Aférrate a mí como yo me aferro a las causas perdidas,

aférrate a mí y lámeme las heridas.

Lame cada milímetro de mi piel descosida.

Coge un dedal y empuja la aguja

con la que bordarás la huida.

Huye cuando estés a punto de llegar a la meta,

vuela cometas por mi espalda

como si no necesitases cámaras

filmando la estocada final,

como si mi vello fuera polvo lunar

en el que dejar tus huellas marcadas.

Marca cada madrugada en el calendario de lunas de miel amargas.

Amárgame como café que te activa cada mañana,

sin azúcar ni edulcorantes,

sin palabras que reprochar en ninguna guerra,

ni en ningún instante.

Haz una instantánea de todo lo que echamos por tierra:

de los castillos de sábanas en la playa,

de la pólvora que empezó a alumbrar nuestro cielo

cuando todo se acababa.

Deja legado del arte que escondías

en tus dedos de pianista.

Deja legado de la poesía que creabas

cada vez que moldeabas

mi cuerpo de arcilla encharcada.


Crea una teoría.

Enseña al porvenir que nada está escrito,

que somos capaces de enredarnos en paralelas,

de hacernos el amor en proyecciones verticales

y de engañar al tiempo

en versos transversales.

Desmiente que haya triángulos

que desgarran el alma,

que tus vértices jamás buscaron

hincarse en mis entrañas.

Desmiente que existan los círculos de telaraña,

en los que nunca se enciende la luz

y la salida se convierte en simple satisfacción imaginaria.

Desmiente que fuera nula matemática

y que me pareciese imposible encontrar

la solución a la ecuación de tu área.

Desmiéntemelo todo

porque todo

ahora

ya no es nada.

Porque las ecuaciones se resuelven,

las arañas mueren,

las salidas se encuentran,

y los círculos se acaban.

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