Aquí, mirando al horizonte por estos cristales, he buscado a menudo en mi interior. Aquí, de espaldas a la puerta,  he pasado gran parte de mi vida.

Ya había comenzado mi travesía ahí afuera cuando, de alguna manera, la realidad me cambió los planes. Lo acepté sin mucha oposición, llevado por la llamada desesperada y apasionada de otra persona. La pasión es tan contagiosa…

Asumir el peso de una responsabilidad no siempre buscada. La soledad de las decisiones sin más discusiones o argumentos que los que puedo encontrar en mi cabeza. Resistir al temporal sabiendo que habré de ser el último en abandonar el barco y que estoy fuera de mi ruta… Siempre con esta soledad que no puedo compartir.

Ha habido más que soledad y malos momentos a bordo. Alegres singladuras y grandes logros, a los que me aferro para no soltar el timón,  para no darme la vuelta, abrir la puerta que está a mis espaldas y cambiar de rumbo.

Frente a la ventana de mi oficina he meditado, he soñado, he llorado y he reído. He perdido siempre mi mirada buscando una respuesta ahí fuera, un asidero en el horizonte, en las nubes que mudan lentamente. En alguna ocasión la encontré. En muchas otras, solo vi el tiempo pasar.

Aquí, apoyado en este alféizar, he celebrado los minutos previos a cada gran viaje, viendo el tiempo que me habría de acompañar.

Aquí he esperado las horas tensas previas a un desastre, en silencio, pensando cómo volver a levantarme después de la tormenta.

Aquí he llorado despidiéndome de ella cuando me dejó, reviviendo los momentos que me hicieron feliz, cediendo a la belleza de los recuerdos.

Aquí he tomado las grandes y pequeñas decisiones que me han hecho lo que soy.

Ahora quiero abandonar este lugar, recuperar mi vida perdida. Quiero regresar al lugar de donde vengo, al otro lado de esta ventana. Todo habrá cambiado ahí afuera, pero tampoco yo soy el mismo.

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