Estaba solo, en su vida no quiso a nadie, no podía con ese compromiso se dijo a sí mismo; no existían unos ojos, una sonrisa, un ¡qué bueno que ya llegaste!, un te quiero papá que lo recibiera después de un día extenuante de trabajo. Estaba solo. Estaba viejo.
De joven fue feliz, esa vida lo regocijó, creyó tenerlo todo, pero conforme pasaron los años y su cuerpo cobró la factura del tiempo, todo en su mente cambió. No conoció el amor, el amor de una mujer, de una familia, el calor de hogar. Solo tuvo a su madre que se preocupaba por él. No necesitaba más.
Nadie lo esperaba en casa, siempre llegaba y se sentaba en su mullido sillón, se quitaba sus zapatos, se recostaba a descansar o eso pretendía porque se le podía percibir inquietud; en su mente surgía la añoranza de aquellos hombres que eran como él. Solitarios.
¿Qué habría pasado si…?
– Hubiera tenido una esposa
-Un hijo, quizá dos o tres, mejor cuatro, cuantos más fueran mejor
-Un hogar
– Nietos de esos hijos que no quiso tener.
-Risas, muchas risas, le gustaba ver reír a las mujeres.
Sacudía la cabeza, buscando eliminar esas imágenes de lo que pudo ser y no fue, que triste, que solo, que viejo estaba, sin nadie, sin familia, sin nada.
Qué pena me daba mi tío, pero como lo queríamos todos.
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