Percibo el suave olor a lavanda que sin resultado alguno intenta calmar mis nervios, menguar el dolor que produce tu ausencia en cada rincón del cuerpo. Te veo, nos veo, en medio de las sombras que se dibujan en el cuarto gracias a la luz disimulada, que ingresa sin falta por mi ventana, de aquella cruz que se encuentra en el punto más alto del cerro que todas las noches vigila mi sueño.

Ahí estás tú.

Emana de tu piel una tranquilidad que aferra, y una seguridad que me lleva, a caer sin trabas o condiciones a la extensa e infinita malla de tu piel y espalda. Me enredan tus besos, y me dejo guiar por la yema de tus dedos, que sin torpeza o dificultad me hunden en tus deseos.

Ahí esta, de nuevo, el olor a lavanda que intenta borrar tus recuerdos, se esfuerza por prevalecer entre la multiplicidad de aromas que levitan en las calles de mis memorias, y dibujan momentos concretos delimitados con tal precisión que en este instante te siento, y vuelvo, a la excitación, felicidad y tranquilidad brotadas del alma cuya satisfacción devenía de tu mirada.

Ahora, un recuerdo. En medio de nosotros una bandeja color verde oliva, encima tenemos miel, una fruta muy nuestra denominada «chontaduro», y decides que también debe acompañar a este manjar un poco de sal, porque como mucho de lo que probé contigo siempre debías darle un agregado especial; la fruta particularmente no tenía un olor memorable, más bien era tranquilo y no hacía honor a sus efectos reales. Con un aspecto modesto, decidiste agregarle al fruto aquellos acompañantes. Le dí una prueba y una especie de revolución inició a sacudir el paladar. Tragué.

Poco menos de una hora después, estamos el uno frente al otro, de pie, olemos a lo que la piel de cada uno ha expedido naturalmente desde el momento de nacer, sin cremas o fragancias que desvíen nuestra esencia, ahí estamos, por alguna razón estaba molesta y hacía una cara de resistencia a tus encantos.

Siento tu lengua, nuestros labios. De repente se enreda entre el sentido del gusto y el olfato la mezcla revolucionaria de aquel fruto extraño, esta combinación inyectada en nuestras venas ha calentado la sangre, acelerado el pulso, nublado la vista y nos ha guiado a una noche de ilimitadas sensaciones. Nuestros cuerpos al unísono se complacen, tu piel se funde con la mía, y nuestros olores juegan a mezclarse. Tomo con fuerza los hilos negros que cuelgan de tu cabeza, agradezco tu peso sobre mi cuerpo, te miro y me pierdo. 

Abro cada recuerdo y sin pensarlo veo, veo que están marcados por la intensidad de los sabores y aromas que siempre rodearon cada momento, tu siempre apasionado me llevabas a diario a descubrir nuevos universos, y si pudiera describirte en un aroma sería siempre diverso, fresco, fuerte, picante, excitante, diferente, único e inolvidable. Me conquistaste a través de cada sentido, te percibí con todo mi ser, y yo por eso jamás podré olvidar, tu inexplicable forma de querer.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS