Mirko vivía en nuestra calle. Aunque para decirlo con absoluta propiedad no exactamente en la vía pública. El asunto es así: hacía algo más de tres años que la menor de las hermanas Bronzini, había fallecido.Era la última de la familia y si no hubiera sido por la intervención del gordo Marquitos, el hijo del sifonero, quizás habrían pasado meses antes que supiéramos que la anciana ya no pertenecía a este terrenal mundo. La cuestión es que Marquitos perdió un día su pelota de fútbol tras la cerca del viejo caserón, saltar la verja y descubrir el cuerpo todavía tibio de Teresa Bronzini fué casi el mismo acto. Nunca nadie reclamó esa vivienda, por que los únicos que tenían derecho a la herencia eran dos sobrinos nietos que vivían en Rímini, Italia, ellos no se interesaron por una propiedad situada a once mil kilómetros de distancia y que si bien en una época lejana podía haber sido definida como una «mansión», en la actualidad no pasaba de ser un cascarón ruinoso.Así fué que un buen día Mirko se instaló en la deshabitada casa de los Bronzini.Todo un ascenso social para él: de sobrevivir bajo el puente ferroviario de la estaciòn de Bànfield, a dar con sus huesos al caserón venido a menos de la calle Cabrera representaba un fenomenal progreso.

Digamos también que Mirko de polaco solo tenía el apodo, en verdad era croata, nacido en Dubrovnik en la ex Yugoeslavia. Algunas veces, cuando la lengua se le soltaba por la ginebra, en un español precario contaba su pasado de partisano comunista combatiente contra la ocupación nazi de su país. Capturado por los alemanes poco antes de 1945, fué llevado a un campo de exterminio del cual lo rescataron las tropas norteamericanas junto a cientos de sus compatriotas.

De temperamento bonachón y apacible, cuando el alcohol le inundaba las venas se volvía agresivo y violento. Mirko se sentía amo y señor de la cuadra, detestaba especialmente nuestros partidos de fútbol en las veredas de la cuadra. Era vernos patear el balón y al instante perseguirnos blandiendo amenazante una vara gruesa que usaba a modo de bastón. Quizás esté de más decir que nunca nos alcanzó, la pierna izquierda arruinada por las esquirlas de una granada jugaba a favor de nuestra integridad física. No obstante eso, nuestras madres le temían más que nosotros:

-Tené cuidado con Mirko, Luisito, mirá que ese hombre está mal de la cabeza y no tiene control de sus actos

-Quedate tranquila, vieja, con la renguera que tiene no puede correr ni a una tortuga embarazada.

Veloz como una ráfaga pasó la infancia y ya bien entrado en la adolescencia, mis padres se separaron y fuimos a vivir con mi madre a casa de la abuela, en un barrio alejado, en el extremo opuesto de la ciudad.

Un día, algunos años después volví a mi calle.Varios vecinos ya no estaban.Don Juan, el almacenero que vivía al lado de mi antigua casa había ido a parar al geriátrico y Alicia, la gran amiga de mi madre había muerto en un choque frontal en la ruta a Mar del Plata, en febrero del ochenta y cinco, dejando dos niños huérfanos.

Esa misma tarde, al entrar a entrar a tomar café a La Armonía y procurar encontrarme con algunos amigos de la niñez, volví a ver a Antonio, el mozo de toda la vida, el tiempo había hecho su obra, su otrora incipiente calvicie se había convertido decididamente en una rotunda pelada y un móntón de finas arruguitas le cruzaban la frente, al mirarlo fijamente lo sentí triste y cansado.

-Hola como andás, tanto tiempo, Hernancito- saludó

-Bien, viniendo a ver como sigue el barrio

-Acá nunca pasa nada, todo está igual, salvo los viejos que se fueron a ver crecer los rabanitos desde abajo, la ley de la vida que le dicen.

– Tony, vos y tu negrísimo sentido del humor, decime una cosa, que se hizo del loco Mirko?

-Ahh, no lo sabías?, hace un par de años se brotó mal y tuvo un descomunal ataque de furia, imaginate que corrió con un cuchillo a Doña Ana, te aseguro que si Marito, que de casualidad andaba por allí, no le abre la puerta de su casa, la vieja no cuenta el cuento.

-Uhh, mirá vos, que cagada…y al final que pasó con él?

-Hubo una llamada anónima`denunciando que el loco representaba una amenaza para todo el barrio y también para si mismo, al día siguiente una ambulancia del municipio se lo llevó, hubo que reducirlo con la policía, seguía totalmente descontrolado

-Se lo llevaron entonces…

-Así es, removieron cielo y tierra buscando algún familiar que se hiciera cargo de él, no encontraron a nadie y supongo que si todavía no se murió, estará en la misma celda aislada del neuropsiquiátrico donde lo confinaron, pudriéndose en lo que le queda de vida y con el estómago lleno de psicofármacos, el año pasado don Aníbal fué a verlo, más que nada a saludarlo y llevarle un poco de ropa limpia y calzado, nos dijo que lo notó muy desmejorado, con las pupilas dilatadas, muchos kilos de menos y por si fuera poco le dijo que la noche anterior había tenido una conversación con Dios, según Aníbal más que un ser humano parecía un vegetal, uno de esos zombies de film de George Romero, viste?

Justo en ese momento, una mujer mayor que estaba en una mesa cercana le reclamó por un té con limón que le habían servido frío, aproveché esa oportunidad para despedirme de Antonio y salir a la calle, necesitaba con urgencia respirar un poco de aire fresco.

Afuera una ráfaga de viento helado me abofeteó la cara, anudè con fuerza la bufanda y dirigí mis pasos a la parada del ómnibus. Mientras las hojas de junio crujián bajo la suela de mis zapatos, comprendí que junto a Mirko, una parte enorme de mi infancia había quedado eternamente prisionera entre las cuatro paredes grises de un manicomio.

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