Nervios, prisas, felicidad, incertidumbre, satisfacción, intriga… son algunos de los términos que podría usar cuando llega el día que has esperado durante cinco años.
Después de horas de viaje en el tren, metro, bus. Después de horas en clase, en la biblioteca, en la cafetería haciendo trabajos. También después de conocer gente nueva y salir de fiesta – no hay que negarlo- Llega ese día en el que miras atrás y ves que estás subida en unos tacones – que no controlas- con un vestido nuevo, la plancha del pelo enredada haciendo ondas y kilos de ilusión encima de tus hombros.
Es ese día en el que echas la vista atrás y te das cuenta que has terminado tu carrera, que has acabado todos esos exámenes, trabajos de grupo, prácticas de última hora y estás a unas horas de subirte a recoger un título que representa simbólicamente que has concluido, lo has logrado y que ahora empieza lo mejor y lo peor.
Ves en ese momento las caras de ilusión y alegría de tus familiares y amigos. Ellos saben lo que te ha costado y lo que has sufrido. Bueno y siendo sinceros, lo que te han sufrido ellos a ti… Terminas de arreglarte, llegas a una sala enorme donde ves más caras radiantes, expectantes y nerviosas. Fotos, videos, regalos, abrazos. Consigues sobrevivir al momento de subir, recoger, posar y bajar sin caerte de los tacones. Un logro más a tus espaldas, el día no puede ir a mejor.
Lo celebras, lo disfrutas, sales de fiesta y te pones “contentilla” ya sabéis…
Recopilando todo, se convierte en uno de los días más felices de tu vida, quizás hasta el mejor de todos.
Te espera un verano por delante estupendo porque además te has esforzado durante el último año y has conseguido no tener que ir a Septiembre. ¿Ahora viene lo bueno no?
Pero entonces recuerdas una cosa. Mientras estudiabas, hacías prácticas y trabajabas los fines de semana, habías escuchado de fondo algo de una crisis que afectaba el país. Tú sabias que estaba ahí, de hecho querías aprobar a toda costa porque sabías que al año siguiente llegaba un tasazo que no estabas dispuesta a que tus padres tuvieran que pagar y por eso estudiabas como una loca. Pero hasta el momento tu eras una SI SI, sí estudio y sí trabajo. No va tanto contigo…
Llega el verano y decides descansar y hacer algún viaje con tus ahorrillos, ¿te lo mereces, no? Cuando te das cuenta, ha pasado el verano y tú sigues sin encontrar una oportunidad relacionado con lo tuyo. Es entonces cuando empiezas a familiarizarte con los NI NI, ni estudias ni trabajas pero piensas, bueno yo ya estudié.
No basta, los idiomas. Venga me apunto a inglés y alemán. Total, tengo tiempo de sobra.
Qué tengo que hacer para empezar? Me conformo con una beca, unas prácticas… algo, por poco que sea…
Vas comparando y el panorama ves que es igual de desalentador para muchos compañeros de generación – la generación perdida – Vaya, menuda me ha tocado piensas. Entonces te cabreas, te desanimas y quieres tirar la toalla. Por suerte, al menos en mi caso, tienes una familia que te apoya y decides salir para adelante. Vuelves a empleos temporales que tenías cuando estudiabas, dependienta, azafata, teleoperadora, no quieres suponer encima un gasto en casa. Pero piensas que no es justo, has estudiado una carrera y quieres dedicarte a una profesión, ¿cómo lo hago? No quiero ser de la generación perdida, me niego a ser una causa perdida.
Puedes hacer una beca, genial te apuntas. Descubres que tienes que estudiar algo más para hacer prácticas, un convenio lo llaman. Te matriculas y comienzas pero OH OH, no hay dinero para pagarte. Te encuentras entonces haciendo una beca, estudiando un curso y trabajando por temporadas para poder pagarte ese curso.
Vas a una empresa de trabajo temporal, ves el histórico y averiguas que antes de la crisis no paraban, siempre había trabajo para ofrecer. La gente llama a la puerta, no hay amigos.
Intentas empatizar, escuchar, ayudar y trabajar todo lo posible para esa gente. Llegas a casa mal porque no hay empleo, de hecho tú no tienes un empleo como tal.
Ves a madres que no tienen casi para pagar la comida de sus hijos, a empresarios que antes llamaban demandado empleados para sus fábricas y que ahora son ellos quienes demandan empleo. Recapacitas sobre esto último, ¿cómo será la vida ahora para ellos? ¿Cómo afrontas pasar del éxito a la necesidad? Debe ser especialmente duro y tú poco puedes hacer.
También te enfrentas a los jóvenes de tu edad que en su día decidieron no estudiar y se jactaban delante tuya porque en la construcción ganaban 3000 euros al mes. Vaya, acabamos de nuevo frente a frente, los dos sin trabajo. Pero decides continuar y ayudarles, al final y al cabo no es todo culpa suya.
Continúas preguntando y observando. Tienes que decir hasta pronto a amigos que prueban suerte fuera, en el extranjero. De hecho algunos todavía no han vuelto.
Terminada la beca y con la ilusión de tener una oportunidad después de haber adquirido algo de experiencia, emprendes de nuevo la búsqueda. Mala suerte, la crisis no se ha ido amigos y tras unos meses consigues, y dando gracias, otra beca. Al menos en esta te pagan, poco, pero te pagan y dices: vaya, mi día de suerte!
Lucha, no te rindas, persíguelo. ¿Generación perdida? NO! Estamos preparados, podemos hacerlo.
Este mes hará 4 años que me subí a esos tacones y recogí mi título. Cuatro años en los que he pensado: ¿lo conseguiré algún día?
Después de tres becas, un voluntariado y mucho esfuerzo, puedo decir que tengo un trabajo estable y un sueldo decente. La mejor parte, es que puedo dar empleo a gente joven. Toda esa generación que necesita ser escuchada, que necesita tener una oportunidad y a la que todos necesitamos si queremos que el país salga adelante.
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