Carolina nunca me ha dado un abrazo, nunca me ha dicho nada afectivo. No nos gusta, así nos crío la abuela María Elena.
Peleábamos harto cuando niñas, nos tirábamos el pelo, y puñetazos torpes de mal logrado destino.
Carolina le cortaba el pelo a mis muñecas y siempre se ha burlado de mi pelo negro y tez morena por ser ella rubia como el sol. Soy su hermana «nenga».
Nenga porque cuando era pequeña y yo nací, no le agradó de inmediato mi color, y las honestidad de sus tres años se rehusaban al uso de la letra R. Su hermana negra, intencionó siempre.
“Mi mamá tajo un bebé nengo”; le dijo a cada vecino del barrio que pasaba por el ante jardín de nuestra casa.
Ella no lo entendía porque como la buena mujer de cifras que es, la ecuasión no le daba. Si sumamos, esto tenía en mente, ella rubia, la mamá rubia, el hermano rubio, la hermana grande rubia y el bebé nuevo negro. POR QUÉ!, le preguntaba a mi mamá a diario mientras se empinaba para llegar a la cuna y mirarme con asombro.
Carolina me enseñó a atar mis zapatos, también a sumar y a restar. Hizo mis tareas de matemáticas, y las guías de la profesora Martina que nunca entendí. Yo hice sus tareas de Lenguaje, sus informes de la universidad (sí, me pagaba). Me trajo a sus compañeros de clientes porque, “no tienes que regalar lo que haces bien, tonta”.
A mis 18, mi hermana le pegó un combo a un novio que me rompió el corazón, después de dejarlo tirado en el suelo me miro y me
prohibió llorar (sí, me ofreció un combo si lo hacía).
A mis 30 años actuales, el corazón de mi hermana se rompió y yo no pude hacer nada, mi hermana lloró y no supe ser ella para parar la situación.
Feliz cumpleaños Carolina; cuando la gente me dice que soy inteligente, yo les digo que no te conocen a ti, ahí quedarían realmente impactados.
Te prometo que si alguien te hace llorar nuevamente, les puedo ofrecer combos esta vez.
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