Crónicas de un virus

Crónicas de un virus

Negrita Hope

02/08/2020

En marzo del 2017 se detecta por primera vez la existencia del virus DAAR-17. Las primeras investigaciones determinaron que al primer contacto las víctimas presentaban síntomas como: alta temperatura y pérdida de conciencia. Sabía que su estudio involucraría un gran riesgo, pero me era inevitable sentir extrema curiosidad por entender su comportamiento. Con cierto recelo y fascinación a la vez, desempolvé mi indestructible traje de protección y comencé este desafiante reto sin imaginar que eso daría un vuelco a mi vida.

Era una tarde de veraniego sol, llevaba estudiando al DAAR-17 cerca de dos años y medio, siendo un verdadero desafío descifrar su esencia porque su increíble forma de adaptarse cambiaba las variantes con frecuencia. La jornada había sido intensa, camino a casa decidí parar en un mirador para hacer una pausa al ajetreado día, desde allí podía divisar gran parte de la ciudad, el silencio y calma ofrecían un refrescante aire a mi mente. De repente, un impulso de inspiración llegó. Mi traje, dónde está?, lo había olvidado, pero no podía dejar pasar la ecuación de mi mente, así que tratando de tomar las medidas necesarias y convencida de que el conocimiento que tenía de él me ayudaría a manejar cualquier situación, me arriesgué. Coloqué el frasco que contenía el virus sobre la repisa del parabrisas de mi coche. Ahí estaba, junto a él una vez más, mirando con detenimiento su dinámica, atenta a sus movimientos. De repente, un sonido me distrajo, miré alrededor pero no encontré nada, al incorporarme a mi coche, encontré el frasco roto. Una energía inexplicable hizo que mis ojos se cerraran, mis labios cosquillearan en un suave encuentro, mientras un agradable calor recorría mi cuerpo y un profundo e intenso sentimiento de tranquilidad me abrazaban.

Cuando desperté estaba en la sala de terapia intensiva con miles de flashes latigando mi mente, un lago, una montaña, un árbol, risas, abrazos, besos, miradas ¿cómo era posible si apenas hace un instante contemplaba un hermoso y silencioso paisaje? ¿Acaso había sido un solo un sueño? Recordé el frasco roto y mi voz replicó:

– El virus me hizo esto. ¡No debí haberme confiado, sabía lo que pasaría, lo sabía! Los reproches iban y venían, pero eran inútiles.

El virus había afectado las funciones de mi lóbulo frontal, segando mi capacidad de razonar, produciendo constantes alucinaciones e incluso provocando una sensación de falso bienestar. Eso explicaba mis aparentes recuerdos. Ahora, que los efectos de la anestesia cedían, me acercaba a la realidad del verdadero dolor, pequeñas y constantes punzadas en el pecho que parecían desgarrar en pedazos mi ser para finalmente terminar con un corazón severamente fracturado.

Me duele profundamente a tal punto que no logro contener las lágrimas que descontroladamente caen sin cesar.

Requería un tiempo en aislamiento para evitar y limitar el contacto con el virus DAAR-17. Así es como ese día, mi alma entraría en cuarentena.

Día 1. Incesante dolor de pecho, lágrimas matizadas de arrepentimiento y reproche.

Día 2. Elucubraciones.

Día 3. Dolor intenso en el pecho ante la indolencia del virus.

Día 8. Cuadro de emesis emocional, lo cual sería momentáneamente liberador para mi cuerpo.

Día 14. Problemas para concentrarme y conciliar el sueño.

Día 20. Fuertes punzadas en el corazón y en la memoria.

Día 22. Recuerdos intrusivos acompañados de sentimientos abrumadores de culpa y reproches.

Día 29. Insomnio agudo e incesantes horas mirando al techo.

Día 36. El virus acecha con fuerza por lo que se recomienda que el aislamiento sea más intenso trasladándome a una pequeña isla en la costa.

Día 38. El agradable clima y el paradisiaco paisaje inyectan de felicidad mi ser, mermando el dolor de pecho.

Día 41. Mi corazón repone sus energías, disponiéndose a continuar. Llegó el momento de volver de nuevo al mundo.

Los días transcurrían con aparente normalidad hasta …

Día 91. Pensé que mi sistema inmunológico habría retomado las suficientes fuerzas para rechazar por completo al virus DAAR-17. A pesar de ya haber sufrido las consecuencias, subestimé su poder y un nuevo contacto ocurre.

Minutos después una picazón en la nariz, un malestar en la garganta, un ardor de ojos y una intensa presión en la cabeza me perturbaban. Tenía miedo, mi temperatura empezó a subir, a la vez que un escalofrío hacía que mi cuerpo temblara. Sentía un intenso dolor en mi pecho, me faltaba el aire. De pronto me quedé colgada en el recuerdo de ese contacto, hipnotizada repasando cada acción, cada sensación de mi cuerpo, cada emoción de mi alma. Exploré mi inconsciente, mis sentidos, mis más profundos deseos, pensamientos y creencias y lloré solo lloré.

Esa noche confirmaría la teoría del llanto de Benedetti y lo aliviador del método catártico de Freud.

Día 92. Como si las lágrimas hubieran purificado mi malestar, el escenario se aclara, luego de varios años e intensas horas de estar junto al DAAR-17, había creado un apego emocional al virus. Posiblemente porque me sentía importante y especial al descubrir algo nuevo sobre él, quizá porque activó la sensación de aventura al estudiar un terreno desconocido, y sobretodo porque creí que era la única persona que había logrado por un momento fugaz ver su esencia.

Día 94. Decidida a recuperarme dejo por completo mi investigación y empiezo una disciplinada rutina, baño diario de dignidad para repelerlo, traje de protección para mantener distancia, amor propio para fortalecer mi sistema inmunológico y cada noche procedo con mi proceso de catarsis para desprenderme de los residuos que dejó.

Sí, el DAAR-17 no fue letal, pero marcó el fin de una etapa y el inicio de una necesaria renovación personal.

Conclusión del estudio: DAAR- 17 (acrónimo de Daniel Arcalla), detectado por mis ojos por primera vez en el 2017. Es un virus de apariencia inofensiva y cautivadora dinámica. Produce síntomas parecidos al amor, entre los que incluye, ternura, complicidad, cariño, deseo, sentido de protección, emoción, felicidad, atracción, pasión, que conduce a la pérdida total de conciencia y dignidad. No existe tratamiento específico; la medida terapéutica principal consiste en romper contacto con él.

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