¡No me toques las narices Jerónimo! Cualquiera que hubiera visto a Rosario hablándole a su imagen reflejada en el espejo, habría pensado que le faltaba un tornillo. Había veces que también ella lo pensaba, pero sólo era una forma de tratar de no creer lo que veía. A su Jerónimo, que llevaba muerto dos meses.
Y hacía exactamente dos meses que ella lo veía, justo desde que volvieron del cementerio. La familia regresó cada uno a su casa y ella se quedó sola con sus recuerdos, o eso creía ella, hasta que se puso a limpiar para no pensar y al llegar al viejo espejo de su habitación se llevó el mayor susto de su vida.
Allí estaba su Jero, con las manos en los bolsillos y un palillo entre los dientes, como siempre, como la primera vez que le vio en las fiestas de su pueblo.
Dio un respingo y se santiguó, recitando un “Ave María purísima” mientras que sin dejar de mirar el espejo retrocedía hasta salir al pasillo y cerraba la puerta de golpe. “Ave María purísima sin pecado concebida” volvió a recitar. Y se fue a la cocina, se sentó en una silla y dio comienzo a toda una letanía. Cuando terminó se santiguó de nuevo, y muy despacito regresó a su habitación.
Abrió con cuidado la puerta chirriante, y asomó la cabeza. Como desde allí no llegaba para ver el espejo, hizo de tripas corazón y se acercó. ¡No había nada! ¡Señor, estaba volviéndose majara! Suspiró aliviada y recogió todos los utensilios de limpieza que había dejado tirados cuando salió de estampida.
Al llegar la noche, triste y aburrida decidió acostarse, y cuando sentada en la cama se quitaba los calcetines, levantó la vista y allí estaba de nuevo. Con aire socarrón la miraba sin quitarse el palillo.
¡Coñe Jerónimo, que tú estás muerto! ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué me muera yo también para no estar sólo ahí?
Jerónimo le dijo adiós con la mano y se esfumó.
Y desde ese día, raro era el que no se le aparecía dos y tres veces, todas las que pasara por su habitación antes de acostarse. Estaba empezando a acostumbrarse a su compañía pero comprendía que algo quería Jerónimo y debía averiguarlo.
Así que esa mañana se acercó a la iglesia y habló con el señor cura. Y él le dijo que seguro que eran imaginaciones suyas, que entendía que se encontraba muy sola, pero que a lo mejor Jerónimo desde el cielo quería que le hiciera alguna misa.
Y ella le hizo, no una, sino tres misas. Y Jerónimo siguió apareciéndose todos los días.
Así que esa mañana, cuando apareció en el espejo le dijo “No me toques las narices, Jerónimo. Si quieres decirme algo dímelo de una santa vez, pero no me vuelvas loca” Y muy enfadada se marchó a la cocina.
Aquella noche soñó con su marido. Se acercaba a ella, y le decía “Acuérdate de Torrijos, cordera mía” ella le miraba con gesto extrañado, y él le hacía un guiño picarón.
De ese sueño pasó a otros, regañaba con Eulalia porque su gallo se había vuelto a meter en el corral, iba a la capital a ver a sus nietos, pero el único que recordaba cuando se despertó por la mañana era el de su marido.
Llamó a su hija, con la excusa de preguntar por la salud de todos, y de paso le contó el sueño.
-¿No fue a Torrijos donde fuisteis cuando hicisteis las bodas de plata?-le preguntó su hija.
-¡Ahí va Dios! Se me había olvidado. Si allí fuimos, lo bien que lo pasamos, hija-recordó.
-Pues eso madre, que te acordaste de lo bien que lo pasasteis. Por eso has soñado con ello.
Y siguieron hablando de cosas intrascendentes hasta que decidió que ya había gastado muchos cuartos con la llamada y terminó la conversación.
Torrijos rondó por su cabeza durante todo el día, y después de la novela de la tele, se fue para su habitación. Miró al espejo pero Jerónimo no estaba allí. Abrió el armario y rebuscó en el altillo, hasta que encontró un álbum de fotos con las tapas gastadas.
Se sentó en la cama, y comenzó a pasar hojas buscando las viejas fotos que les hizo Pablo, el hermano de su marido, al que se llevaron a Torrijos porque Jerónimo no quería dejar sólo. Le daba miedo que hiciera alguna tontería con esa cabeza a pájaros que tenía.
Por fin las encontró, las miró con cariño, mientras se limpiaba las lágrimas con el pañuelo. Se detuvo en una donde estaban los dos, ella muy sonriente y su marido, seriote como siempre pero con esa mirada guasona que le caracterizaba.
Al fijarse en ella observó que un trocito de papel sobresalía por debajo de la foto. Con extrañeza levantó la fotografía y encontró una hoja doblada con cuidado. La desplegó y vio que era una póliza de seguro.

Sentada en el pasillo, hablaba por teléfono con su hija-Así que te han dicho en el banco que padre se hizo esa póliza hace quince años, y que te corresponden cincuenta mil euros. ¡Madre eso es una fortuna! ¡Eres rica! ¿Qué vas a hacer con tanto dinero?
-Pues lo primero, comprar una tumba para meter a tu padre, en vez de en ese nicho tan estrecho, y para mi, así estaremos los dos juntitos. Y luego irme a una residencia, es lo que tu padre hubiera querido hacer-le contestó muy segura.

Colgó el teléfono después de escuchar con paciencia las recomendaciones de su hija y se fue a su habitación.

En el espejo estaba Jerónimo esperándola. Le sonrió y él le devolvió la sonrisa con uno de sus guiños y desapareció para siempre.

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