Bailas en la bravura de charcos intransitables,
trozos de ruina del yo que conocías.
Me bailas.
Y el agua estancada en los espejos
se descubre al instante podrida de caramelo.
Entre el «so» y el «arre»,
manejas ciclones de algarabía,
despedazas montañas de desaliento,
y con el refilón de una mirada
ciegas las fosas de cada hora muerta.
Al café le añades tempestad en polvo,
para beberte de un trago
el abanico completo de mis aires difíciles.
Un día más vuelo varios estratos
sobre la fe que me tengo,
respirando a fuego vivo por tus ojos,
hoy y ya siempre casi míos,
más allá de los tiempos y de los vientos,
con el singular ahogo del amor temprano,
todavía joven y a la vez raído
de tan aprovechado.
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