El refugio era pequeño, pero acogedor: tan solo dos estancias y un baño, pero sus paredes, revestidas de madera, aportaban calidez al lugar. La decoración era sobria, pero suficiente. Una chimenea presidía la habitación más grande; en torno a ella, cada noche, hundían sus cuerpos cansados Ruth y Marcos en el mullido sofá, satisfechos por el esfuerzo realizado durante el día. Conversaban plácidamente, en torno a una taza de hierbabuena, arropados ambos por una manta de lana. Hablaban de la vida, de la familia, del paso del tiempo, de los egos, de los sueños no alcanzados, y de los alcanzados también, de lo que hubiera sido si, de lo que pensaban que eran, de lo que sentían; de sus miedos, de la confianza un día quebrada y de la superación, pese a las adversidades.

Aquella gélida mañana se despertaron temprano, como era costumbre cuando pretendían ascender hasta el Belchen. Pese a que era octubre, el invierno se había adelantado en aquella ocasión y el frío matutino se coló en los pulmones de Marcos cuando abrió la puerta del refugio con intención de respirar aquel aire puro. A la siete menos cuarto, en silencio y medio dormidos aún, se calzaron las botas, se pusieron ropa ancha y cómoda, impermeable y de abrigo, y, como casi siempre, desayunaron una taza de leche con café bien caliente y unas tostadas. Tenían ya preparadas sus mochilas desde la noche anterior.

-¿Te sientes con fuerzas?- preguntó Marcos posando sus ojos verdes en los de su compañera de viaje.

– No demasiadas, contentó Ruth, con expresión cansada, alzando levemente el rostro, hundido en la humeante leche caliente, pero es nuestro reto, y hemos de intentarlo.

– Lo conseguiremos, afirmó con vehemencia y con su habitual optimismo Marcos, mientras una amplia sonrisa cómplice se dibujaba en su rostro.

 

Cuando abandonaron el refugio, el sol brillaba en el horizonte, iniciando con pereza su lento ascenso e iluminando en su recorrido las gotas de rocío suspendidas en la hierba. Caminaban sobre hojas secas, les gustaba el despertar del campo, la luz matutina, el crepitar de las pequeñas ramas a su paso. Como antaño, como siempre, entrelazaron sus manos, ya arrugadas, e iniciaron la marcha. De ese modo, agarrados el uno al otro, la pendiente de los senderos disminuía y el ascenso se tornaba menos duro. Era su peculiar forma de afianzar el vínculo, de acompasar sus pasos a su paso por la vida, de sentirse seguros en medio de la nada, en medio de aquel valle en cuyo extremo se erigía el majestuoso monte, lejos del bullicio, en medio de una soledad buscada.

Ruth miraba de soslayo a Marcos. Pese al paso del tiempo, conservaba su porte elegante y atlético, aunque su caminar era algo más lento y su espalda se había encorvado mínimamente. Marcos seguía pareciéndole fuerte, de cuerpo y de espíritu; sobre todo de espíritu, siempre alegre, pese a los zarpazos de la vida. Ruth continuaba admirándolo y, para sus adentros, se decía que aquello era lo que mantenía viva la llama de su sentimiento por él.

Ascendieron el camino, cada año más costoso, comprobando cómo, poco a poco, el horizonte, los pueblos y aldeas de alrededor, las laderas y los montes lejanos se empequeñecían y hasta se desdibujaban, de la misma forma en que ellos mismos se iban confundiendo y desdibujándose con la bruma que los envolvía a medida que avanzaban por el sendero. Les gustaban los paseos matutinos y otoñales, el olor al campo húmedo, el verde intenso del verano, en todos sus matices, dejando paso a los ocres, castaños, rojos y amarillos que teñían ya el paisaje en aquel momento del año.

En lo alto ya del monte, casi cumplido el reto, hallaron su rincón de antaño, el de siempre, y se sentaron sobre unos troncos cortados a contemplar el paisaje y tomar aire tras el esfuerzo. Así sentados, en medio del apacible silencio, se oyó un pequeño quejido, un rumor apenas…y la mano de Marcos dejó de apretar la de Ruth.

Y entonces sonó el timbre. Ruth despertó, sentada en su mullido sofá, en torno a la chimenea, sosteniendo en su regazo un montón de recuerdos en forma de fotografías de sus viajes al monte Belchen.

                        MONTE BELCHEN – SCHWARZWALD-ALEMANIA

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