los ávidos ladrones el momento oportuno de robo al distraído pasajero.

Llego a destino y la mente no me deja pensar nada más que le deparará la vida al pequeño por nacer, cuyos padres no tienen un techo. Mañana compraré alguna ropita para llevarle, seguro que nada tiene.

A mi alguien me espera. Cuando siente el ruido de las llaves comienza a ladrar y rascar la puerta.

 

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