Escondido en un claro en el bosque, se hallan los restos de una antigua glorieta perteneciente a alguna mansión derrumbada. Es pequeña, simple, y con un techo abovedado. Varias hiedras y musgo se han apoderado de la erosionada construcción de roca, haciendo que este lugar se fusione con la maleza y el verdor del entorno. Pero no vengo a hablar de la vetusta glorieta cuya solitaria posición bajo la sombra de un viejo sauce torcido llamó mi atención, si no de lo que ésta contiene. De unos dos metros de alto, la estatua de un joven pensativo se alza en el centro, convirtiéndose en el elemento clave para lograr atraerme como un mosquito hacia una luz brillante. En el instante en que mis ojos captaron la presencia de aquella escultura olvidada, una especie de vibra diferente y especial, pareció envolver el ambiente y a mí junto a éste. Sintiendo como si de repente, todas las aves que canturreaban, acordasen ponerse a murmurar más bajo, como si algún ente reinante en el bosque, se lo hubiera ordenado. Dejándome así en una burbuja silenciosa junto a aquel individuo de piedra.
A medida que me iba acercando a esta particular figura, mi emoción incrementaba notoriamente, como si hubiese encontrado un particular tesoro oculto a los ojos del mundo. Dicha estatua, se encontraba de espaldas a mí, todo su cuerpo se erguía contemplando el cielo por donde se escondía el sol, que en aquel mismo instante bajaba igual que una bola incandescente apagándose bajo el agua. Me parecía que en cualquier momento, aquella estatua iba a moverse y a darse la vuelta para mirarme, pues advertí que su silueta era increíblemente humana y natural, y hacía pensar que simplemente se trataba de alguien tomando el aire o meditando en en la paz de la naturaleza. Cuando me posicioné enfrente de la figura, contemplé su silueta, sinuosa y calmada. La cabeza ligeramente agachada y los brazos alzados en el aire con timidez, como si imitase el volar de un ave. Varias partes de su cuerpo se hallaban maltratadas por el tiempo, pero a pesar de esto, aquella estatua me transmitió un sentimiento de vivacidad sorprendente. Unos ojos rasgados y descoloridos, observaban alguna parte perdida del horizonte. Aquella mirada me pareció escondía mucha sabiduría, pero a la vez un toque melancólico transformaba su expresión en algo mucho más complicado de entender. Como si el escultor hubiera querido concentrar varios sentimientos en un pedazo de roca, dándole forma humana, pero sin permitirle vivir como tal. Me senté en el césped a sus pies, y vi que varias flores silvestres se amontonaban a su alrededor. Quedé en silencio disfrutando del aroma de los pinos y del susurro de la copa de los árboles al danzar con la brisa. Desde aquel momento, he pasado tardes enteras en compañía de un amigo que no habla, pero sé de sobra que su mudez intenta decirme muchas cosas, pues cada vez que me concentro en mirarlo, creo poder captar un fugaz destello en sus ojos, como si por una milésima de segundo aquel chico congelado en el tiempo, volviese a la vida.
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