Una aletargada brisa de añorante agua de lluvia se escapa de los sentidos de aquel que espera y arropa el deseo de aquella que la siente y la moja, mientras con regocijo exquisito al paladar bebe del grano puro, activador no sólo de recuerdos y suspiros de la amada, sino de inexplicable derrota entregada a la certidumbre de compartir en palabras el gusto y el aroma que refleja.

Para ella, cada día brilla en una taza al tornarse contemplable en los tonos posibles que varían al verter de la infusión, acercándose así en cada rocío una rama de humores y cercanías que caracterizan el ser del amante.

Los tonos blancos irradian los grados de lejanía. Mientras más oscuro o más puro es, ella lo invoca, percibe su aliento, su calidez, lo escucha y lo siente al tomarlo. El tiempo se vuelve inerte en cada sorbo, exquisitos momentos se evocan. Sí, son fantasmas. En su fantasía extrapolan y dan sentido a su vida, encerrándola en una burbuja contemplante en su estancia.

El vapor, el calor y el humo dibujan en la escena los encuentros furtivos e insaciables esfumándose con el viento o viajando al encuentro con el que persevera. Le susurran al oído, son sólo recuerdos. Un trago la consuela al ser al mismo tiempo él, recorriendo sus venas. Ninguno sabe a dónde vuelan, pero ingratamente viven sus segundos de presencia.

¿Qué los llama? ¿Qué los atrapa? ¿Es la dicha? ¿La semejanza y la diferencia? ¿El reconocimiento y el espacio?…

En fin, insondable experiencia en la memoria yace ante el pasado de un buen café. Café transformado, humanizado y atesorado en un sinfín de huellas y pasiones que yacen tallados en el ser de aquella y aquel.

Desde la semilla germinada hasta el polvo en la greca define la existencia incesante de los amantes que aguardan. En cada dolor por la ausencia, cada uno se hace fuerte y renace de las cenizas como el fénix en un simple tamiz que les da vida nuevamente, la otra vida que ama y no desespera.

Grisáceas nubes los arropan en la distancia sucumbidos en la certeza de una nueva era y mientras tanto sabor amargo y dulce queda, no hay escape del que se aquieta y confía ante la prolongada cata de este afrutado y tostado renaciente de la tierra.

Y mientras tanto estoy aquí: estático, eterno, infinito y fugaz, de orador contemplante de la lluvia y de los amantes que se esperan.

                                                                          El Tiempo

                                                                          (Narrador)

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS