“El néctar mexicano”

“El néctar mexicano”

“Coco”

27/07/2020

Mezcla de olores, esencia, músculos y pieles pasadas por años. Sentimientos y presencia que deja ver diferente el lugar y saborear ese néctar. Un pulque, mujeres desnudas y sudor de jornada laboral. Sencillez, cordialidad y sonrisa para el extraño, sin acoso de mujeres. Músculos que inspiran respeto, con toque a loción que perfumó el ambiente con olor a trabajo, sin sobreponerse a la esencia de quienes estaban ahí. Momento en el que ese néctar blanco mexicano, empujó a recomendar: ¡Aquí!, vienes a olvidar lo de allá; el trabajo, a esos hijos de su pu…Madre. De verdad manita -decía el de izquierda- la vida es de locos, y debemos estar locos para aguantar a estos pu…Gobernantes. Sonríe, suéltate, se tú y…»Lery vi», se feliz, porque afuera puras chin…y puras mama…Sostenía con sonrisa que evidenciaba falta de dientes. Una improvisada pulquería en una casona en ruinas ocultaba el momento en su interior. En esas viejas vigas y en su deteriorada belleza arquitectónica, retumbaba Led Zeppelin, Beatles, Caifanes y Doors. En su mayoría gorras de beisbolista, cuyas cabezas pertenecían a albañiles. La regla para sacar niveles, sus botines sucios y manos agrietadas con residuos de cal y uñas con mezcla, evidenció que eran chalanes. Un cuarto maltrecho, cuyos botes eran asientos y aquel «Conan», tan raro como ese lugar, pero aceptado como aquel espacio. Parche en lo que tal vez fue un ojo, cicatrices de acné, botines azúl rey, pantalón negro entubado, camiseta gris, aretes y el cabello recogido con una colita. Parecía salido de aquella época de la música que tocaba la rocola. Carlos Santa Anna estaba ahí, al menos en canciones. Parecía increíble que disfrutarán esa música entre evidencia de vida de prisión y droga. 21 caballeros que de vez en vez soltaban las de pulquero ante ella, incluso ante aquellas que en silencio y desnudas desentonaban en aquel cuartito. Sus pechos y bikini no llamaban la atención, aunque inundaban la pared con su blanca piel. Ella tampoco jalaba miradas, aún con su feminidad diferente a la mía. Uñas largas y piedras que daban el reflejo con la luz. Manos bien cuidadas. Yo, mezclilla, tenis y sudadera. Ella servía pulque en coloridos vasos de plástico y jarras. Yo, observaba. Y entre trago y trago surgía el mala copa; el “galán”, el gandaya, el que venía de Estados Unidos, el que sólo observaba los desmanes; al que le molestó los músculos de aquel; al que con lentes obscuros y chamarra de piel, se daba sus viajes y chavos que veían en ese momento un rato de convivencia con aquellos, la mayoría vividos, incluso de seis décadas. El ambiente diverso, tan diverso que mezclaban pulque con anís, son huasteco con tango. Otros chelas con “María” (marihuana), mientras la recién llegada iba a llorar en silencio; su acompañante, ambos jóvenes, no se conmovió al ver inundados los ojos de ella. Se empinó ávido el néctar. Mientras surgiría el que ofrecía malas copias de Zapata, del tren de la revolución, de pulqueros. Le pedían a Villa, y ofrecía al caudillo del Sur; ¡No!, ¡Villa! y entregaba a Zapata, confiaba que el efecto del néctar pudiera confundir par no identificar al Centauro del Norte. No engañó y también terminó con pulque en su estómago.

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