Diligentes hombrecillos doblegados
faenan sin descanso erigiendo apiñados
el mundo con ilustres saberes y maña.
Persuadidos por un montón de absurdas ideas
que retuercen sin cesar sus simplonas molleras
devienen al mismo tiempo todas esas personas
en grandes maestros de la eficaz artimaña.
Escudriñando atención entre las demás miradas
se maquillan como vulgares zorras portuarias
víctimas de una socialización ilusoria.
Y estrangulan al propio ser con ambas manos
asfixiando, de paso, a los vecinos más cercanos
para llenarse los bolsillos de beneficios
con la basura del reconocimiento y de la estúpida gloria.
Esta es la especie de los seres humanos
que, asemejándose a la de los escarabajos,
empujan bolas de estiércol en su peculiar realidad.
Pisándose unos a otros sin miramientos
para ver quién tiene la mejor pelota de excrementos,
juegan sobre un oscuro tablero virulentos
aconteciendo una siniestra partida llamada sociedad.
Y así los hombrecillos matan el aburrimiento;
pues no hay nadie más a quien joder en todo el firmamento
mientras luchan contra la inexorabilidad de la nulidad.
Agazapados bajo la insigne morada de la trascendencia
unos a otros se encadenan a una grotesca convivencia,
cosa que no puede suscitar otra consecuencia
que no sea la de la más absoluta y desquiciada demencialidad.
OPINIONES Y COMENTARIOS