(Fragmento)

El sueño de mi vida es una línea verde,

como una enredadera a través de soledades y fríos

extendida sobre la inmensa vastedad del mundo

pero llameando y quejándose sobre caminos señalados.

Y la blancura de Siberia, la helada mortandad abandonada

solo a los líquenes que en la roca afirman

como una pregunta al cielo su agrestura

que no ha de cambiar mientras el mundo dure.

Han de durar los fríos en la montaña,

y los lagos en el fondo de los valles prisioneros

con sus aguas de secretos naufragados

y nuestras vistas de asombros que nos duran la vida.

Pero ahí, desde los túneles en los Urales cavados por la búsqueda

surge una extensión humana. Una travesía entre los rasgos del mundo.

Más extensa que todas las murallas

solitaria y augusta pareciera como un dios en el bosque.

*

Así los hombres y las mujeres atravesaron las montañas

contra el desafío imponente del espacio se extendieron

en la búsqueda del mar que siempre queda

al otro lado del mundo, repitiéndose.

Duró generaciones incontables. Las luces y las sombras

se alzaron y decayeron en el cielo,

y las montañas escuchaban el repiqueteo de los martillos

alejándose hacia el este hasta perderlos en la memoria

sin saber en su sueño que ocurrió más allá, entre la nieve.

Pero se extendieron los hombres, el tren transcurrió

atravesando la llanura conquistador y llameante

arrojando al regazo del viento su aliento de hierro candente,

una larga fumata de humo y hollín es la huella

del tren cuando viaja al oriente.

*

Ahora los pastores lo miran pasar, lo ancianos pastores de cabras

con sus tiendas de pieles y su mundo de ritos dormidos

se alejan de espaldas al tren a través de la llanura.

El sueño de mi vida es verlo todo entonces:

los extensos campos verdes de Ucrania,

las torres del Cáucaso descendiendo al valle del mar,

y el color del Caspio oscurecido y aceitoso

trabajando adentro de la tierra

absorbiendo la sangre de la tierra y aprisionada ahora

en barriles vulgares y sordos arrocados a las bocas innumerables.

Aquella lucha duró generaciones. La larga marcha al este

sobre la tierra cada vez más helada

atravesando los hombros de la tierra.

Los Urales se extendieron asombrados y vieron partir hacia el sol

a los hombres que siempre buscan detrás de los árboles.

Como una travesía en el mar, a través de la tierra.

Levantó los cimientos de la nieve,

despertó el sueño de los caballos que yacían bajo los terrenos.

La tierra dormida sintió una línea de hierro y madera

que reverberó en los rincones del Imperio oculto de la distancia

como una voz de metales que llamó en la noche.

Era un pedido a todas las regiones,

a las tribus que levantaron la cabeza desde su fuego

sin saber de dónde venía el grito.

Y era desde el oeste, más allá de las montañas

desbarrancó en los duros pastos y entró en las llanuras.

El viento abrió la boca hacia la bestia para tragarla

y se volvió hilachas de si mismo contra la espada occidental

que partió la antigua edad del tiempo.

Quizá aquella noche asomó la Luna en la soledad expectante

que ya no estaba sola. Las voces de los hombres

eran débiles y frías sobre la palabra endurecida de la llanura.

*

Puestos en marcha los hombres atacaron.

Rusia de sangre levantó las manos y en Varsovia

marchó hacia el este cantando en altas voces apagadas

a través del páramo helado en búsqueda humana.

Ha quedado un camino de muertos a la vera del tren

bajo la mano del hombre, la maldad y el invierno.

Nevó esa tarde, con el sol, copos de nieve azul

enterraron los muertos y el hollín que les cubría.

El tren era un silbido lejano en el viento.

Sobre la amplia tierra florecida, a través de la esforzada Rusia Gigantesca

marchó una vena de metal y humo ardido a conquistar lo inconquistable

para tomar de los campos de Ucrania y Georgia el trigo adormecido en sol,

para llevar los hombres más allá del Cáucaso a la llanura,

y de allí dentro de las montañas abarcar Asia dormida.

Fue como una explosión de vida que duró milenios de paciencia

y los hombres murieron de a millares en la orilla del tren.

Fue como un grito desde la boca ancestral que miraba al sol;

los abetos sacudieron su cabellera y despertaron asombrados

a tiempo para ver una loca alucinación del hierro

como una bestia maravillosa y torpe liberada para siempre.

El tren partió desde las tumbas.

La edad antigua rusa cerró los ojos de los zares

en tumbas de piedra y trajes de seda dorada

y luego en sótanos de sangre seca.

Y en San Petersburgo y en Moscú durmieron los días antiguos.

Así el tren partió alegremente, una esforzada tensión del hierro

candente y cotidiano entre los campos

y las ciudades lo miraban asombradas.

Se levantaron puentes sobre ríos,

hasta más allá del corazón asiático.

El Negro el Caspio, el extenuado Aral, escucharon las voces

y el agua traía restos de metal en sus bocas.

*

Moscú, desde la estación de Yaroslavsky,

corre entre desfiladeros de ciudades;

y antes desde San Petersburgo se despide del vozarrón de la ciudad

en una carrera veloz huye del tiempo

abandonando Europa se interna en las distancias aturdidas

y las barcazas de Nevá se despiden a lo lejos.

Pero el tren ya no los oye, no puede oírlos ahora

corre presuroso a Yaroslavsky entre la paciencia de los árboles

o entre la nieve; antigua nieve renovada y límpida

encuentra frente a la nariz de Moscú.

Vuelta de los incendios, recobrada de las usurpaciones

Moscú como una criatura antigua que aguarda

profundamente anclada sobre las raíces de la tierra.

Constituida de palacios recios, de fortalezas rojas,

de barriadas innumerables extendidas en su cintura.

Allí hubo de escucharse a los caballos del Gran Alejandro

cuando fueron a despertarlos y uncirlos sobre las calles de piedra

y corrieron bajo la noche hacia las catedrales de hielo.

Toda la ciudad ardiendo a sus espaldas.

Pero ahora entra en Moscú el tren, la gran ciudad del Este,

el corazón del Imperio late hacia los ríos que en verano reverdecen.

Entonces apresúrate, tren del oriente, y toma el camino

que corta la apatía ciudadana y entre los gestos de los nombres

huye de los sonidos como un exiliado con buenaventura.

*

El mundo se transformaba contra el tiempo dormido,

construían túneles dentro de las montañas

y detuvieron el curso de los ríos.

Cerca de Nizhny el poderoso Volga fue sacudido de su letargo,

enfurecido susurraba en sus orillas a la ciudad

la vanidad de las criaturas humanas en erigir un puente.

El río arrastró sus manos en los pontones

y mojaba las botas de los hombres durmiéndose en enojos.

Más cuando despertó era ya para siempre:

una vigilia de metal y piedra había sido erigida

y sobre sus fuentes el tren cobraba impulsos acercándose al cielo.

En Nizhny Nóvgorod sobre el río Volga

una prolongación de la piedra permaneció,

hasta llegar el tren cobraba vida fragorosa

que arrastraba vagones asfixiados de humo ,

cruzaron a quintales el asombro mareado de la corriente.

Lo asombraron los gritos de los hombres,

el olor del metal caliente, el humo atormentado.

Y el Volga, amado entre los ríos, cantó

una voz de agua profunda.

Una trepidación de los pilares ascendió desde el agua

respirando mohosa y verde contra la piedra,

no alcanzó las vías, las madres, el camino férreo

no fue hollado y consumido por los líquenes,

y el tren transcurre sobre su privado sendero

ajeno a la distancia en su orgullo de caminante.

*

De la ciudad y sobre el río,

vuelta la espalda al vozarrón de los Urales asombrados

este gusano monumental que horada

ahora los tiempos de Siberia

corre en el camino del sol, entre la hierba

sobre la frente del planeta hacia el Este inmortal.

Y cruza ahora un río, y luego un riacho,

y nuevamente un río de la tierra,

como una mariposa segmentada

en vagones ciegos

como una calabaza vuelta maquinaria de hierro.

Más vivo que la guerra y sus estruendos de pólvora,

que la materia concebida entre berridos,

cual una fuerza material del elemento

el tren despliega a la extensión su brazo atornillado.

*

Así entra en Siberia. Han de verlo

los habitantes de las ciudades mínimas

que entre el verde de la llanura buscan

o entre la sangre pálida que nieva,

o los huidos animales oscuros que no le han puesto nombre

pero levantan sus orejas tibias hacia el traqueteo;

y el tren los ignora. Avanza, siempre

avanza mudo y monumental de quejas,

más solitario que el mismo abandono

sobre la vastedad que pertenece al sol.

Así en su gloria magnífica, en su inmensidad ferrosa;

Luego en las cosas mínimas que lo llevan o lleva

Sumergidas al sueño del viaje mil veces milenario.

Dentro del tren aguardan ahora quietas y expectantes

Verduras, zapatos, una caja de cigarrillos claros,

El reloj de una anciana, la madera lustrada de los bancos.

Cualquier persona que vaya con el tren

lleva dentro de sus bolsillos o detrás de sus lenguas

la infinita presencia del mundo humano.

*

Desde las colinas de Kama viene el río,

con su corazón helado y húmedo

que huye de los Urales vuelto de espaldas al Este.

Inundaba las orillas de Perm,

donde se encuentran los caminos del hombre.

El río ha moldeado a la fiebre humana,

ha dado sus colinas al hábitat de la criatura

y sus caminos líquidos al comercio y al habla.

Y con ellos a cuestas abandona lentamente la vista de las montañas

hacia los mares y las tierras en Tartaria.

Todos los ríos menores vienen a verlo

y exclaman alegrías de reencuentros sobre las tierras

del Krai de Perm y en Tatarstán.

Todas las tierras han sido bautizadas,

los ríos han tomado nombres.

Los hombres cruzaron el accidentado camino al pie de las montañas

donde dejaron nombres

de piedra, de oscuridad, de lanzas, los accidentes de la materia.

El río Kama nacido en las colinas tomó su nombre

sobre el agua lo llevó entre sus fuentes;

lo llevó más allá de los encuentros con otros ríos.

Y se encuentra con el Volga, más allá de estas tierras

ambas corrientes se unen en sus silencios poderosos.

No han podido detenerlos los muros levantados sobre el mundo.

Pero te domesticaron, te acercaron al hombre

las bridas de metal y de cemento te mordieron

la carne antigua abrieron tu vientre frío y sacaron fuera

la extensión de tu ánimo sereno se transformó en camino.

fuiste nombrado río y tu voz se desgranó en murmullos.

Los montes te ven correr ahora repleto, eternamente henchido

de tu propia existencia contenida.

La Humanidad ha puesto nombres y límites precisos.

Frente a la totalidad de la montaña arrodillada

dijo “aquí y aquí comenzaran los días, se mantendrá el idioma,

se abrirán las estaciones de las hojas.”

El río las ignora, la montaña las olvida.

Pero los hombres pintaron una línea blanca,

una piedra fue arrancada del sueño para erigirse gritando

el color y la autoridad de las reglas ajenas.

Un obelisco universal anclado en el silencio de los campos

proclama su voluntad de mensajero de límites.

*

Allí la tierra se divide en dos espacios ancestrales;

La vieja Europa como una vaca pálida

coronada de nieve y con los cascos húmedos

entra en el vientre asiático colmado de murmullos

para pacer en la sabiduría del bosque disperso.

Pero el tren ha sido hecho para el momento indescifrable del viaje,

pertenece por igual al ahora y al aquí, como al futuro del allá

dondequiera llegue su tembloroso índice hemisférico

recorre las tierras más allá de la ciudad última

escala los tobillos de las montañas y descubre Asia dormida

como un oso caído entre los ríos.

Y ya no teme su extensión, anida en ella una voz helada

que lo ha llamado. La escuchó en Moscú,

la sintió en la orilla del Volga estremecido.

(…)

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