INSOMNIO
Veo a la araña
tejiendo una red en espiral
en el techo de mi habitación
esperando atrapar a mi inquieto sueño
que rebota de pared a pared.
Dicen que los locos ven arañas sobre las paredes,
pero yo no soy un loco,
soy ¡Víctor!
y no puedo dormir.
Somnolienta oscuridad
que grita mi dolor
en el silencio de las estrellas,
retumbando sobre los tímpanos
de una cabeza que
estalla en mil palabras.
Sigo mirando al techo
tratando de ver alguna estrella
y solo veo hilos de seda,
a mi sueño que sigue rebotando
y a la araña.
Me aferro a la sabana
que por ahora me sirve de escudo,
también me sirve para sostenerme
y no caer en el desvelo.
EN EL NOMBRE DE LOS AUSENTES
¡Hola…!
¿Alguien me escucha?
¿A dónde se fueron los demás?
Está aclarando
y todo desvanece.
¿Estaré soñando?
Quiero pellizcarme
y no encuentro mis manos.
Sigue aclarando
al menos lo sé
porque así lo siento.
Algo recuerdo,
fue al cruzar la calle
con mi mochila y guardapolvo blanco
caminé y caminé
detrás de su nombre
y nunca más supieron de mí.
Soy el ausente de una lista de nombres
que la maestra dando el presente me nombró
y hubo silencio.
También recuerdo
que algo brillaba al final del pasillo de la escuela,
fui acercándome
y era una placa de bronce.
La tome entre mis manos
y el polvo soplé.
En ese momento las estatuas
comenzaron a llorar
y los pájaros volaron
arrojando pétalos
de color ámbar.
Quede sorprendido viendo esa rareza,
de pronto
el silencio llenó el lugar
con destellos de luz en la cruz central
y mariposas que salían del aljibe.
En ese lugar había un aljibe,
en el primer recreo junto a esa niña
nos íbamos corriendo hacia él
para mirar el oscuro profundo,
gritar nuestros nombres
y oír el eco.
Dulce niña
en qué estrella estarás.
El eco de mi nombre
se lo llevó el aljibe,
mientras el suyo
quedo grabado en la placa de bronce
que esta entre mis manos.
En alguna estación llegaré
donde los nombres se conocen
y estaré junto a los demás ausentes
de todas partes.
EN EL PUEBLO HAY POEMA
En la tierra revuelta del surco
el capitán sale a navegar en su tractor
mientras los hombres se visten de marinero
para hombrear bolsas con semillas
y sembrar sueños
en un duro mar.
Polvoreando en olas
a los caminos de tierra
perforadas por avispas
durante la siesta.
En la pampa soleada y ventosa
el tironeado arado es perseguido por gaviotas
pescando gusanos sobre los llanos
ignorando que algún día el destino
decidirá si serán mariposas.
En la esquina de lo inesperado
las mujeres se sientan a la orilla de una cantina
donde el aroma del vino se mezcla con la azalea
embriagando la vida en las sudadas habitaciones
reflejadas por testigos lamparones,
que sombrean las siluetas
en las paredes de los albañiles.
A la hora pico
la gente se transforma en hormigas obreras
que surcan caminos
desde sus trabajos a la madriguera,
habiendo que cruzar unas vías
que sirven para obviar la aburrida monotonía,
interrumpida oportunamente por el paso del tren
que trae rumores de lejos.
Luego de una noche de lluvia
la mañana invita a nacer.
La niña con su muñeca en la falda
se sienta a espaldas del tapial,
y las chispas del agua
iluminan su rostro
para contemplar a un frondoso árbol
situado en el campito contiguo a la calle,
donde los pájaros afinan sus silbidos
antes de emprender su vuelo.
Y por las tardes al regresar
una gran charla
se suscita en la inmensa copa.
Tal vez contando sus andanzas
o filosofando cuestiones aviarias
que de a poco comienzan a callar
y seguramente se dormirán
transcurriendo los días,
semanas
meses
años.
Pasando rápido por el tiempo,
como un trozo de manzana que se oxida en silencio.
En el pueblo
los versos van más allá del después
cuando la poesía se quita las sandalias
y descalza comienza a caminar por las calles
flameando su gastado manto
hacia lo incalculable.
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