¡Oh Colombia! Me dueles en la mitad del alma,
en el insólito centro de mi consciencia insensata.
Me dueles porque soy semilla de tú tierra,
porque soy un vástago entre tus hijos,
porque tengo dentro de mis venas,
la más pura, honrosa y digna esencia,
herencia de vuestro tradicionalismo.
Y no es contrariedad lo que afirmo,
cuando digo que me dueles por ser hijo tuyo,
porque, como hijo, es innato en mí
el amor profundo y sincero a mi madre y a mi patria;
pero tu ¡Oh Colombia ingrata!
contradices el amor de madre a hijo.
Y mi tristeza, por tu culpa, se hunde más y más
en el océano insondable y lóbrego del abismo.
¡Y qué cinismo el mío culparte a ti por mis desgracias,
cuando, a gracia, de ti nace y se hace todo lo mío!
Es tú sangre la que corre por mis venas
desde el día en que abrí los ojos al mundo;
lo hace ahora cuando escalo firme y constante mis metas
y lo hará hasta el día en que la parca venga a darme su beso perenne.
¡Oh dialéctica infame!
Diosa omnipresente y eterna de las relaciones humanas.
Has envuelto, envuelves y envolverás
bajo tu nefasta capa, bajo tus negras alas,
el ser y hacer de los seres humanos y de la propia naturaleza.
Todo se desvanece en tu lógica contraria,
esencia y fuerza de tus brazos.
Todo se atrae, repele y equilibra,
desde la inmensidad de los sistemas solares,
hasta la inmensa pequeñez de los átomos.
¿A quién más recurrir si no a ti, diosa enferma,
divinidad ciega, lógica contraria,
cuando se tiene una contrariedad en el alma
como la que corroe ahora mi consciencia?
Y no es más que la paradójica ambivalencia
de amar y odiar a mí patria;
lo primero, por la dicha tan grande que nace en mí por ser hijo suyo,
y lo segundo, por la tristeza paroxismal
que me clava en las entrañas,
cuando se desnuda a mi mirada,
lo tan poco que ella a sí misma, se ama.
Y tú, patria mía, eres tanto hijos como madre,
como es en mí, tanto la dicha como la tristeza.
Y, como madre, nos das a tus hijos ignorancia.
Y, como hijos, te damos a ti madre nuestras fuerzas.
Y no hallo más que empezar por las tristezas,
que a la larga, son más grandes que las dichas.
¡Oh madre patria! Indigna eres del fruto de tu vientre.
Son lacayos corruptos, demagogos anodinos,
de mentes nimias, frívolas e infames
quienes te hacen corpórea.
Como madre, tienes el don de gobernar;
pero vuestra historia, tan indigna de sí misma,
ha mantenido aquel tan valiosísimo don,
desde el pasado remoto hasta el presente día,
en manos de miserables bastardos,
de gobernadores ya gobernados por sus instintos abyectos,
de dirigentes esclavos de sus propias pasiones egoístas,
inexorablemente cegados, alienados por la diosa codicia.
Y gritan a los cuatro vientos ¡Democracia, igualdad!
Mientras, al mismo tiempo, como bestias insensatas,
son los representantes del consumismo y la desigualdad,
practicando la propiedad privada y la acumulación sin límite de capital.
No comprenden sus mentes diminutas,
gobernadores poco hechos para gobernar,
la ley más sencilla, simple y lógica de la vida:
sin nada nacimos, de la nada venimos,
y sin nada nos iremos a la tumba, a la nada misma;
que no somos lo que tenemos, lo que el dinero puede comprar y acumular,
aún más si quiera nuestros cuerpos,
corporeidades terrenas sujetas a las leyes de espacio y tiempo;
sino sólo lo que dentro de nuestras consciencias está.
¿Qué puede haber en vuestras consciencias miserables
cuando, a sabiendas, vuestras mesas están llenas de manjares,
a costa del hambre de vuestros hermanos nacionales?
¿Cuando vuestras arcas se desbordan de lo llenas,
mientras otros mueren enfermos de miseria?
¿Qué precio tiene la privilegiada educación de sus vástagos,
cuando sus contemporáneos nacionales
se sumergen día a día más en la ignorancia?
¿Qué perdón pueden tener vuestras condenadas almas,
cuando toda esta desigualdad es a sabiendas vuestras?
Solo se puede sentir lástima por ellas,
porque si el infierno existe
su sótano candente será su eterna morada.
Y son las armas de las que te vales, madre nefasta,
los tentáculos que nacen de tus negros brazos
y tan efectivas como la propia parca:
los medios masivos de comunicación y las fuerzas armadas.
Con la primera, como un veneno somnoliento,
adormeces a tus hijos, los entregas al sopor, al sueño.
Y ya adormecidos, hipnotizados por la caja ciclópea,
les vendes una verdad aparente, mentirosa.
Les vendes el sueño utópico de la vida que tú llevas,
llena de voluptuosidad, consumismo y lascivia.
Así, cegados a un sueño, los encadenas a su miseria,
porque ellos no tienen que venderte, madre infame,
más que su única pertenencia: sus fuerzas.
Drogas a tus hijos con programas hueros,
embruteces a tu pueblo para que no piense;
a tal punto llega tu infamia manipulando los medios;
pero os auguro: serán ellos mismos quienes te herirán de muerte.
Con tu segunda arma callas a los pensadores libres,
a los que no se encuentran drogados con tu veneno.
A los que han decidido no venderte su fuerza, mal paga,
si no, con toda ella, buscar la libertad e igualdad de sus hijos.
A los que les ha tocado vivir en carne propia,
vuestra democracia desigual, paupérrima y famélica.
Ellos, gracias al hambre de tu olvido
y con ansias inefables de libertad,
esgrimen las armas en sus manos.
A diferencia de tu segunda mano,
peones comprados a salario,
ya envenenados con tu consumismo y lucro.
¡Y qué forma, madre patria, democracia bastarda,
demuestras la poca consciencia que tienes de justicia!
¡De qué manera más nefasta manchas
aquel tan valiosísimo inefable absoluto!
Entregando desnuda, el poder de ajusticiar, de las armas,
en manos de los tan ignorantes, codiciosos, peones tuyos.
Al menos deberías antes de entregarlas,
educar a aquellos que en sus manos caen,
para que no venga de sus pasiones viles el deseo de dispararlas,
sino que nazca de sus consciencias humanas y racionales.
Y no lo haces corrompida y maliciosa patria,
porque tú los necesitas ignorantes;
no de otra forma los obligarías a seguir tus ordenes, mal dadas;
no de otro modo los convencerías de tu esencia
terriblemente atrofiada de nacionalismo y patria;
No los educas porque, si lo hicieras,
ellos mismos tomarían la decisión de no tomarlas.
Has decidido, democracia lasciva, fémina,
entregarte desnuda, prostituta al gran imperio.
Has preferido en tu mal sano juicio,
no sólo regalar tu virgen natura, tu materia en bruto;
sino también tu consciencia libre.
¿Y cómo culparos a ti y tú consciencia servil,
cuando vuestra propia historia es tan indigna de sí misma?
¿Cómo no sentir una tristeza inefable, sin fondo,
cuando nuestra propia historia
ha sido escrita por otros?
¿Cómo olvidar esta lástima paroxismal
desgarrando la mitad de mi consciencia,
al ver, inexorable, tu atrofiado nacionalismo norteamericanista?
¿¡ Cómo no me vas a doler, Colombia, en la mitad de mi alma !?
Y no pierdo la esperanza,
única antorcha en las tinieblas,
de verte a ti ¡Oh madre patria!
Libre de tus cadenas,
de tu servidumbre voluntaria,
de tu historia, de los medios, de las armas y la guerra.
Y entre todos mis sueños el más sublime,
es verte libre del nacionalismo extranjerista que te ahoga;
totalmente decidida a escribir tu propia historia,
con palabras vivas que sean como mariposas volando…
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