Donde me llevaron mis chirucas

Donde me llevaron mis chirucas

Lau Baldouina

06/09/2017

Desperté más temprano que de costumbre y me cepillé el pelo por primera vez en mucho tiempo. Me deshice de la pereza de los días fríos, me cargué la bolsa a la espalda y caminé durante horas dejándome abrazar por la nostalgia de aquellos caminos. Tenía miedo de mi interior dolorido, de la confusión que me había encerrado días atrás. Iba sin rumbo pero con el propósito de cerrar heridas, tomar distancia y reconstruirme.

Llevaba muchas horas caminando cuando empezó a llover así que aproveché para parar. Entré en un pequeño hostal con un conserje que tenía menos ganas de hablar que yo. El cansancio de tantos quilómetros no tardó en salir y pude descansar hasta el día siguiente. Al amanecer aproveché para cambiarme de ropa y usar una de las pocas mudas que llevaba en mi mochila. No tenía la intención de gastarla tan rápido pero la lluvia me había empapado. Los espesos y negruzcos nubarrones del día anterior habían desaparecido así que volví a emprender la marcha sin saber hacia dónde me llevaban mis chirucas.

Caminé durante 4 días con el deseo de encontrar un lugar que me removiera por dentro, que me hiciese ese clic que necesitaba. Ese fue mi error: atraparme en una especie de laberinto con recuerdos del pasado y deseos del futuro. Fue precisamente en el cuarto día cuando descubrí un pueblo con un nombre impronunciable y un río con el agua demasiado fría. Allí pasé un rato enfrentándome a mi interior, mientras se mojaban mis pies y un escalofrío de libertad recorría mi cuerpo. Me desfogué y odié cada uno de los días oscuros que me habían llevado hasta allí. Di rienda suelta a mis lagrimales como disculpa por todos los meses que les había prohibido dejar caer una sola lágrima. Cuando comprobé que estaban completamente secos, me pasé la manga del jersey por los ojos y observé a una familia que fotografiaba el río.

¿Desde cuándo estaban allí? En otro momento de mi vida hubiese huido fugazmente del lugar ruborizado por haber mostrado mis lágrimas pero había encontrado una calma que quería disfrutar un rato más. Miré al niño. Pese al frío, pedía sin cesar, en un francés acriollado, que le dejaran bañarse en el río. El hombre, que debía de ser su padre, intentaba hacerle entender que el agua estaba demasiado fría sin que el pequeño entendiera por qué yo sí que podía meter mis pies. Mi mente había estado tan abstraída que había olvidado que mis dedos seguían tocando aquel río con finas capas de hielo. Los saqué rápidamente. Pensé qué me diría papá si hubiera estado conmigo. Seguramente, incluso habría metido también sus pies en el agua. Mamá, en cambio, hubiese puesto el grito en el cielo.

Todavía sin sentirme del todo los talones, retomé la marcha. Me notaba diferente, aliviado, pero el rato que pasé aquella tarde sólo lo sabemos el río y yo. Empezó a llover de nuevo pero esta vez no corrí a buscar refugio. Por primera vez en mucho tiempo, no me importaba empaparme. La música cadenciosa de la lluvia no me paró, al contrario, seguí caminando con más ímpetu que antes. Tenía la sensación de que las gotas no me mojaban, sólo limpiaban. Era como si el agua se llevara con ella todo lo sucedido estos últimos meses. Entonces comprendí que había encontrado el destello de luz en la oscuridad en la que llevaba viviendo demasiado tiempo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS