Hot Pants


Guardar un secreto, por tantos años, te va consumiendo como la peor enfermedad.


Desde aquella noche, Julio y yo, dejamos de ser nada más que primos, para todo el mundo, de haberse enterado, seríamos cómplices, para nosotros éramos uno solo, desde la maldita noche del polvo mágico.


Hoy, con casi sesenta y cinco años, muere la mitad de mi, enterrando el cuerpo de mi primo, mi fiel amigo, que a la tumba se está llevando lo peor de nuestro pasado.


Tenía diecinueve años, éramos tres, Julio, Adelaida y yo.


Los tres hijos únicos, de tres hermanos dueños de una carnicería pueblerina.


Como llovía mucho, y nuestros padres habían viajado a la capital por una semana, decidimos juntarnos en mi habitación a pasar el rato, para no aburrirnos ese sábado.


Adelaida era la más joven, dieciséis recién cumplidos, y a Julio lo hacía mayor que yo una diferencia de tan solo tres meses.


Cuando aparecí con la novedad de aquel polvo mágico, que me había ofrecido mi amiguita de la ciudad, Julio lo aceptó entusiasmado, pero Adelaida, intuitiva como toda mujer, se negó.


Julio y yo tomamos esa negativa como un acto de cobardía y traición.

Tanta fue la burla y la insistencia, que Adelaida acabó por aceptar que el polvito mágico ingresara a su cuerpo, desde su respingada nariz hasta cada rincón de esa blanca, delicada, delgada y hermosa fisonomía.


Sonaba la canción, que en ese momento era mi favorita, estaba muy de moda, pero hoy no puedo escucharla porque me revuelve el estómago, la culpa y el dolor.


Los tres primos, mi dormitorio, «Hot pants» de James Brown , y el polvo.


Recuerdo cada instante, los movimientos locos, los brazos agitándose en el aire, nosotros saltando sobre mi cama, Julio gritando insultos, la roja mirada de Adelaida que no paraba de reír, y esa maldita canción sonando una y otra vez. Entonces caí de la cama.


Notando que solo me había quedado tirado riendo en el suelo, se sentaron junto a mí, y ahí en el piso de mi dormitorio, fue que todo comenzó.


Julio dijo que tenía mucho calor y se desnudó, Adelaida fue caminando como una gata, hacia la mesa y fue por más de aquel polvo, entonces él la siguió y le subió el vestido, sin que ella le hiciera mayor caso, le bajó la ropa interior.


Yo fui donde ellos, me arrodillé al lado, entre risas le jalé el pelo, ella me miró, y la imagen de Adelaida con la nariz empolvada, los ojos rojos y la boca entre abierta, se impregnó en mi para siempre.


Allí mismo Julio la penetró repetidas veces mientras cantaba, ella con los brazos flojos como si fueran hechos de goma, me abrazó, le besé la boca, le mordí el cuello, y le arranqué lo que quedaba de su vestido.


Julio, desnudo cayó desplomado, como si hubiera querido sentarse sobre sus talones, pero su cuerpo siguió, y su cabeza fue al suelo, eso no impidió que siguiera cantando.


Era mi turno, la empujé y su flácido y delicado cuerpo cayó, seguía riendo cuando también metí mi sexo, que ya tenía cierta experiencia, en el suyo que acababa de abrirse a consecuencia de mi primo, el polvo mágico, y yo.

Al día siguiente desperté sobre mi vomito.


Julio lloraba y golpeaba el suelo, se arrastró hacia mí y me dijo: -¿Que hacemos Andrés? van a venir los viejos en pocos días.


Yo recordaba cada instante, pensé que hablaba de la droga, del descontrol, del sexo, pero era mucho más.

Adelaida estaba inerte, fría, de su boca salía espuma blanca, los ojos del mismo color, desnuda, llena de nosotros, y de muerte.

Nos vestimos, y a pesar de los gritos de mi primo, su llanto, sus nauseas y su negativa, lo hice.


Fui a la carnicería con el cuerpo de Adelaida sobre mi hombro derecho. Corté las manos, los brazos, el cuello, las piernas.los pies y la mitad del torso. Lo metí en bolsas individuales y. como era tan pequeña, entró en las mochilas de cada uno.

Julio se vio obligado a armarse de valor, y a pesar de vomitar unas cuantas veces, y me ayudó.


Salimos, aprovechando la ausencia de nuestros padres, y enterramos cada parte en diferentes lugares, incluso bastante lejos del pueblo.


Jamás se supo que pasó. Solo que Adelaida desapareció.


Nunca más usamos el polvo, juramos no hablar del tema, nos convertimos en inseparables, el cáncer se llevó a Julio, y ni siquiera en ese proceso hablamos de esa noche.


Hoy, por más que me atormente, y no pueda quitar las imágenes de mi mente, la voz de James Brown, y el diminuto cuerpo de Adelaida, seguiré guardando este, nuestro secreto, hasta que al fin me libere la muerte.

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