Desde pequeños nos han enseñado que hay cosas que merecen admiración y cosas que merecen desprecio. Hay cosas que nos gustan y cosas que no. Cosas bonitas y cosas feas. Yo desde siempre me he propuesto derribar todo lo que me enseñaron.
Al nacer el día, ya estaba con una buena tunda en cima, única panacea para intentar sofocar el engorro provocado por la sobrecarga de millones de inputs anímicos. Olía a domingo por las tardes. La ansiedad se estaba abriendo camino entre mis huesos.
Mi padre solía afirmar que los borrachos son como el demonio: muy cobardes y, si no se les incomoda ni alarma, resultan la gente más tratable del mundo.
Una parte de mi mente, la parte animal, no conseguía recordar cuando una perversa lluvia torrencial había acabado de rendirse a un tímido sol aparecido entre nubarrones. En los ¡ahora! calmados charcos de la senda del parque, se reflejaban olmos, encinas y mi desconcierto. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado hasta allí? Mi interioridad individual era la sola pauta que tenía validez en aquel exacto momento. Ni big-data o thick-data, exclusivamente el caos sin tener nada controlado. ¡Consumo masivo de todo! Mi historia ilustrada gracias a mis cicatrices remendadas. ¡Nunca hubiera creído que la pasta humana fuese tan mala!
¡El jodido parque me estaba estrechando en un abrazo mortal! ¡Maldición! ¡Borracho y sin moral! ¡Suena a banda de rock! Cuando mi madre se enteró que estaba en estado de mí, pilló a patadas un cubo de la basura. Desde entonces, desde el momento mismo de mi nacimiento, me llamaron, “basura”.
El mareo aumentaba confirmando la influencia anestésica de la rutina y empecé a bambolearme de ida e vuelta, acabando sin cordura con mis pies en un charco.
¡E inició la mutación!
¡Sciaff!: sonido y salpicadura de agua y me derrumbé metódicamente hacia la desconexión; empecé una caída libre, hundiéndome en una total y maravillosa oscuridad; una caída libre, hilo conductor de toda mi vida, elemento benefactor, amor, libertad, purificación, introspección; ¿qué es una caída si no otra forma de volar, de viajar?
Iluminados por relámpagos silenciosos en un remoto horizonte, se cruzaron, en mi viaje de confusión sensorial, monolitos de antiguas civilizaciones, dinastías, revoluciones industriales, ejércitos imperiales, el fraude, la autenticidad, el preludio a la aniquilación; la contaminación dominaba, el cambio climático se imponía, la esperanza por una verdadera ecología, desvanecía; la terapia de regeneración humana se había desplomado inexorablemente en la catarsis; tuve la sensación de descender hacía el secreto mismo de la vida; de repente padecí retortijones, un olor a azufre, apenas perceptible en un principio, acabó provocándome arcadas de angustia; tras mis párpados cerrados reapareció un principio de luz y de orden; el sonido de los días aburridos retumbaron en mi cabeza; abrí los ojos justo a tiempo para articular, con mis rodillas, la conclusión de mi inesperado salto al vacío; ¡no existía sensación de paz!; el viaje, con poca experiencia visual predominaba sobre el tiempo ingrato y ya no estaba en el parque: ¡esto no es el parque! ¡parece más bien la grafía de el éxtasis de un blog; el arrebato de las aventuras optimistas de facebook o el delirio de los vehementes mensajes de twitter!; he alcanzado, en la caída, la característica topológica del espacio/tiempo; con un atajo, un agujero de gusano, un wormhole, he viajado de un punto a otro de mi universo; de una realidad, a otra construida sólo por mí; una superficie de cemento sucia y agrietada ha sustituido el calmado charco del parque; hace frío, una disonancia de nueve notas es la columna sonora que confirma la devastación espiritual a mi alrededor; todo huele a tubería de cloaca atascada, a vertedero tóxico; destacan papeleras repletas de desperdicios, bolsas del super, gordas y grasientas, desparramadas por doquier y multitud de contenedores de basuras, alineados y rebosantes de botellas de cerveza, vacías, !miles de botellas de cerveza, vacías! ¡Todo sin recoger, como mis quimeras!
Abro la boca, sin que pueda salir palabra alguna; me surge la idea de huir, pero, ¿por dónde?, clavado en el suelo de cemento; me invade una sensación de pánico y de no retorno, mi estómago se revuelve, se retuerce y suelto pedos como un asno.
Empezaba a chispear. Solo y meado, sentado en un banco en el parque, todavía agarrando una xibeca media vacía, me doblo para vomitar lo poco que todavía debo tener en el estomago y me veo reflejado en un calmado charco, donde ahondan mis zapatos.
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