Susurros de una voz que no proyectaba

Susurros de una voz que no proyectaba

Pocos conocían su nombre, pero nadie olvidaba aquella mirada, cada vez que el personaje abandonaba el cuerpo del actor ahí estaban esos ojos que sostenían el alma devolviéndolo a  la escena a través del susurro.

Era el último en abandonar las tablas, y aunque la utilería no era su especialidad le gustaba comprobar que el escenario quedase en perfecto orden tras la última representación.

Solía decir que ese escenario tenía vida propia, y no era de extrañar pues antiguamente fue un sanatorio especializado en enfermedades venéreas, aquellas tablas guardaban confesiones de pacientes en sus últimos hálitos de vida.

Llegaba tres horas antes de cada inicio y a pesar de haber repasado cada hoja del libreto, volvía a releer una y otra vez cada escena con perfecta dicción e imitando las voces de los protagonistas, veía cada movimiento en su cabeza pre estrenando en su imaginación con un éxito rotundo.

Disfrutaba de cada aplauso,  del aroma de las flores que lanzaban a las primeras actrices y de los piropos que raras veces se escapaban de labios de jovenzuelos a los galanes. Él no tenía un papel, tenía el alma de todos los personajes bajo su concha.

Apenas faltaba una hora, comprobaba que tenía la luz necesaria para desempeñar  su función y se escapaba a cumplir con su ritual, fumar el último cigarrillo en la puerta del Risol acompañado de un trago  de whisky, método “Staniswhisky”  le llamaba, no hay nada mejor para la interpretación y salía con su risa cascada por la edad y el tabaco.

-No me falles- le decían los meritorios, confío en ti

-No te preocupes ya sé del pie que cojeas- y volvía a reír.

Era una risa nerviosa, risa  previa a la función, no podía evitar las mariposas del destino, aquellas que se hicieron tan fuertes y le impidieron actuar de forma profesional por primera vez. Los jóvenes le llamaban miedo escénico, él decía que era respeto al excelentísimo público al que había que entregarse en cuerpo y alma.  Esas mariposas aparecían cada vez que subía  a las tablas y le hacían tartamudear.

Desde pequeño jugaba a crear sus propias historias, tras las sábanas blancas en el cortijo del señorito, él se disfrazaba de romano, y narraba la pasión de Cristo mejor que cualquier paso que procesionaba por su capital Mariana, pasaba las horas dando vida a su imaginación:

-Manué, la sena está en la mesa

– Mamá un momento, que aún no he bajado el telón

-¿Qué dises Manué?

– Ahora voy mamá.

Y así volvía a la realidad de su vida; al cumplir la mayoría de edad se marchó a la provincia, se unió a una compañía itinerante, quería ser actor, pero Manuel no consiguió pasar su meritoriaje,  y su sueño se quedó en el carromato con el vestuario en uno de sus baúles.

Manuel aprendió un oficio, el de apuntador, donde no tenía que exponer su cuerpo y su voz salía completa a media voz lo personajes retomaban la vida que el actor había perdido con su memoria.

Amaba su trabajo, tanto que había suplido ese sueño inconcluso; Manuel releía cada guión una y otra vez, memorizando comas, puntos y tics nerviosos de los protagonistas. Se anticipaba, sabía la importancia de su mirada y la tranquilidad que esta transmitía.

La función estaba a punto de comenzar, los actores estaban  colocados y el telón a punto de desaparecer, los nervios se encendían al mismo tiempo que los focos de sala iban apagándose y las candilejas cobraban protagonismo.

Empezaba el primer acto el patio de butacas a desbordar, los autores utreranos que aún no alcazaban la mayoría de edad, ocupaban una platea y henchidos de orgullo disfrutaban de la respuesta del venerable y  compañeros de bachillerato que traían el calor sevillano a pesar de estar en una noche de frío invierno.

Esgrima y amor, un juguete cómico que le daba la oportunidad a estos jóvenes autores, con un inmejorable reparto de la Compañía de Ruíz de Arana; Obdulia, Prudencia, Federico, Don Amadeo y Salvador que cobraron vida en los cuerpo de la Srta. París, la Sra. Galé, Ruíz de Arana, el Sr Barta y  el Sr. Barceló.

Estaban en plena escena X Don Amadeo confunde a Federico con el joven que pretende a su hija, el público avecina el enredo que estar por llegar, disfrutando del diálogo y la interpretación de los actores:

DON AMADEO. Sí; se fueron Uds…

Dos segundos antes Manuel había notado el movimiento de Ruiz de Arana, indicaba que algo no iba bien, -¡Antipático! Susurró

FEDERICO. (¿Qué dice este hombre?)

DON AMADEO. Antipáticos, eso dice y bien ¿qué más?

El público no advirtió ni el chascarrillo agradeciendo el trabajo de Manuel ni el olvido de Arana, ovacionando los últimos versos del actor al terminar el juguete cómico

Señores una palmada,

si es que os gusta este juguete,

y si a alguno no le agrada,

y silba, cojo el florete

y  le doy una estocada.

El éxito fue rotundo animando a los autores a seguir dedicando su vida al teatro, pero en el olvido quedó la gran intervención de Manuel, el apuntador que gracias a su amor por esas tablas había encaminado la vida de aquellos dos chavales.

Cuentan que a veces en el olvidado teatro situado en la calle Amor de Dios de Sevilla se oyen  susurros declamando en perfecta dicción obras de  Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, quizás el teatro y  el duende de Sevilla, quisieron eternizar el amor a esta profesión ya perdida.

Hnos. Álvarez QuinteroRepresentación en el teatro Cervantesfachada del teatro en los años 60

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