Bilbao, efímera y luminosa

Bilbao, efímera y luminosa

Alicia Perea

03/08/2017

Un bus a Bilbao de repente, a última hora. Todo un año resumido en sesenta minutos. Eme que me define en tercera persona. Primeras impresiones de una ciudad más europea que española. La tristeza que me deja encontrar tapiada la gatetxea, con restos de gente que ha tenido que marcharse de repente. Recuerdos de una vida que no he vivido. Trozos, restos que dejan ver la luz y que siguen gritando pero que gritan derrota.

Los balcones de colores que declaran refugio y futuro. La chica que lee en voz alta en mitad de la plaza y en la que nadie gasta tiempo en escribir. “Dinero para viajar”, invita. El Guggenheim que se levanta ante nosotros y me deja boquiabierta. El parque altísimo que nos deja ver la ciudad y Eme que nos cuenta y nos cuenta y nos cuenta.

Las calles pequeñas, los helados carísimos, el río más vacío que otras veces, el puente que invoca el miedo a caer y las ganas de saltar. Músicos callejeros que nos regalan vida. Cada pintada de la pared. “No huyas de ti”

Llegar a la casa de la compañera de piso de la amiga de la amiga de A y descubrirnos intrusos y descubrirnos riendo y encontrar la forma de quedarnos y cenar los cinco juntos en torno a la mesa pequeña del salón en el suelo. Los 12 litros de alcohol. Cómo van bajando y cómo nos va subiendo y cómo de pronto todos los juegos se me dan mejor. A las 3:20 vamos queriendo parar de dar vueltas y a las 10:45 el sol sigue sin salir, aunque es una ciudad que debe permanecer nublada, y saltamos de la cama por el exceso de horas dormidas.

Llevaba todo el año rogando por caer aquí y me he descubierto levantándome hoy en una cama de matrimonio ajena en la que no hemos confundido amistad y sexo. Hemos vuelto al parque más alto de la ciudad, que es un poco como el de «500 días juntos», y hemos comido los cinco por penúltima vez compartiendo los restos de la cena.

Siento esta ciudad como un universo aparte donde lo personal es político y donde en cada segundo ocurre algo grandioso.

Vuelvo a estar en otro bus inesperado, huyendo de las ganas de quedarme a vivir aquí. Sólo necesitaría una noche más para estar convencida del todo. En mi cabeza resuena la ciudad narrada, y me muero de sueño pero no quiero cerrar los párpados, quiero grabar a fuego en mi cabeza cada trocito de tierra.

Ya dormiré cuando llegue a casa, aunque esta ciudad me ha dejado el vacío horrible/maravilloso que te deja un libro cuando lo terminas. Me he sumergido hasta el fondo, aunque no hemos visto mar en ningún momento.

Renuncio al sol, me quedo con la niebla del norte que aclara mi cabeza. Ahora lo veo claro: la luz siempre viene de dentro.

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