Escaramuzas Entre el café

Escaramuzas Entre el café

El café de esta mañana tenía un sabor más amargo de lo normal, por lo que me hizo fruncir el ceño. La señora Maryn Champer discutía con mis hermanos menores, Alan y Gorch, que eran bastante tontos para saber que a estas horas de la mañana ya deberían estar puestos y dispuestos para ir al preescolar. Me parecía tonto que reclamara por su poca capacidad de autonomía y la forma en la que se molestaba por tener que duchar a los niños, ¿acaso esa no era su responsabilidad? me preguntaba mientras remojaba mis galletas en el café sin azúcar que mi madre preparo de mala gana, mientras cantaba con alegoría la falta de atención por parte del padre de los pequeños.

Además de preocupaciones que reflejaba con quejas y regaños sin sentido. En el fondo yo sabía por lo que pasaba esta mujer, teniendo dos hijos de entre 16 y 17 años de edad que éramos mi hermana Keily y yo, aparte de ser progenitores de un padre diferente a los dos pequeñines que aún no estaban en la escuela.

-Alan tiro su vaso de leche-. Dije con vos flácida mientras me levantaba de la mesa para llevar mi taza con grumos de galletas, y un resto de café al fregadero.

-¡por qué no puedes ser más cuidadoso!-. Exclamo con severidad, seguido a darle un manotazo en su hombro al pequeño Alan, quien contemplaba a mi madre con los ojos llorosos mientras limpiaba su desastre que hizo en la mesa y en el suelo. Se desprendía un olor a leche materna por toda la casa que se cuajaba con los alardeos de la señora Maryn.

– Keily, ¡levántate mira la hora que es!, niños ya tomen sus cosas… pero muévanse Alan y Gorch, demonios pero que tarde es-.

Pensando desde el fregadero mientras lavaba mi taza: era posible que las cosas fueran aún peores (hablando de las cuestiones adversas a lo que sucedía en nuestro hogar), ¿cómo le diría a mi madre que reprobé calculo?, ¿acaso podría tener disposición de su confianza, aun estando en ese estado tan crítico?, realmente era complejo ser el hijo mayor, representaba una figura para mis hermanos menores, a los que realmente no les había enseñado absolutamente nada, era precario el asunto familiar, ni siquiera nos dirigíamos la palabra y cuando lo hacíamos solo salían blasfemas e insultos.

Realmente me interesaba lo que sucedía, lo observaba reflejado en la comida, nuestras ropas y la luz que salía del cuarto de mi madre durante la media noche, haciendo cuentas sobre los recibos que aún no estaban pagados, también escuchaba platicas que atravesaban las paredes, apuntando hacia lo cerca que estaban de cortarnos el agua y la luz.

Personalmente estaba lejos de no ser un problema más para el hogar, a pesar de tener interés, no hacia absolutamente nada para mejorar, aún seguía escapándome con los amigos para ir a fumar y beber cerca de un parque, no podría afirmar que ella no lo sabía o que no sentía el olor a tabaco en mis playeras que lavaba durante las tardes de cada domingo. Sabía que no podría mentirle a esta persona, que no podría ocultarle la verdad de en lo que me estaba convirtiendo, era tan real como la cifra del recibo de luz o de agua, era visible que estaba mal meter a mi novia Niki a la casa mientras mi mama estaba fuera y mis hermanos en la escuela, estaba mal ser tan prematuro, ser tan arrogante, ser una mala figura para mis hermanos y ser un bueno para nada.

Un cambio, una mejora o algo que transforme mi forma de actuar y tomar decisiones, era lo que necesitaba lo que hacía falta. Después del divorcio de mis padres y la llegada de mis hermanos, si bien recuerdo, fue el punto de cambio que transformo toda mi vida.

Las cosas se convirtieron tan escasas, tanto que hasta el amor se marchito, en algún entonces podría decir que solo el divorcio fue la causa de todo esto, pero que hay de las acciones que cometí, de las faltas de respeto a mi madre, de mis insolencias y múltiples actos inadecuados, para alguien a quien le habían dedicado el tiempo suficiente para tener una educación culta. El echo era que el problema en parte era yo y en parte no.

No son suficientes 17 años como para decir que era lo suficiente mente maduro, capaz y consiente de que en realidad no tenía por qué entrometerme en aquellos problemas que no me concernían, que no era capaz de cambiar o arreglar de ni una manera, mucho menos reclamar y juzgar a las personas por como combaten sus adversidades. Mi única obligación era no ser un problema y ser la suficiente persona para enfrentar mis propios problemas, sobrellevando mi vida respecto a lo bueno que me han enseñado y no sobre lo malo que por destino o coincidencia fueron adversas a mi vida.

Mi hermana se levantó y me empujo a un lado para cerrar la llave del fregadero que estaba aún abierta y creo un húmedo charco en el suelo. –Evan mama se va molestar por esto- dijo mientras levantaba sus pies aun descalzos que se sumergían en una leve capa de agua, tomando uno de los mechudos para limpiar el suelo, el cual coloco a mi regazo –limpia tu desastre tonto-. Asentí y tome el mechudo, aun aturdido por mis pensamientos, mi madre se asomó por la puerta, agitada y con sudor en la frente se quedó postrada de pie ante mí, ante mi desastre y el mechudo viejo con el que limpiaba. Al principio pensé que me gritaría un montón de groserías o que me golpearía con el mechudo en la cabeza por ser tan tonto pero solo sonrió, no solo sonrió sino carcajeo hasta el cansancio y entre las fisuras de sus labios salió una pequeña brisa que dijo –limpia ese desastre y apresúrate que hoy tu aras el desayuno…te amo hijo-.

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