Estaba nerviosa. Era la primera vez que tenía una cita en mucho tiempo. 

¿Dónde iríamos? ¿Qué pasaría?

Luis y yo llevábamos tres meses viviendo juntos. Nos compensábamos. Habíamos logrado establecer espacios independientes para no agobiarnos. Nuestra relación estaba en un momento bonito, fácil, relajado. 

Todo funcionaba. Nos despertábamos juntos, desayunábamos, trabajábamos juntos hasta la hora de comer, y por la tarde él se iba al estudio y yo trabajaba en el comedor. 

Hacía un mes que había empezado a hablar con Irene por instagram. Nos conocimos en una fiesta. Algo químico se despertó en mí esa noche. Fue raro, como eléctrico. Pero no nos habíamos vuelto a ver… Hasta que nos encontramos en las redes.

Empezamos comentándonos algunos stories, un fueguito, un corazón… comentarios inocentes en los post… y de ahí pasamos a larguísimas conversaciones durante horas a través del chat. Pasaba el día deseando que llegasen las cuatro de la tarde para que se estableciera la primera conexión entre nosotras. Nuestras conversaciones se empezaban a poner intensas, hablamos de amor, de la infancia, de exparejas, del futuro, de sueños…. También hablamos de poli-amor, claro. 

Luis y yo habíamos decidido abrir la relación hacía un año, pero ninguno había tenido aún ninguna aventura. Jugueteábamos con algunos ligues, algún beso tonto, pero nunca pasaba nada más. Los dos teníamos miedo de hacer daño al otro y siempre evitábamos que la cosa se pusiera seria.

Esta vez parecía distinta y esto me daba miedo.

Tenía que hablar con Luis y contárselo, tenía que decirle que quería quedar con Irene…

—Ah, ¿que vas a quedar con la chica de instagram?

—Si… Bueno, me gustaría conocerla y ponerle cara y eso…

—Y vais a quedar, y os vais a liar y después ¿vas a venir a casa a dormir conmigo?—Luis me miraba con cara de niño a punto de entrar en rabieta.

—No, a ver, no sé si nos vamos a liar, yo que sé.. Es solo para vernos y ya… pero bueno… no sé. 

La conversación se quedó ahí y no volvimos a hablar del tema. 

Yo seguía hablando con Irene cada tarde, nuestras conversaciones eran más profundas cada vez, nos abríamos en canal, nos entendíamos y sentía una especie de euforia cada vez que hablábamos y una calma feliz cada vez que nos despedíamos.  Me moría de ganas de quedar con ella, necesitaba verla. Estábamos enganchadas.

El sábado Luis se fue a pasar el fin de semana a casa de sus padres. Yo ya sabía que se iría, tenía excusa para no acompañarlo (el socorrido «mucho curro»). Era perfecto. Hablé con Irene y decidimos quedar el sábado por la tarde. Así no tendría que ver a Luis después de estar con ella, no tendría que darle explicaciones, y podría de una vez comprobar qué era lo que pasaba con ella. Si no era más que un ciber-amor magnificado a distancia o si merecía la pena dejar mi relación, romper con todo y volver a la soltería. 

Se me pasaban mil ideas por la cabeza.

Quería hacer las cosas bien con Luis, por algo habíamos abierto la relación, no quería engañarlo, pero sentí que sería mejor verme con Irene antes de sacar conclusiones o de explicarle nada. Solo sentir las vibraciones y ver qué había entre esta chica y yo.

Así estaba, nerviosa, dando mil vueltas a todo esto, frente al espejo, decidiendo qué ponerme y con el estómago hecho un nudo. Un nudo que me gustaba sentir pero que a la vez me mantenía alerta y preocupada.

Las ocho.

Habíamos quedado en el centro, me arreglé la camisa, me puse unos zapatos nuevos y salí de casa.

Reconocí a Irene de lejos, estaba guapa, la imaginaba más alta.

Era como en las fotos, pero distinta.

Un saludo apresurado y rápido, risas aceleradas. Nervios.

Nos pusimos a caminar, me parece que recorrimos toda la gran vía.

No sé de qué hablamos, no sé como fue.

Al empezar a caminar los zapatos empezaron a molestarme, al principio muy leve, la típica molestia de estrenar calzado, era cuestión de 10 minutos y mi pie se acomodaría. 

Veinte minutos después solo podía pensar en la forma de apoyar el pie a cada pisada para sentir menos el roce del cuero con mi piel. ¿A quién se le ocurre ponerse unos zapatos nuevos para caminar en una primera cita? 

Parecía que la cita iba bien, sonreíamos, después de tanta expectativa era raro, quizá no era para tanto, ¿Me gustaba? No lo sé, me dolían tanto los pies que no podía pensar con claridad. Retorcía mis píes a cada paso buscándoles una nueva postura.

Llegamos hasta el mirador. Ella me sonreía, parecía buscar mi complicidad todo el rato, aquello me agobió, pero quería hacerla sentir cómoda.

No le pedí parar y sentarnos, simplemente caminamos y caminamos. No me podía abstraer, solo quería seguir y seguir, estar con ella, que no notase nada, fingir que todo iba bien. El dolor era continuo. Sufrimiento y alivio de un pie y del otro en cada pisada, pero yo me mantenía como si nada, llevaba mucho tiempo deseando esa cita, cambiar de zapatos no lo iba a estropear.

Normalmente tengo bastante Don para ligar, lanzar ficha y hacerme la interesante, pero esa tarde fui incapaz de hacer nada. El dolor me tenía bloqueada.

Cuando nos despedimos me quedé un momento parada. Llevaba toda la tarde deseando terminar con el dolor y a la vez, no quería que la cita terminase.

Nos miramos.

¿Era ese el momento beso? ¿beso sí? ¿no? Ella me miró y bajando la mirada rápidamente me dijo, bueno, adeu, ya hablamos. Se giró y se fue.

Me quedé paralizada unos segundos. Sentí cierto alivio, ¿Había perdido mi oportunidad de besarla?

No sé, solo podía pensar en mis pies que imaginaba llenos de ampollas.

Llegué a casa y fui directa a la habitación a quitarme los zapatos.

Mis calcetines estaban llenos de sangre, las heridas eran peores de lo que imaginaba, me sangraban los talones y también el empeine.

Estaba sola en casa por primera vez. Luis no estaba para curarme. Me derrumbé.

Cogí el alcohol y empecé a limpiar mis heridas y a curarme mientras lloraba. 

Irene me escribió. Nuestra cita había sido un desastre, me dijo que había pasado de ella todo el tiempo, que estaba rara, que sentía que no me había gustado nada.

Le expliqué por fin lo de mis pies. Nos reímos, hablamos una hora más. ¿Quizá lo de los pies fuera una señal? ¿Quizá me había auto-boicoteado a propósito? Tenía remordimientos y aún así algo de ella me seguía atrapando, como si no hubiese podido aclarar nada en esa cita, como si no hubiera pasado. Yo no había sido yo, no había estado en mí. 

Irene buscaba algo conmigo que no podía existir en mi relación abierta con Luis.

Yo quería un crush intenso de fin de semana, no volverme a enamorar. Pero Irene no entraba en esto y sin embargo, ahí estaba. No quería ser mi amante y yo no quería jugar con ella, pero no podíamos parar.

Me encontraba sola, hecha una bolita en nuestra cama. Luis no volvería hasta mañana. Me sentía triste, vulnerable, culpable, nerviosa. Todo había ido mal. 

A pesar de todo, Irene me seguía interesando.

Pensé en Irene, en el olor de su pelo rubio. Pensé en Luis, en el hueco que quedaba en la cama, en el roce de mis pies aun doloridos contra las sábanas, un roce que escocía y disfrutaba.

Empecé a tocarme de manera mecánica, con cierta brusquedad, rápido, buscando el punto entre placer y dolor, necesitaba una descarga que me liberase de la tensión. Me toqué mientras pensaba culpablemente en Irene, en su boca absorbiéndome, en sus manos, en su cuerpo… En las manos de Luis, en su lunar del cuello, en mi culo acomodado en el hueco entre su tripa y sus piernas donde siempre me sentía segura.

Mi cuerpo empezó a vibrar, me corrí rápido, sin mucho éxtasis, como esas veces en las que te tocas con tantas ganas que el orgasmo se desinfla antes de llegar, y te quedas mal. Y entonces me sentí aun más sola, pero al menos ya no había tensión, y el ritmo acelerado de mi respiración se atenuó y me quedé dormida con facilidad.

Luis llegó al día siguiente.

No le conté nada de Irene, solo quería ser un bebé y que me cuidase. Besó mis heridas sin preguntar. Me curó y me puso tiritas. Pasamos el día abrazados en el sofá. Me sentí querida y cuidada.

Sé que mañana volveré a hablar con Irene.

Necesito volver a verla.

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