Voy a escribir un poema
esos que riman al final
cuentan de la vida
Y lloran sin parar…
Mejor de los otros
Los que cantan alegrías
Aunque no rimen al final
esos que dicen te deseo
Ven te espero sin cesar
versos callados
de los otros que gritan al reír
tardes de ocaso
las de lluvia sobre el mar
mojarse sin preocuparse de estornudar
Dormir en la tarde amar en la noche
Correr sin detenerse por el viento
Viajar para abrazar a los viejos
Estar en silencio con el mar tan cerca
Eran tiempos de ilusión
Eran momentos de verano
La garúa
imperceptible sobre mi
El agua fría del mar, esperando el sol
Qué tiempos aquellos con un libro
Un candelabro y a leer se ha dicho
No entraba al mar por helado
Caminaba hacia arriba y volvía
Llegaba hasta el otro pueblo
Y volvía…
Era lo más que podía detenerme
Sin leer no podía pasar
Tal vez me aventuré fuera de casa hacia el pueblo una vez, toda mi curiosidad la satisfacían unos cuantos libros, al llegar ya conocía de la pobreza y miseria humanas, pienso ahora que mi mente intelectual no buscaba más ejemplos o evidencias de aquello.
Pasé mis años juveniles entre las frías paredes del departamento en la capital, concluido cada año escolar, en un instante hacíamos las maletas y a la costa, cruzar el puente divisar aquellas calles viejas y descuidadas, el gran río, el vapor cálido anunciaba que llegamos, abrazarlo y saber que había vuelto.
Comenzar a comer rico, escaparme a comer lo prohibido como mangos, ciruelas, grosellas sí, pero… con sal, el buen hombre, aunque temiera el enojo de mi papi nos vendía igual.
Iniciar otro peregrinaje cansado, valía la pena por la meta donde pasaría casi tres meses, aquella playa, limpia y pura.
Viajar en chiva, un alivio por el viento, aunque el polvo se acumulara en toda mi piel al descubierto y mi cabello se hiciera trizas.
Al llegar parecía como si el tiempo se fuera deteniendo de año en año o todo lo interesante hubiera pasado hasta ayer: “…justo ayer nos comimos la última sandía…” o la última fogata o el último turista se había ido pues la época fría y lluviosa ya se había instalado, quedaban las anécdotas de ellas y la comida para pasar el largo, frío, nublado día de cada día.
Casi cuatro décadas antes yo viví aquel famoso título de Julia Roberts “Ama, vive, come” no llegué a robar textos sagrados ni a contarle a nadie cómo me sentía aquello era un secreto guardado en lo más profundo de mi inconsciencia, estado al cual accedí para proteger mi cordura.
Muchos pueda que conozcan sea por fotos o películas inglesas aquellos paisajes sombríos y grises de las costas inglesas, réstenle las rocas y así era mi querida playa única en su género con frío, garúa, el sol no llegaba yo estaba allí entre julio y septiembre…vacaciones de la crisis existencial de vivir en la capital y estudiar.
OPINIONES Y COMENTARIOS