Flores del recuerdo

Flores del recuerdo

Julfix

02/08/2020

  •      – Buenos días, Jazmín ¿Te has levantado contenta hoy? —Dijo el anciano sonriente tras ver los primeros rayos de sol entrando por su ventana.

La anciana vulpeja comenzó a bostezar y a estirar sus patas. Siempre se levantaba con su ronca voz, emitía su sonido característico y se subía a la cama para pegarle unos buenos lametones en los mofletes.

  •      – Para, para, Jazmín, ¡me haces cosquillas con tus bigotes! Tú lengua está hoy especialmente rasposa, pequeña. Debes estar sedienta. No te preocupes que en un periquete sacamos agua fresca del pozo y lo solucionamos. Yo también debería enjuagarme un poco la boca y la cara ya que estamos.

El anciano se levantó de la cama y abrió la persiana, los breves retazos de luz le cegaron, pero le agradaban, daban vida a su vista. Entre tanto, Jazmín daba vueltas sobre su almohada y la olisqueaba frenéticamente.

  •      – ¡Si sabes de sobra quien soy! ¿A qué se debe tanto olisqueo matutino? —El viejo se rascó con la cabeza y puso una mirada confusa. La vulpeja paró de repente, se sentó sobre la almohada y lo miró con ojos tristes—. Ah, vaya, lo has descubierto muy rápido, no se te escapa una. Siempre ha sido así. Lo siento Jazmín. Ayer la rellené con las plumas de nuestro compañero Abeto. El viejo pato así lo hubiese querido, ahora su esencia añade otro color a mis sueños.

Ella conocía a la perfección el ciclo vital, pero eso no evitaba la tristeza.

  •      – Vamos, no te desanimes que te habías levantado muy alegre. Ven, vamos a refrescarnos y a preparar el desayuno. Si te consuela, hoy he soñado con él. Ayúdame y te lo cuento.

Así, se bajó inmediatamente de la cama y se encaminó a la parte trasera de la cabaña, donde estaba el pozo y comenzó a tirar de la cuerda con sus fuertes mandíbulas. La edad no había disminuido su fuerza. Cuando el cubo casi estaba en el exterior, el anciano llegó y lo cogió, poniendo sus manos en forma de cuenco y cubriéndose la cara con agua helada. Bebió un poco y bajó el cubo.

  •      – Toma pequeña, toda para ti. Disfrútala ahora que está fresquita. Voy a ir a la cocina, anda, acércate al rebaño y comprueba que todas están en su sitio cuando termines.

La cabaña tenía forma de círculo. Era pequeña, pero acogedora, como suele ocurrir a menudo. El exterior estaba cubierto de enredaderas con flores violetas y rojas, salvo la chimenea, cuyos ladrillos estaban libres de vegetación y decorados con extraños dibujos plateados para evitar los incendios. El centro de la cabaña era un pequeño salón circular alrededor del cual se organizaban la habitación del anciano y la vulpeja, la biblioteca y la cocina. El baño estaba fuerza, cerca del pozo. Todo estaba donde debía estar.

El desayuno no se hizo esperar. La práctica del anciano rozaba la perfección en el arte de cocinar. Pronto el olor a café recién hecho y a fruta fresca cortada gobernó el ambiente. Junto a esto: tostadas crujientes con mermelada de albaricoque, tomates jugosos cubiertos con aceite de oliva y queso fresco muy tierno.

  •      – Ah, ya estás aquí. Has tardado más de lo que esperaba. Habrás ido a verlos a ellos también. No te preocupes, lo entiendo. ¿Están bien las ovejas? —Jazmín entró al salón con un pequeño hato y cabeceó en señal de su pregunta. Todos estaban bien. Todos vivían en calma—. Bien, bien. Gracias por tu trabajo, granuja. A ver qué te has traído para desayunar. Ya veo, un puñado de higos, una mazorca de maíz y seis huevos. Ayer los comiste revueltos así que hoy te tocan cocidos. Y sí, no me mires así, bañaré la mazorca en mantequilla.

En un instante estaban devorando su generosa comida mientras el anciano le contaba el sueño que había tenido esa noche. Ambos se miraban y él sonreía sin parar. Ella hacía sonidos de vez en cuando en señal de que lo entendía. La imagen era toda una fantástica maravilla. El anciano dio un último sorbo a la taza de café, limpió con esmero la cocina y el salón y salió al huerto junto al estanque con Jazmín a su lado. Los días deben aprovecharse cuando el sol deslumbra. Hoy tocaba sacar las calabazas.

  •      – Arranca las malas hierbas, por favor. Lo haría yo mismo, pero sabes que me dañan las manos y tú eres mucho más rápida.

La vulpeja cumplió con la petición de inmediato y juntos labraron el huerto a lo largo de la mañana. Su vínculo era profundo y su trabajo en equipo impecable. Las malas hierbas fueron eliminadas sistemáticamente y las calabazas, grandes y macizas, fueron apiladas en el carro de madera. Justo cuando iba a mover el carro, una de las enormes frutas cayó hacia un lado.

  •      – ¡CUIDADO, JAZMÍN!

Por suerte sus reflejos eran inmejorables y con un pequeño brinco lo esquivó con facilidad.

  •      – Lo siento. Me he pasado a la hora de llenar el carro. No tengo la fuerza que creo tener y mis manos han empezado a temblar con tanto peso. Estoy hecho un desastre Jazmín. ¿Estás bien querida?

Ella se acercó y frotó su cola contra las piernas del anciano en tanto que daba vueltas alrededor de estas. Unos podían ver en aquel gesto algo parecido al cariño, otros quizá perdón. Sin embargo, esto le indicaba que la situación le había recordado a algo acontecido en el pasado. Su señal para el cariño era mucho más íntima.

  •      – Por supuesto. Nos pasó algo parecido en la mazmorra del nigromante. Una avalancha de enormes rocas comenzó a caer mientras cruzábamos el puente de madera. Casi no lo contamos esa vez—Pero la vulpeja seguía dando vueltas—. ¡Oh claro! Te refieres a cuando aquel monstruo decrépito nos comenzó a lanzar bolas de musgo. Realmente asqueroso—Jazmín seguía dando vueltas—. Ah, así que te sigues acordando de ella. Recuerdas como te tiraba ovillos para que jugaras como si fueses una cría. No hay día en que el rostro de Lobelia no aparezca en mi mente.

Tras escuchar su nombre, Jazmín paró de repente y comenzó a pegar brincos de felicidad. Él la miraba con cierta tristeza y cariño. El amor que sentía por ella era tan grande como la añoranza que sentía hacía Lobelia. Hace mucho que pereció, pero su corazón aún pertenecía a ella. Siempre lo haría.

  •      – Recuerdo su manía de arrancar un pétalo a todas las margaritas del huerto. Sus gritos cada vez que se duchaba porque no soportaba el agua fría. Su olor a moras, frambuesas y nectarinas… Y su fortaleza, era la mujer más fuerte y tenaz del reino. Siempre vivaracha hasta su último día, como tú, Jazmín—Bajó la mano para acariciarle las orejas y el costado, su parte favorita, aunque pocos lo sabían—. Vamos, llevemos estas calabazas a casa. Hoy comeremos un rico pastel de frutas.

Con cuidado, apilaron las frutas en un estante y el anciano dio comienzo las labores de repostería siguiendo una vieja receta de Lobelia. Jazmín, por otro, trajo lirios y amapolas para decorar la mesa. Las dejó con cuidado y fue una vez más a vigilar al resto de animales que vivían en la granja. Todos estaban bien. Todos vivían en calma.

Cuando la masa del pastel se puso jugosa y crujiente, el anciano cortó una rebanada y se la puso en un cuenco a Jazmín, aún humeante. La vulpeja la devoró en un instante.

  •      – ¡Si que estabas hambrienta! —Dijo el anciano mientras reía—. Se nos ha hecho tarde, llevas razón. ¡Se diría que es la hora de la merienda! No te preocupes, toma otro trozo. Está sabroso, ¿a qué sí?

El plato quedó totalmente limpio y sus estómagos, llenos. Limpiaron la mesa y la cocina y se dirigieron a la biblioteca, el lugar favorito del anciano, donde leyó largo y tendido durante toda la tarde con Jazmín apoyada en su regazo. Las estanterías estaban atestadas de todo tipo de libros: desde breves cuentos para niños traviesos y novelas de damas en busca de dragones sanguinarios a tratados sobre magia glacial, manuales de jardinería rúnica o enciclopedias de alquimia avanzada. Todo un regalo para el lector avezado y para la vista, pues el sol estaba descendiendo y creaba un efecto precioso al impactar con las vidrieras, dotando a la sala de un color pastel muy agradable. Los escudos colgados en la pared perdían su brillo y los yelmos plateados se tornaban oscuros. El viejo tapete que gobernaba el techo de la biblioteca pronto dejaría de ser visible. En él, se representaba a un caballero y a una dama, luchando codo a codo contra una horda de sombras. Bordado en oro, el título rezaba: “Roble y Lobelia”.

La serenidad de la biblioteca, la sensación de saciedad y la respiración acompasada de Jazmín provocaron el sueño del anciano. Su última visión antes de quedarse dormido fue la del tapete. Quizá por eso soñó con ella. Nunca soñaba con ella, no se lo permitía. Quería conservar sus recuerdos intactos sin que se intoxicaran con el halo de majestuosidad de los sueños. Corrompían la pureza de su amor. Ello no evitó que se despertase con lágrimas en los ojos. Aunque era una ilusión, la belleza de Lobelia siempre lo rompía un poco.

  •      – Vaya, vaya, Jazmín, parece que nos hemos quedado dormidos. Ciertamente, con la edad el sueño me gobierna más de lo que me gustaría. Y a ti también, no te engañes. No pasa nada, ya cumplimos nuestro deber. Está bien que descasemos tan plácidamente. Venga, levántate.

La vulpeja, sin embargo, no movía ni un músculo.

  •      – ¿Jazmín? —Dijo el anciano preocupado.

La calidez de su cuerpo se había perdido. La respiración era inexistente.

El anciano, en silencio, derramó tantas lágrimas como pudo mientras la abrazaba con cuidado. Pasó un rato hasta que de su garganta dejaron de salir sonidos guturales y pudo articular palabra.

  •      – Querida Jazmín, has sido una compañera maravillosa. Más fiel, honesta y cariñosa que cualquier otro ser vivo con el que he tenido contacto. Tu partida me duele mucho, muchísimo, pero me alegra saber que te has ido en absoluta paz, confiándome a tus hijos como si fuera su padre. Nunca te olvidaré, amiga mía. Por favor, salúdala de mi parte.

Le dio un último beso en la frente a la vulpeja, cuyo rostro describía alegría y sosiego. Acto seguido se levantó y salió lentamente al huerto, con el cuerpo inerte de su vieja compañera en brazos. Así, bajo un enorme sauce llorón, junto a una tumba repleta de lobelias, la enterró con delicadeza, tapó el agujero con tierra fresca y lo cubrió con jazmines. Su olor favorito.

Sin mediar palabra, pues el silencio era ahora su melodía, caminó hacia una pequeña caseta cerca del rebaño de ovejas, las cuales susurraban balidos de condolencias. Al llegar, vio a tres crías de zorro jugando con cariño. El suelo estaba cubierto con restos de mazorcas de maíz e higos. Al ver al anciano pararon inmediatamente y se subieron a sus hombros, lamiendo sus pómulos, haciéndole cosquillas con sus bigotes. Uno de ellos tenía pegado un narciso tras su oreja.

  •      – Así que Narciso será tu nombre ¿eh pequeñín? ¿Habéis oído Nenúfar y Zinnia? Vuestro hermanito ya tiene nombre y es precioso. Vamos, os voy a llevar a vuestro nuevo hogar. Mañana nos espera un día espléndido.

La noche cayó sobre la parcela del anciano. La luna se reflejaba en el estanque y el viento mecía los árboles frutales. El olor de los jazmines predominaba sobre cualquier otro.

Todos estaban bien. Todos vivían en calma.

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