Era una noche fría de invierno. La soledad en medio de un interminable descampado penetraba por mi piel y me hundía en un profundo temor. El sonido de aquellas aves nocturnas atemorizaban cada uno de mis pasos y el sólo sentir la presencia de alguna creatura inesperada aceleraba cada latido en mi pecho.
Me encontraba camino a la casa de mi padre. No sabía si el temor que corría por mis venas era por la tenebrosa noche o por ese encuentro.
De lejos se percibe una luz suave, perdida entre gigantes árboles que hacen de guardianes de aquel hogar humilde, lleno de misterio y locura.
Atravieso el campo y voy sintiendo fuerte en mi pecho una conjunción de sentimientos inexplicables. Se percibe aquel humo de paraíso saliendo por la chimenea cual bandera ondeada por el viento.
Al acercarme a aquellos soldados gigantes, percibo una calavera de toro colgada marcando la señal de un hogar aterrador.
Me acerco a la puerta y los perros, como lobos hambrientos, salen a mi encuentro anunciando la llegada de un ser no aceptado. Y allí se asoma la sombra alta de quien es mi padre, con paso firme y temerario, al encuentro de quien podría ser la víctima de una bala perdida por ingresar sin permiso.
Me reconoce a lo lejos y, entre rencor y temor, decide abrirme las puertas.
El temor sigue corriendo por mis venas, porque es allí donde ocurrieron las atrocidades más horrorosas de mi historia. Cada una de ellas pasan por mi memoria como una película que no tiene final.
Pasan minutos en silencio, miradas perdidas hacia el fuego que se iluminan en cada pitada a una pipa oscura que llena más de humo la pequeña cocina.
Aquel silencio es interrumpido por una brutal pregunta: -¿a qué has venido?.
Surge entonces mi temerosa respuesta, entre lágrimas que caen por temor a un nuevo desprecio.
Allí encontré la desdicha cruel, donde mi entendimiento se apagaba en cada amanecer y mis sueños se despertaban en cada anochecer. Momentos de suave sufrimiento por un dolor atroz de no poder aceptar que aquel que debía ayudarme a soñar sea quien me desvelara cada día.
Corrí presuroso hacia afuera, queriendo huir de una nueva pesadilla, pero al hacerlo sabía que sólo me esperaba mayor hundimiento en una agonía eterna de dolor por todo aquello que me había lastimado. Por eso, con miedo entre mis manos, decido poner fin a ese horroroso momento.
Fue allí donde despertaba cada mañana antes de salir el sol, obligado a no ver a mi madre y, muchas veces mis hermanos, para satisfacer su codicioso afecto trabajando a pala y pico hasta caer el sol y luego de un baño frío en invierno o verano, sentarme a la mesa a comer aquella comida servida por la nueva mujer de mi padre y, terminado aquel banquete, obligado a sentarme en un sillón a mirar pornografía porque según él era el modo de ser un auténtico hombre.
Fue cortando así mis sueños. Logré escapar a un ambiente religioso, prepararme para algo grande era lo más valioso que en mi vida se había presentado, pero una ofensa para aquel que coartaba mis sueños y los de mis hermanos por un despiadado temor a perdernos.
Aquel hogar representaba el pantano en donde se ahogaba toda esperanza.
Decidí un día dejar aquel camino hacia algo grande porque la vida me había presentado por medio de una persona enviada del cielo que mi camino era otro, que allí sólo estaba escapándome de aquel mounstruo que apagaba mi vida poco a poco.
La alegría de él fue grande al ver mi desdicha de abandono a aquella entrega, pero al poco tiempo su voraz deseo de aprisionamiento comenzaba a coartar mi vida nuevamente.
Buscó la manera de aprisionarme en su ceguera, pero la luz que había recibido de aquella persona enviada por el cielo, daba fuerza a mis acciones para enfrentarme sin miedo como una gaviota perdida en el océano.
No faltaron lágrimas y sufrimientos pero era el modo más auténtico de romper aquella historia que un día arrebató mi vida de un suspiro, la aprisionó en el miedo a ser feliz y a poder soñar sin vivir en pesadillas.
Pero de repente, sin anuncio, mi vida gira hacia un nuevo destino. Aquella barca que un día navegaba entre tempestades ahora encontraba la calma y el navegar en un suave remanso, disfrutando la suavidad de las olas y la presencia de aquellos que sí me ayudaban a soñar.
Por eso entiendo que esta historia, es un retrato sin final. Nunca podrá acabar sin saber que pasará entre aquel que durante años vivió encerrado en una isla, prisionero de sus miedos, levantando una muralla inalcanzable para no ser visto y a la cual, al pasar navegando frente a ella, desea retornar para no tener que luchar en medio de las aguas.
Pero comprendo al fin que la persona que se animó a sacarme de aquella isla jamás querrá verme volver allí, donde mi vida se vuelve oscura y temerosa.
Sólo comprenderé que aquella historia no podré hacerla presente sino solo perdonarla, para que aquel retrato no sea una lúgubre imagen de mi vida sino un bello paisaje de mi camino.
Así entonces podré decir que la vida es un misterio y mi viaje continúa por aquel océano inmenso, entre tempestades y calma, pero alejándome lentamente de aquella isla que aprisionó mis sentimientos y a la que volver sería construir aquel ser solitario e infeliz por no poder volar libre como la gaviota hasta aquel lugar donde se besan el cielo y el mar; viviendo el cielo haciendo el bien, esparciendo la fragancia del amor en el jardín del mundo. Pero sobre todas las cosas, preparando mi navío, para que el timón de mi existencia sea conducido a puerto seguro y, al terminar mi viaje, ser juzgado, al atardecer de la vida, por el amor. Aquel amor que me sacó a aguas profundas y me enseñó a navegar alejándome de aquella isla.
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