Empecé a enamorarme de Galicia cuando era una adolescente.
Soñaba que algún día iría a aquel lugar verde, muy verde. Un lugar donde la brisa acaricia, donde la niebla y la lluvia bañan la tierra y las fragancias embriagan.
Un lugar donde el tiempo parece haberse detenido, donde todo puede ser idílico.
La recorrería andando. Galicia hay que andarla sin prisa, meterse en sus entrañas, escudriñarla.
Recorrer sus caminos admirando sus paisajes, aspirando sus aromas. Andar sin medir el tiempo, disfrutar del camino sin nada que te apremie, sin prisa por llegar. Solo andar, mirar, sentir, soñar…
Sueños de una adolescente romántica y soñadora que veía lejanos y difíciles de realizar. Algún día, tal vez…
Tendrían que pasar los años. Dejar que mis hijas crecieran. Ellas serían mi motor, mi guía.
Un verano, sin pensarlo demasiado, nos pusimos a ello. Organizamos el viaje, reservamos albergues, nos preparamos el equipaje y emprendimos el camino.
EL CAMINO
Nuestra idea es andar sin prisa, llenándonos los ojos de formas, de colores, llenándonos de sensaciones.
Salimos muy temprano. Apenas dejar la población empezamos a adentrarnos en unos bosques impresionantes, sendas estrechas de inmensa vegetación.
La niebla nos acompaña hasta bien entrada la mañana. La sensación es indescriptible. Los olores a humedad, a tierra mojada, a musgo, a eucalipto nos llenan los pulmones, inspiramos fuerte para llenarnos bien de esos olores. ¡Que maravilla, que mezcla de sensaciones tan agradables!
Pasamos por granjas, muchas granjas. Allí los olores son a animales, a excrementos, a heno, alfalfa…incluso estos olores tienen también su encanto.
Las vacas están al lado del camino, nos miran, deben de estar acostumbradas al paso constante de humanos.
Nos detenemos, después de un rato observándolas, observando cómo están de llenas sus ubres…continuamos el camino.
Pasamos por pueblecitos donde las casas son de piedra y adobe, con porches y parras que les dan sombra y al lado gallineros, establos con ovejas, cabras, caballos…nos parece como si de repente estuviéramos en la edad media, como si el tiempo se hubiera detenido aquí mismo.
A medio día llegamos a nuestro destino.
Al amanecer nos sentimos renovadas y con ganas para continuar. De nuevo nos adentramos en bosques de infinita belleza. Los helechos bordean el camino, la hiedra se enreda en los árboles cubriendo por completo su tronco.
Seguimos nuestro camino maravillándonos de todo lo que la vista nos regala, de todas las agradables sensaciones que el cuerpo percibe, maravillándonos incluso del silencio, porque incluso el silencio nos parece bello.
Allá en lontananza se divisa nuestro próximo destino.
Hoy serán 30 km los que tenemos que andar. Tengo miedo de que el agotamiento nos venza a alguna de las tres.
La desmotivación desaparece cuando empezamos a adentrarnos de nuevo en los bosques.
Pasamos por lugares donde es tanta la espesura que las ramas de los árboles que bordean el camino se abrazan formando un techo abovedado. Es precioso.
La niebla, como todos los días, vuelve a ser nuestra aliada. La sensación provocada por la humedad, es tan agradable que nos olvidamos de todo lo que nos queda por andar.
Simplemente nos dejamos embriagar por tanta belleza.
Son muchos los hórreos que encontramos en el camino. Casi todas las casas tienen el suyo propio. Siempre que he imaginado Galicia he visto eso, casas de campo construidas de piedras, con sus establos, sus animales, sus hórreos, su humedad, su vegetación inmensamente verde, su niebla.
Puedo observar con mis propios ojos todo aquello que mi imaginación ya me había dibujado y comprobar que Galicia es así, bella, infinitamente bella.
Es fácil soñar y viajar en el tiempo teniendo ante nuestros ojos un escenario tan bello.
Pasamos cerca de un riachuelo, nos miramos, no hace falta decir nada, sonreímos y nos desviamos del camino.
Nos sentamos sobre la hierba al lado del río, nos descalzamos y metemos los pies en el agua. Un placer para nuestros pies doloridos.
El río esta plagado de libélulas de un azul eléctrico, son preciosas. Se posan encima de nosotras, de nuestros pies, de nuestras piernas…
Pasan grupos de peregrinos que sonríen y nos saludan: -¡Buen camino!- ¡Buen camino!
Hay un ambiente constante de cordialidad y compañerismo.
Sin darnos cuenta llegamos a nuestro destino sin que nos venza el agotamiento. Ha podido más la satisfacción, el placer de todo lo vivido, todo lo descubierto, todo lo aprendido…
Describir el paisaje, la admiración, fascinación, la infinidad de adjetivos que se puedan utilizar sobre el camino hasta la próxima población, sería más de lo mismo.
Bosques y más bosques, olor a tierra mojada, vegetación, riachuelos, niebla, bienestar, sensación de paz, de libertad, de ser pequeñas en un mundo infinitamente grande.
Sentir que no somos nada, algo insignificante ante tanta magnitud.
Y así, admirando la inmensidad que nos rodea, llegamos a nuestro destino.
Mañana será nuestro último día de camino.
No nos levantamos con la misma alegría de los días anteriores. Nos invaden una mezcla de emociones y un sabor agridulce.
Por una parte está la satisfacción, el orgullo y la felicidad de haber realizado nuestro sueño, de comprobar que era mucho más bonito aún de lo que habíamos imaginado.
Por otra parte la tristeza de pensar que nuestro sueño ha terminado.
No podemos permitir que nos venza el desanimo, aún no, aún nos queda el último día de camino, aún tenemos la oportunidad de gozar del paisaje, de la naturaleza, de mirar a nuestro alrededor y ver solamente árboles inmensos que han crecido sobre un suelo cuajado de helechos y musgo.
De pasar por puentes, pueblecitos medievales, y dejar volar nuestra imaginación y retroceder en el tiempo .
Ya no pararemos hasta llegar a Monte do Gozo y emprender la bajada que nos llevara al fin de nuestro destino: Santiago.
Poco a poco vamos regresando a la realidad, dejamos de ser dueñas de nuestro tiempo.
Dejamos Santiago y dejamos aquí un pedacito de nuestro corazón. Convencidas, no obstante, de que algún día volveremos. Convencidas también de que se puede llegar DONDE TUS SUEÑOS TE LLEVEN.
Paqui Cayo Gil.
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