Oscuridad brillante, imperturbable.

La boca de un arma de fuego es aterradora.

Quizá por la serenidad con la que nos mira.

No percibiréis miedo, ni nervios, ni tensión.

Es la imagen viva del aplomo.

Nunca habréis visto una frialdad más distante.

Me gustan las armas.

Pesan.

Emiten una energía intensa y grave.

Se percibe el poder. Definitivo y absoluto.

El estruendo es brutal,

estampa el cerebro contra el cráneo.

Huele a azufre, crispa la nariz.

Sabe a miedo y a nitrato, irrita la garganta.

Los músculos reciben el bestial impacto.

Los huesos pugnan por mantener la verticalidad.

A lo lejos, la bala ha atravesado la diana.

No lo hemos visto, pero hay certezas de su eficacia.

No podemos saberlo, pero hemos sido nosotros

los que hemos destrozado el objetivo.

En distintas circunstancias, podría ser otra la materia muerta.

Es una promesa seria. Contenida.

Entre las manos tenemos la capacidad de cambiar vida por venganza.

O de salvar a los nuestros.

O de huir del dolor intolerable.

Es firme. Es gruesa. Es sólida.

Es indiscutible e irrefutable.

Hipnotiza la contemplación de ese agujero infinito.

Hacedlo un día. 

Admirad su esencia. 

Masticad despacio.

Mirad directamente a los ojos a ese templado espejo.

Nada os devolverá con tanta nitidez

la verdadera imagen de vuestra alma.

Y de vuestros fantasmas.

Vísceras calmadas. Sangre espesa.

Atracción y pavor.

Cuando lo hayáis comprendido,

entenderéis lo que yo siento cuando miro a esa mujer.

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