Venía una o dos veces al año y aunque voceaba su oficio por la calle siempre era el Felipe, el portero del edificio, el encargado de preguntar al vecindario si había que mullir los colchones viejos.
—Que el Nemesio ha dejado recado para la otra semana y que cobra lo mismo que la otra vez—avisaba de puerta en puerta. Concertaba el día con las mujeres y como periódicamente, el colchón debía abrirse para extraer la lana y devolverle su porosidad, siempre había clientela. Era necesario que el colchonero varease la lana, desapelmazándola y batiéndola para reblandecerla al máximo y que el colchón pudiese ser usado como si fuese nuevo. Y eso, pese a que se le daba la vuelta todos los días, se cambiaba la cara sobre la que se descansaba y se ahuecaba su interior.
Nemesio, puntualmente, con sus escasas herramientas, montaba un improvisado taller en el patio o en la azotea.
A la niña le fascinaba el ritual. Se acurrucaba en el rellano y observaba cómo cubría el suelo con unas mantas cuarteleras y en ellas extendía la lana. Con dos bastones de castaño o de boj, produciendo un zasquido peculiar,la levantaba y golpeaba con el fin de hacer saltar la suciedad extraer el polvo y las impurezas y que quedase bien limpia y blanda.
—¡Vaya lana buena! Mire como se esponja. Y la acariciaba con sus manos ásperas.
—Digo yo que serán todas de oveja .
—Si, pero esta es merina de la mejor. Solo hay que ver la mecha larga y gruesa. Y el color, no hay más que verla pa sentirla
—Pues pa mi que no hay diferencia alguna.
—Que se lo digo yo, hombre, que sé distinguir churras y merinas. Con esta lana se cura uno de males y del reuma y como no se suda no hay gripe que valga.
—Pues si usted lo dice…pero vaya usted dándose aire que mire como me pone usted el patio y me dan luego las tantas recogiendo.
—Pues, fíjese usted que mi padre, que me enseñó el oficio como a él el suyo, hacía colchones de cáscaras de espelta, y de cáñamo que era muy fuerte y metían lavanda que decían era buena pa el sueño.
—Si usted lo dice…
La niña desde el descansillo del primer tramo de escalones, veía motas de polvo de estrellas tintineantes que flotaban y mechas blancas que volaban rápidas hacia el techo para descender sin prisa como copos de nieve envueltas por una nube dorada .
—¡Anda con la niña esta! ¡Sal de ahí, que no ves que estas respirando to el polvo, que te dará el asma ese que tú tienes ! ¡ Echa pa arriba que no quiero líos con tu madre, menuda es tu madre!
—Deje usted a la chiquilla que se ve que le gusta curiosear, que es lista la chiquilla, se ve enseguida. Ahora ya voy a poner la tela. ¡Niña ponte a ese lado y estiras cuando yo te diga!
Nemesio sujetaba con agujas los extremos, mirando que la lana quedase bien repartida por toda la superficie para que no quedasen bultos y empezaba a coser la estructura formando un saco con hilo y aguja bastante gruesos para que con el peso de una persona encima no se rompiera el colchón. Una vez la estructura estaba acabada lo atravesaba con una beta por diferentes puntos para evitar que la lana pudiera moverse o desplazarse por el interior. Entonces con una aguja larga y curva , pasaba las cintas por los ojetes y las ataba tanto por encima como por debajo.
—Mira , niña , ahora a coser las esquinas y los bordes, el ribete este lo vamos a dejar “a la inglesa”, burlete inglés se dice y cuesta más pero queda más fuerte y más bonito.
— Fíjate que para este colchón de cama de matrimonio, hacen falta 18 kilos de lana, 14 para uno de canónigo, y 12 para el de una turca. Y tres o cuatro horas me lleva cada uno .Y luego dicen que es caro.
—Mi abuelo decía que la lana debía trasquilarse en luna llena para evitar el apolillamiento, y limpiarse en la misma fase lunar, con agua tibia y ceniza de cáscaras de almendras, pero yo creo que eso son cuentos. .
—Ande Felipe, ayúdeme con el somier .Si no sujeto bien los muelles, no hemos hecho ná y tendré que cambiar la tela pa que esté to bien avíao.
—Pero, ¿aún está aquí la niña esta? No te he dicho que eches pa arriba hace más de una hora, Anda pa arriba , si ya tendrás la comida en la mesa .
—Y ¿qué le va a usted que la niña esté aquí? Déjela, hombre .Además, yo ya acabo, no se me impaciente usted.
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