¿Me extravié en el delirio de la fiebre?

¿Detrás de las verdaderas sonrisas ausentes?

¿Entre los punzantes alfileres de la cotidianidad?

¿Me perdí en la crónica duda?

¿En el rezo a un Dios inexistente?

¿En medio de la herrumbre?

¿Sin manifestar la angustia penetrante?

Descubrí el engaño, la mentira, la culpa.

Descubrí la suciedad de ésta sociedad en deterioro.

Mi rostro se volvió cerámica, ante el terco silencio del universo.

No estoy, no estaba, junto al llanto de mi madre, abrazada a un trozo de madera con forma de ataúd. Fui sus lágrimas, surcando su rostro, enjuagando la miserable sensación de estar viva… miserable sentimiento sí. Amarga angustia.

Ante la ausencia, queda el incesante y palpitante dolor.

No estoy, no estaba, junto a la crueldad, por encima del asco, adherido a la ausencia, mezclado a la ceniza, al horror, al delirio de verlos caer una y otra vez sin siquiera tener manifiesta presencia, con el hombro, para calmar el pequeño llanto de hambre de mis hijos… hambre de vivir.

No estoy, no estaba, ni con mi sombra. No estaba con mis gestos. Más allá de las normas, más allá del misterio. En el fondo del sueño, en lo profundo del eco, en la inmensidad del olvido.

No estuve, ni estaré… ni en el recuerdo. Tormentosamente ajusticiado por el nefasto y cruel destino de caminar por éste camino, de dejar huella donde no debía… ser y estar, pero no pertenecer.

No estaba. ¡Estoy seguro! No estoy. En un limbo de toda emoción… no estoy, ni estaba, nunca estuve… estoy a ciegas, oscuro, acusado y dilapidado… estoy perdido.

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