Con tu nombre,
citado un miércoles caluroso,
y alguna vez
figurando en mi órbita escorpiana,
te abro una cuenta galáctica,
para que gires,
y te traslades,
en forma de beso,
hacia mi boca.
Un cinturón de vaivenes emocionales,
surca el campo minúsculo,
en el que se extiende,
el momento.
Adueñándose,
de intensidades,
y variantes reales,
que hacen a la repetición,
de nuestra idónea introspección bucal.
De inseguridades gruesas,
como un tronco de sauce,
de noches sin ser correspondido,
por un sueño,
que queriendo,
se encerró en Alcatraz.
La nocturnidad,
pasajera,
respetuosa del sentido horario,
me brinda seriedad ante la palabra,
y la posibilidad escapista,
de poder hipervincularlas,
para decir de manera indirecta,
lo mucho que te deseo.
Ya casi con las manos en el fuego,
no me queda otra que anclar,
y serle fiel al timbreo,
de corazón a corazón.
Temblando detrás de la coraza,
dibujo las paredes,
con carbones,
que han quedado de pasiones,
y amores pasados.
Esta vez,
pruebo un resguardo.
En tu intento de conquista,
estaqueas tu bandera en mi terreno,
a lo que yo no pongo ninguna imposición,
ni me ofendo.
Persigo la obviedad,
y cuan pájaro carroñero,
logro divisar tu intención,
y con ella,
mi poca resistencia.
Rápido,
y consecuentemente doloro,
percibo como un alud,
un zarpazo similar al de un felino,
que aterriza en mi esternón,
dándole a mis manos el poder,
de copiar tu identidad,
en un corazón.
Quizás,
el suplicio sea una señal,
algún sonar de alarma,
un aviso de curva,
o también,
una angustia que afloró.
O quizás,
seas vos,
y lo que siento,
sea amor,
en forma de desprendimiento,
con ruido a tiro.
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