Me arrojaré sobre ti mientras sujeto del pelo a la luna
para que no desista de observarnos
desde su noche fragmentada de estrellas
sin determinar los tiempos.
Arrancaré con las manos ensangrentadas cualquier guijarro
para edificar el más hermoso alcázar jamás visto
donde transitar cada noche mi concupiscencia
en busca de la intimidad de tu vientre.
Modelaré con lascivia el más impúdico palco
bordeado por un dosel de láminas de incienso
y entre sus cuatro vértices erigiré un frágil lecho
iluminado con las plumas de las Hercinias.
Te exigiré todas las posturas imposibles
embaucado por el perfume de tus visajes
e irrumpiré en ti con el príapo enhiesto
mientras sufro el indecente trepidar de tus senos.
Una vez la niebla turbe las lágrimas de plata
y tus glándulas dejen de satisfacer mi sed,
desde mi corazón silente y mi dómine ya dócil
meditaré tus fronteras y mis distancias.
Porque vivir por ti, sin ti, contigo,
en este palacio de sinrazones
es por lo que nazco y muero cada día;
porque solo conozco la ansiedad cuando te nombro.
Pero ya han muerto los tiempos, mi dulce “Ginevra”,
y es el momento de que emprendas el sendero
hacia los inermes brazos que te aguardan taciturnos,
conscientes de que yaciste impune sobre tálamo ajeno.
Mientras, esperaré impertérrito mi turno
con el cerrojo desplegado sobre mis labios,
expectante por volver a saciar tu salacidad irreverente,
con las llaves del alcázar en el bolsillo de mis calzas.
©MAM
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