La historia breve de un escritor.

La historia breve de un escritor.

Sebastian Molina

18/09/2017

Para mi familia de traídos, para los llegados. Para el mundo y su misterio, aquí va una historia netamente familiar, porque es real y puede ser leída por cualquier miembro de la familia.

La suerte estuvo echada y el conjuro fue preciso, desde lo alto había varios con la calma puesta sobre las ideas de aquél que había nacido. Un llanto varonil, la llegada a la tierra, uno más, el de siempre, vivir en medio de seres humanos nuevamente. Los ojos, mecanismo que refleja una idea tangible del lugar habitado, son los primeros en comprobar la existencia cuando todavía no hay palabra, ni voz ni voto, cuando no queda sino ser algo que consume respira llora y sobrevive; algo que solo observa, queda no más observar. A medida que la palabra arribó y el constante rodar del reloj, convirtió al bebé en niño y al niño en joven; lo encontró a su vez sentado en un lugar cualquiera del mundo, escribiendo su primer poema.

Para ese momento el país era una especie de terror ordinario que no permitía viajar a ningún lugar después de las seis de la tarde porque había quizá alguna pesca milagrosa programada para la zona. Como cualquier momento de la vida en la existencia de cualquier ser humano, era difícil. Pero, papá y mamá, dos seres programados para dar amor del más puro y real; ambos sabían de que manera mantener a su mente protegida de toda contaminación realista que irradiara la urbanización, civilización; en cualquier caso se evitaba toda clase de acción. Tan solo amor, cordura, conciencia, buena educación. Pureza humana de la mejor calidad. Siempre es sabido que «tarde o temprano» un ser con destino asegurado, toma entre sus manos un libro de ciencias sociales, o un cuchillo, quizá un pincel, cualquier cosa; entonces nace un artista.

Eso estuvo claro en su pensamiento ya desde los doce, y usó la palabra como mecanismo suficiente y además el más puro entre los usos de su estado permanente, la poesía, creada a carne viva y con los dedos sobre las teclas como cualquier otro, pero con la realidad en su experiencia. Siempre estuvo dicho y ahora, debe estar escrito en medio de este cuento, «es más sabrosa el agua a la seis, cuando acaba la jornada» algo netamente humano. Así pasó su tiempo y dejo huella en los lugares visitados, huella breve aunque permanente. Pasó un minuto más entre miles de millones perdidos, y estuvo nuevamente sentado frente al ordenador con una pagina dispuesta, contando su historia y dejando su palabra como parte de un lugar que es usualmente usado para la lectura, porque aunque sea breve la historia es honda la cultura de la escritura y merece palabras que conjuran la cordura y el sabor de la buena literatura.

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