La Fábrica de Humo

La Fábrica de Humo

Alejandro Little

19/06/2016

A varios kilómetros de la ciudad, en el cinturón industrial, se encuentra la Fábrica de Humo. Es un edificio sobrio, alto y rectangular. Aburrido al fin y al cabo. Pero el arquitecto hizo un buen trabajo integrando de forma ingeniosa la red de tuberías que se alzan hasta la Gran Chimenea,  dándole un aspecto bastante moderno e innovador.

Desde una de las plantas de gerencia, Javier limpia la sangre todavía fresca de su pluma. El cadáver de su inmediato superior está aun postrado en su escritorio. No es mas que una forma poética de hablar, claro. Lo único que ha hecho es aportar su firma a los resultados de la subcomisión que investigaba a su actual supervisor y que le supondrán el despido inmediato por negligencia, aparte de una mas que posible promoción de Javier. En los pisos superiores, los de la directiva, donde los negocios y la política se confunden, si que hay sangre y muerte de la de verdad. Y extorsión, secuestros y amenazas. Un pez gordo había sido detenido por la policía dos días antes por posesión de pornografía infantil en su ordenador (curioso, pues apenas sabía encenderlo) y había provocado toda una serie de luchas laterales para moverse hacia arriba. Javier quiere aprovecharse del caos todo lo posible.

Se oye un grito en el exterior y un cuerpo cae desde los pisos de arriba. Será catalogado como accidente laboral. Javier sonríe y mira al exterior por su ventana. Varios camiones se acercan a la entrada de mercancías desde la ciudad. Algún día tiene que enterarse de qué produce exactamente la empresa, aunque sea para tener una respuesta cuando su mujer le pregunta.

Augusto sale a recibir a los camiones de combustible. Mediante indicaciones, echa una mano al conductor para colocar la carga en la posición adecuada. ¡Como había crecido la empresa! Hace no  tanto tiempo con una carretilla y una pala era suficiente. Ahora habían tenido que modernizar la flota para poder descargar directamente. Con un gesto de la mano avisa a su compañero, coge la pala que hay en el lateral y señala con el pulgar arriba para dar el visto bueno. El contenedor empieza a inclinarse mientras las puertas se abren automáticamente con un chirrido. Millones de euros caen sin control en el depósito  que comunica directamente con los procesadores de la Fábrica de Humo. Algunos billetes, aunque están fuertemente atados entre ellos, consiguen separarse y, liberados del peso de sus compañeros, intentan un vuelo efímero hacia la libertad. Las monedas mas hábiles aprovechan su cuerpo metálico para salir rebotadas hacia el exterior y, con gran dosis de equilibrio, emprender la huida rondando por el parking. Todo es inútil. Augusto caza a los fugitivos con la pala y los devuelve al depósito. Hubo un tiempo, cuando empezó a trabajar aquí, que le entristecía ver tanto dinero condenado a las inmensas calderas de la Fábrica, pero ahora ya se había acostumbrado y ejercía su trabajo de forma mecánica. Quieras que no, así funcionan las cosas, y él no es nadie para cambiarlas.

Desde el departamento de informática, situado en la planta baja, se puede oír todo el jaleo de los transportistas. Eva resopla y se queja en voz alta “¡Así no hay quien se concentre!” Álvaro, el becario, gruñe un poco y sigue trabajando. Al final Eva decide levantarse y pasear un poco por la estancia. Entre todo el gigantesco entramado de directores, subdirectores, gerentes, subgerentes, comisionados, asesores, supervisores, asesores de supervisores y demás, ellos dos son los únicos que técnicamente producen algo en la empresa. Le parece injusto que estén confinados ahí abajo. Pero todo es tener paciencia: cuando se contrate a un nuevo becario, Álvaro ascenderá a su puesto actual, y ella podrá ir al piso de arriba como Apoyo de Asesores de Supervisión Técnica. Álvaro es un tío listo y lo promocionarán pronto. Suya fue la idea de solicitar una partida para consultoría externa, con la que contratan a una empresa india (el fast-food de la informática) que hace los trabajos mas rápidos y baratos. Ellos solo se encargan de comprobar lo que les llega y corregir algunos errores.

Apoyada en la pared, Eva observa como los tubos envían desde sus ordenadores la última versión del programa hacia las salas superiores. La imagen de los conductos, deformándose conforme avanza su abultada carga, le resulta tan hipnótica como desagradable. Parecen una serpiente haciendo la digestión.

Impulsado por el dinero recién llegado a las calderas, las plantas de administración, el corazón de la Fábrica de Humo, laten con nuevo brío. Las paredes se contraen y dilatan. Multitud de tubos, algunos finos como venas, otros amplios como arterias, se iluminan y apagan al paso del metrónomo de la fábrica, al mismo tiempo que suministran y devoran material. Los trabajadores se adaptan y redoblan sus esfuerzos hipnotizados por el ritmo, como si se tratara del tambor de una galera. Sol, Pedro, Lucía y los demás de su equipo se afanan en redactar documentos para solicitar subvenciones,  licitaciones, concursos  y demás ayudas públicas o privadas que sirvan de alimento a la Fábrica. El equipo de María, mientras tanto, ha recibido el proyecto terminado de la planta de informática. Pulsando un botón, el programa se convierte en una cajita idéntica a otras muchas. Después se les pondrá embalajes distintos. Poco importa si funciona o no, el objetivo de su equipo es que, en el rarísimo caso de que se recibiera una inspección, poder demostrar mediante documentos irrefutables que su producto cumple exactamente los requisitos por los que se recibió la aportación económica.

Engordados con su carga definitiva, los tubos de la sala de administración serpentean hacia el techo, perdiéndose en una maraña oculta por los escapes de humo. Arriba del todo, en la última planta, todos se unen a la Gran Chimenea, que escupe ininterrumpidamente el humo tóxico, esparcido aquí y allá por el viento. Por suerte el arquitecto hizo un buen trabajo. Visto por un espectador poco observador, parecen nubes.

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