LOS MARIACHIS ME RECUERDAN QUE ESTOY VIVA

LOS MARIACHIS ME RECUERDAN QUE ESTOY VIVA

El 10 de agosto, 23 días antes de su cumpleaños, Lourdes y su familia celebraron su renacimiento. Ese día, con 66 años cumplidos, Lourdes conmemoraba por haber vuelto a nacer 57 años atrás, y sus hijos y nietos la acompañaban con una satisfacción muy especial. Aquel milagro médico sucedido en México en 1960 era el responsable de la vida de Lourdes, la madre, Carlos, Glenda y Lizeth, los hijos, y Sebastián y Victoria, los nietos.

Ella era una niña de 10 años, delgadita como una Arenca, dueña de aquellas timideces que se confunden con altivez, de facciones finas y belleza natural, cuando un día de enero, en medio de las rutinas cotidianas de diversión infantil, sus hermanos notaron que la piel en el pecho, a la altura de su corazón daba brincos sincronizados al ritmo de sus latidos. Blanca, la madre, líder y matriarca, la mujer humilde, trabajadora, generosa y decidida, asumió las riendas de la novedad sin descuidar sus obligaciones al frente del hogar. Madre e hija iniciaron sin vacilaciones con el recorrido de vida, que comenzó con visitas a médicos locales y que acabó en México con el milagro del renacimiento aquel 10 de agosto en 1960. Hoy se celebra un final feliz por seis vidas que caminan, ríen y aportan dentro del cosmos familiar, pero el recorrido estuvo lleno de obstáculos y angustias que Dios, la naturaleza y Blanca lograron transformar en bendiciones de amor.

Todas las consultas y exámenes médicos indicaban que Lourdes sufría de algo que coloquialmente llamaban soplo en el corazón, pero ninguno de los galenos tenía claro cuál era la ruta para salvar a la niña. Con el pasar de los días la angustia invadía a Blanca que trataba de mostrarse fuerte ante la pequeña, ya de por si molesta por la imposibilidad de tener mascotas en casa que pudieran ponerla en peligro. La falta de respuesta de la medicina local en la ciudad y la escases de recursos para buscar soluciones en otras latitudes mantenían a Blanca llena de miedo y preocupación, pero la angustia y la impotencia se multiplicaron por mil cuando un respetado médico de la ciudad, al que lograron acceder con muchos esfuerzos, le dijo a Blanca que la niña no tenía ninguna posibilidad de salvarse, y sin sonrojarse le puso a la madre en sus manos una inyección con un líquido letal para “garantizarle una muerte tranquila” a la pequeña. Blanca, con la jeringa en la mano, llegó devastada a casa y le costó tiempo recuperar energías luego de aquella macabra recomendación. Las esperanzas se diluían con el pasar de los días, hasta que una tarde de sol caliente y brisa escasa, un amigo de la familia le contó a Blanca de una remota posibilidad que se estaba ensayando en México para casos como el de Lourdes.

Blanca no lo dudó, era la vida de su hija, y si existía alguna esperanza, ella estaba dispuesta a gastar su vida misma, si fuera necesario, para salvarla. Vendió lo poco que tenía y en contra de la voluntad de algunos familiares se fue para el país del mariachi con su hija convencida de que aquel era un viaje de vacaciones por sus buenas calificaciones en el colegio. Todos sus ahorros, y todo el dinero que recogió en el barrio le alcanzó solamente para los pasajes de ida y vuelta de ella y su hija en una aerolínea de bajo costo, así que armada de voluntad, aferrada a Dios y con la dirección del centro médico recomendado anotada en un papelito, Blanca se embarcó en esta nueva aventura de vida hacia el D.F.

La mano de Dios se hizo presente en esta travesía de amor cuando en el vuelo hacia México coincidieron con el Embajador de Colombia en el país Azteca. El diplomático había perdido su asiento en primera clase por no llegar a tiempo al aeropuerto, pero sus compromisos laborales lo obligaron a viajar en la aerolínea que utilizaba la niña y su madre. La personalidad extrovertida y decidida de Blanca se combinó de maneras misteriosas con su angustia y logró en medio del vuelo poner al tanto de la situación al embajador, que de inmediato ofreció hacerse cargo de toda la situación. Su alta dignidad le permitió hacer coordinaciones desde el avión, y antes de que el vuelo aterrizara, ya Blanca y Lourdes tenían hospedaje, viáticos y cita con el más connotado especialista del corazón.

Ya en hospital, el médico le explicó los riesgos de la intervención quirúrgica y las posibilidades escasas de éxito. Era una operación a corazón abierta a mediados del siglo XX, que para practicarla tenían que congelar a la paciente y luego de finalizada la cirugía, esperar el descongelamiento y rogar que la recién operada despertara. Sólo en ese momento se sabría si la cirugía había sido exitosa. Blanca una vez más no vaciló y autorizó la intervención, cuyos altos costos fueron asumidos por el embajador y el hospital.

La cirugía tenía una duración de 6 horas, al término de la cual vendría la espera del descongelamiento. Afuera, en sala espera estaba Blanca y la madre de otra niña a la que le realizarían la misma cirugía. Al cabo de 12 horas el médico entristecido entró a la sala de espera, Blanca pensó lo peor y cayó en pánico, y luego fue testigo de la terrible noticia que la otra niña en cirugía había fallecido. Los sentimientos encontrados de pesar por la madre de la niña y alegría de saber que su hija aún tenía esperanzas se revolvieron en su estómago que estaba a punto de explotar cuando el médico salió para decirle que la cirugía de Lourdes había sido todo un éxito, y la niña pronto estaría recuperada y lista para llevar una vida normal.

Hoy Blanca ya no está, partió hace 9 años con la satisfacción de haber salvado la vida de su hija y la de varias generaciones de hombres y mujeres que agradecen generando más vida y construyendo familia y sociedad.

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