Recuerdo que de niño mi juguete preferido era un espejo, que se encontraba en la sala de la casa. Aún ahora que lo recuerdo, nunca sabré por qué este se hallaba en el piso, recargado sobre la pared, en lugar de estar colgado en la misma, como hubiera sido lo normal. Gracias a esto, al colocarme enfrente, el piso se veía como un gran tobogán, por lo que me acostaba y rodaba alejándome de él. En realidad puedo asegurar que, durante esos breves instantes, sentía y disfrutaba la emoción del momento. Sin embargo, lo que más me gustaba era convivir con mi amigo que se encontraba preso dentro del espejo.

Él era mi fiel compañero; reía cuando yo lo hacía y lloraba a la par mía. Era la única persona que en verdad me entendía. Imitaba todos mis movimientos y festejaba mis bromas. No era necesario que lo llamara. Bastaba con pararme frente al viejo espejo para que él apareciera de inmediato, y cuando tenía que irme, no debía siquiera despedirme; con darme la vuelta era suficiente para que desapareciera. Nunca faltaba a nuestro encuentro. Era cómplice de mis travesuras y mi confidente perfecto.

Un día, me invitó a conocer su mundo. Me pidió que me metiera en el espejo y prometió que me llevaría a lugares lejanos y exóticos, donde jamás había yo estado antes. Pero para ello, me confesó, debía yo renunciar a mi vida como hasta ahora la conocía. No volvería a convivir con mis papás, solo los vería por las mañanas, cuando ellos se miraran en el espejo, y no habría interacción alguna. Me libraría de ir a la escuela y a misa los domingos. Lo que más me dolía era que no volvería a ver a la dulce Gaby. Temía olvidar su sonrisa y los tiernos hoyuelos que se le formaban cuando, por las mañanas, me sentaba junto a ella en el bus escolar. Tanta era la insistencia de mi amigo, que un día se reveló y adquirió personalidad propia. Ya no arremedaba mis movimientos ni festejaba mis bromas. Su mirada se volvió inquisitiva y sus ademanes desafiantes.

Una mañana, mientras desayunábamos, se me ocurrió comentarles a mis papás la existencia de mi amigo, y la propuesta que me había hecho de conocer su mundo. Recuerdo muy bien la mirada que mi mamá le dirigió a mi papá, a la vez que le decía:

—Te dije que algo andaba mal con el niño, pero como siempre, nunca me haces caso.

Ese día, cuando retorné de la escuela, el espejo se encontraba ya colgado de la pared, muy lejos de mi alcance. Aún subido en una silla no alcanzaba yo a situarme frente a él. Entonces decidí buscar a mi amigo en otros espejos, pero todo fue inútil. Recorrí todos los baños de la casa, la cómoda de mi mamá en su recámara donde acostumbraba arreglarse cada mañana, y hasta el cuarto de visitas, donde había un moderno espejo, pero él había desaparecido por completo; nunca volvía a ver a mi amigo. Lo más curioso es que ni siquiera lograba yo verme reflejado; como si no existiera.

Traté, entonces, de continuar con mi vida, pero no lograba olvidarlo, hasta que un día, jugando en el patio de mi casa con una pelota, me topé de frente con él, solo que esta vez no tenía rostro ni facción alguna. Era, más bien, una película sin color proyectada sobre la blanca pared. Se movía otra vez en sincronía conmigo, como si hubiera olvidado nuestras viejas rencillas. Dependiendo cómo me colocaba yo respecto al sol, parecía crecer y achicarse, y donde no pegaba su luz, desaparecía por completo, como si le temiera a su luminosidad.

Pero las cosas ya no eran como antes, cuando bastaba con que me situara frente al espejo para que él apareciera. Ahora, tenía yo que esperar que saliera el sol para ir a buscarlo. No podía verlo dentro de la casa, solo lo hacía afuera; en el patio.
Esto no me importaba, bastaba con saber que él había regresado, y que otra vez tenía un amigo confidente con el que podía compartir mi vida.

Todo iba muy bien hasta que mis papás decidieron darme un hermanito. Pensaron que, de esta forma, yo tendría con quien jugar, olvidándome de, según ellos, inventarme amigos secretos.

Aunque nunca les platiqué que había reencontrado a mi amigo, supongo que mi comportamiento les dio indicios de que esto había pasado. 

Debido a esto, decidieron llevarme con un psicólogo infantil, quien, después de realizarme varias sofisticadas y detalladas pruebas, les dijo que era normal que muchos niños se inventaran amigos imaginarios, y que esto se debía, en la mayoría de los casos, a la falta de atención por parte de los padres, lo cual era más común cuando ambos trabajaban, como era el caso de mi familia. Les recomendó que lo mejor, era darme un hermanito con el que pudiera yo jugar.

Yo no estaba convencido de que esto fuera bueno para mí, pues si de por sí la atención que recibía de mis papás era muy poca, ahora tendría que compartirla con alguien más.
Conforme pasaban los días, mi amigo empezó a cambiar de actitud, insistiendo, una vez más, en que debía yo entrar en su mundo; juntos nos divertiríamos mucho, él me aseguraba que yo no me arrepentiría de la decisión.
A medida que pasaba el tiempo, la llegada de mi hermanito se acercaba, y la atención que yo recibía cada vez era menor.
Nuestra casa era pequeña, por lo que tendría yo que compartir mi cuarto con mi hermanito. Esto no me gustaba mucho, sobre todo porque, sin tomar en cuenta mi opinión, modificaron toda mi recámara, y el mayor espacio y mejor ubicación, se la asignaron al nuevo inquilino que llegaría a nuestra familia.

Cansado de solo poder ver a mi amigo afuera de la casa y cuando había sol, decidí buscarlo en su antiguo escondite. Tomé una escalerilla que mi mamá utilizaba para alcanzas cosas en la despensa, y logré, así, pararme frente al viejo espejo, temeroso de que mi amigo no se encontrara ya ahí. Mi emoción fue enorme cuando lo encontré donde solía verlo. Platiqué largo y tendido con él, quién terminó convenciéndome de que lo mejor para mí, dadas las condiciones actuales, era acompañarlo a su mundo, y que para que esto pasara, debía subirme a la azotea de la casa y dejarme caer, donde él me rescataría, llevándome a conocer su mundo.

Hoy vivo con mi amigo, y a pesar de que no puedo sentir el calor del cuerpo de mi mamá al abrazarla, estoy con ella todo el tiempo, y lo más importante, puedo pasar todo el día con la dulce Gaby, aunque ella no me vea, disfrutando sus sonrisas, con aquellos hoyuelos que se le forman en su linda carita.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS