El estanque de las ranas.

El estanque de las ranas.

D.L.Valrez

13/09/2017

Nunca tuve deseos de mejorar mi conducta tan temperamental, mucha gente se pasa la vida criticando a los demás y no fija los ojos en sí misma. Que desconcertante resulta ser que todos ellos admitan ser ignorantes (término que adoptan para sí), carentes de sueños y que acostumbren su «modus vivendus»a coexistir de forma relativa en un entorno tan sedentario.

No obstante, he llegado a pensar que no pertenezco a ese entorno patético en donde se matan por nada y pelean por todo, una cuna de lobos, diría el abuelo. En fin, no tengo deseos de ejemplificar con algunos muchos que me han llamado soberbio. No he respondido con voz timbrada a aquellas insolencias porque no me interesa lo que se diga de mí. Lo único que quiero dejar en claro es el alejamiento, desprecio y suspicacia que tengo con ese tipo de personas, las mismas que provocaron el suicidio de mi primo Isaac, las mismas que efectuaron los bochornosos comentarios hirientes a cerca de su orientación sexual y por ser autores del acoso continuo y deliberado que se prolongó durante siete meses, el mismo lapso maldito que terminó por atormentarlo y mandarlo a tomar la decisión tan cobarde de envenenarse con barbitúricos.

Aun recuerdo las luces de las luciérnagas de agosto que brillaban incandescentes por el lugar donde se hallaba el estanque de las ranas, era sábado y llovía moderadamente. La ocasión perfecta para degustar café con pan dulce en compañía de la familia, platicando de la situación financiera de ése entonces y posteriormente, escuchando las historias añejas del abuelo, de sus infortunios, hazañas, de las narraciones orales que nutrieron su infancia y que pasaron generacionalmente entre arrieros y peones que llevaban leña a las casas de las familias acomodadas, la suya era una de ellas.

Al fin se detuvo el abuelo cuando un relámpago cayó en un roble viejo y lo obligó a sorprenderse por el tremendo trueno que éste provocó. Todos reímos de la situación, ojalá que la alegría que en ése momento existió hubiera durado para siempre.

Ahora que soy mayor, las navidades no son las mismas, la familia se ha diseminado desde la muerte del tío Pepe, las ranas ya no croan en el estanque porque los niños de ahora las han extinto con sus resorteras, los grillos tampoco emiten ese sonido tan monótono que obsesionaba mis oídos y al cual siempre que intentaba atrapar de un salto, desparecía y se postraba en otro sitio.

Es triste, pero no fulminante pasar la vida en tremenda soledad sentimental. Más triste es saber que la tía Antonia continúa deprimida por la muerte de Isaac .

Me encuentro solo en mi habitación de soltero, son vísperas de navidad y no espero a nadie para celebrar las fiestas decembrinas, pasadas las horas, alguien llama a la puerta. De inmediato abro, es el tío Juan, hacía tiempo que no lo veía. Le invito a pasar y acomodar sus cosas en un rincón, después de ofrecerle un trago le pregunto que pasa y me dice que se ha divorciado de su esposa y que sus hijos no estarán presentes este año porque estudian en Vancouver. De inmediato, sus ojos se inundan en una precaria sombra que abarca toda la sala. Sé lo que se siente, pero no puedo hacer nada. En el acto, le doy un efusivo abrazo que se prolonga por dos o tres minutos.

Vaya veintitrés de diciembre; dos hombres carentes de sueños y abstemios radicales. Ya no fumo porque pierdo el apetito, ya no bebo porque me da sueño y porque he enfermado de úlcera.

Una familia diseminada es el equivalente a una noche helada deambulando por las calles de la ciudad, a tientas y sin usar suéter. En ocasiones contemplo el paisaje por la ventana de mi habitación, siento cierta nostalgia por aquellos días que se han extinto como pólvora encendida y que de ellos solo quedan los recuerdos, el perfume de las noches de invierno es el mismo que cuando era niño, el titubeo que se hace presente al oler el café para sentarse a leer un libro y dormir componiendo una canción que jamás será publicada es el mismo.

He percibido en muchas ocasiones la alegría que se hace presente en los jardines de los vecinos al escuchar las carcajadas y oler el aroma de la carne asada de los domingos, también escucho los cantos desafinados de los señores cantando por la embriaguez. Todo pinta bien para ellos, siempre les he deseado prosperidad y alegría desde el fondo de mi mente porque nunca les he dirigido una sola palabra, a pesar de mis dos años de estancia en una ciudad pacífica.

Pues bien, no sirve quejarse de mi modo de vida actual, en cuanto sea el momento, buscaré a una mujer con la cual compartir mi vida, que aguante mis rabietas y mi temperamento. Soy un ser humano que merece ser comprendido, he sufrido bastante y a veces me cuesta mucho el entablar charlas con las personas e identificarme con ellas.

¡Ya está decidido! En cuanto se marche el tío Juan, iré a comprar un gato para eludir la soledad tan abrumadora. De todos modos da lo mismo escuchar el maullido de un gato que el sermón de un iluso lidiando por describir los defectos de las personas similares a él.

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