Me salió tabacoso

Me salió tabacoso

Coraima C.S.

23/09/2017

M, ¿te acuerdas cuando fumar sólo, era de desgraciados?

Pero, ¿sabes qué? Cuando uno crece, se da cuenta que es más, dulce, el sabor de la propia soledad, que el de una compañía que no te acompaña.

Ahora, por fin, he sentido la esencia del que, gran sabio, dijo: “es mejor sólo, que mal acompañado”.

Me pregunto hasta qué punto y bajo qué forma, le es comprensible, realmente, algo a alguien. ‘Realmente’ quiero inferir: comprender en grado superior el significado de una premisa, suposición, pensamiento, hecho o palabra. Comprender hasta sentir el golpe de sabiduría de una visión más amplia por dentro. Comprender esa acción vibrar dentro de ti. Que no hay palabras. Que lo sientes. Y ese sentir sin palabras ni definición acorde, es comprender una cosa.

Pongo ahora un ejemplo cotidiano que sucede en los mortales. La muerte de un ser querido. A un particular se le muere un hermano, primo, abuela, padre, hijo… Podéis poner al miembro que deseéis. Otro particular irá en su consuelo, abrazo y mil sentires para aliviar su dolor porque comprende por lo que está pasando su semejante. Quiero aclarar que para mí es ‘cree comprender’. Pero yo soy un ser superior que no espera que todo el mundo pueda entenderle. De modo que me dais un trabajo enorme, ¡panda de sinartes! – Sí. la palabra es mía. Por lo tanto tiene mi significado-. El trabajo de tener primero que hablar para vosotros y luego volver a seguir narrando qué es verdaderamente lo que quiero expresar.

Pues bien, yo digo que hasta que la otra persona no pase por el mismo tipo de dolor (se le muera su hermano también) no habrá comprendido realmente cuánto sufría aquel consolado.

Y tras ese ejemplo, quiero poner la situación donde yo aprendí el significado de aquel refrán citado por todos, pero no comprendido por los mismos. Yo sentí la magia ocurriendo dentro de mí. Sentí el suceso. Y luego pude precisar a entender su sintaxis lingüística.

Sé que puedo resultar demasiado abstracta y banal. No consivo expresarme de ninguna otra forma. Mis dedos y mente trabajan para cada golpe de sangre que se bombea en mi cuerpo. Sólo sirven a los gritos que salen de cada borbotón. Rápidos, furiosos, desordenados, sin comunión, contradictorios, y ardiendo.

Escribo para mí. Me encanta leerme el tono con el que me soy burda y promiscua, tierna y delicada, odiosa y desesperada, vacilante y decidida. Me encantan mis facetas y mis facturas. Y no me olvido de las veces en que río a carcajadas, se me achinan y absorben los ojos por todos los mofletes de su alrededor y se me quedan demasiado a la vista los grandes dientes de arriba. ¡Vaya!, creía que iba a quedarme precioso, pero conforme iba llegando a su consumación me parecí grotesta. No importa. Es pecado corregir algo que salió puro, con desición, sin prejuicio y sin pedir permiso, del pecho. Me guardo la idea de que su primer defecto fue una bella fotografía de mí.

Es mi religión.

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