Banquetes cotidianos

Banquetes cotidianos

jacqueline Sellan

17/07/2020

Insomne.

Una luna adamascada encabrita

la noche de crines azules.

Bajo esa fruta que cuelga

en la ingravidez del éter conmovido,

desmigo los cantos de una guitarra de pájaros

que revuelve mi pecho con sus acordes locos.

Amargos,

son un puñado de magnesio

que cuaja mi pensamiento

como un queso.

Cae desde esa altura

una salmuera de lágrimas doradas.

Silentes, a la par que gritan

sobre los techos informes

que la oscuridad reúne

como un malabarista una baraja

de comodines.

Su jugo luminoso gotea a través de mi ventana,

ácido aún, de no estar madura,

agrio de siglos.

Derretida luna

que me envuelve y palpita

en medio de este entorpecido desvarío.

Cantamar.

Caracol irisado,

tú que guardas en tu corazón

el canto del agua que te ha visto nacer,

susurra en mi oído

la voz que he extraviado al dejar atrás

la enroscada infancia;

caracol fetal,

burbuja que engendra el ser,

espiral que se repite en cada célula,

código perfecto,

postura que adopta la vida

y que la muerte deshace

dejándonos extendidos para siempre.

Sentada sobre las rocas mudas

acerco a mi oído tu túnel palpitante,

como otro oído similar al mío, pero inverso,

un oído que en vez de absorber el sonido

lo deja escapar,

oreja que canta,

recuerdo intacto del mar

donde la oscuridad se vuelve luz

al salir de tu centro;

caracol vacío y lleno,

debes morir para cantar;

sentada sobre imaginadas rocas

con el mar ausente

y la línea profunda del atardecer

que se tiñe de rosa,

oigo tu opalino rumor de olas

crecer desde la palma de mi mano

y acunar mi sangre

en una perfecta

y siempre viva marejada.

Naranjas

Esa rueda de cobre,

ese astro sin órbita atrapado al follaje,

esa única y múltiple estrella de bronce sin pulir,

esa piel rugosa de sapo comestible,

esa naranja madura cuelga de la rama

como un ahorcado a quien la muerte sentara bien.

En su esqueleto de alegre color

la flor se ha transformado en jugo

sediento de ser bebido.

Quitándose los azahares,

la novia vegetal ha dado a luz

un cargamento de huevos acuosos.

En la quietud de la mañana,

mientras las hojas agitan su adiós a la luna

que viste su vuelo lechoso

con los primeros azules del alba,

ellas se aferran, inmóviles, cavilosas,

a una misteriosa noche interior

que deshace el cuchillo que las abre

transformándola en luz azucarada,

mientras sangran su primoroso amor

en las copas del desayuno cotidiano.

Festín

El fuego se revuelca, inquieto,

sobre la arena,

envía pájaros de niebla,

flores que se deshojan,

manos que quieren arañar las nubes.

En torno a la fogata

nos sentamos a asar estos peces

grises como el humo.

Un manjar

que el hambre de nuestra juventud

haría inmejorable.

Adoración.

Gotean ojos oscuros y la noche es ciega.

A los claros resplandores del hogar,

las brasas se retuercen,

gritan su nostalgia de humos y me envuelven,

me enlazan como en una despedida.

Giran las conversaciones, las risas lejanas,

todos tienen algo que decir, pero yo callo;

el fuego me convoca

a otros ritos misteriosos y terribles

que aún desconozco y que me aguardan.

Cerezas maduras

I

El cerezo se suicida

y su sangre gotea

desde sus venas rotas.

II

Beso del aire,

mariposa carmesí sobre la rama,

grillo mudo que canta en rojo vivo

la claridad del verano.

III

Semáforo de terciopelo,

marcas un alto en el tráfago del día

y nos reúnes en la esquina de la mesa

a compartir los chismes agridulces

de tu pulpa dorada.

IV.

Pequeña llama que arde en los fogones del alba,

braza fría en mis manos,

alma que el petirrojo dejó sobre las ramas,

agua de atardecer que endulza

la memoria de mis labios.

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