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Jefazo, altote, desgarbado, pulsa el botón instalado bajo el brazo de su sillón. Los jefes de segunda categoría sienten una pequeña descarga eléctrica en la muñeca donde llevan la pulsera que, inesperadamente, les regaló Jefazo y que tanto le agradecieron hasta que se dieron cuenta de la finalidad del regalito.

Se reúnen en el pequeño despacho que Jefazo ya habría ampliado si no hubiera sido porque se cansa sólo con empezar a pensarlo. El cubículo está lleno de humo. Jefazo fuma sin parar y no ventila nunca. Le cuesta trabajo levantarse del sillón y abrir la ventana.

—Jefazo, hijo, no deberías fumar tanto, no porque a mí me moleste, que ya sabes que nada de lo que tú haces me molesta, sino por tu propio bien; ahora, que si a ti te parece bien, a mí también, ¿eh? —espeta de corrido con su voz cascada la jefecilla Musina, que remata la frase con una risilla apagada.

—Cállate que no estoy para bromas.

Musina y Superatareado empiezan a temblar porque cuando Jefazo se enfada puede llegar a echar humo por las orejas y todo él se pone rojo como el fuego e insulta a todo el mundo con su voz de trueno. Sólo Oloroso, que no se entera debido a su sordera, se queda, como siempre, mirando al infinito y expulsando por la boca la expresión favorita que parece salir de lo más profundo de sus olorosos pies:

—¿Eh?

—Siéntate, majo —le grita Musina al oído.

—¿Eh?

—¡Que te sientes y te calles la boca y dejes de dar la lata! —vocifera Jefazo.

—¿Eh? —se atreve a decir de nuevo Oloroso.

Jefazo despanzurra el cigarrillo aplastándolo contra el cenicero.

—¡Como vuelvas a decir “¿eh?” te destapo las orejas con un sacacorchos! —brama.

Oloroso entiende, por la expresión del rostro del jefe y el despilfarro del cigarrillo a medio fumar, que es mejor permanecer callado, quieto y atento, y adopta el gesto que, después de muchos ensayos ante el espejo, considera que le da un aire de mayor inteligencia: saca morrito y achica los ojos, perfectamente concentrado en unas palabras que no oye.

—¡Bien!, parece que puedo empezar la exposición. Otra cosa será que la entendáis —sonríe cínicamente Jefazo.

—Haremos lo que podamos, jefe. Además tú explicas las cosas tan bien… —dice Musina.

—Yo…, jefe… —balbucea con un medio ataque de nervios Superatareado— tengo tanto trabajo que no sé si tengo que estar aquí o allí o en otro lado.

—¡Tú tienes que estar donde yo diga! —replica Jefazo, los ojos incendiados, con lluvia de saliva en espray.

Jefazo enciende otro cigarrillo. El silencio lo rompe el chasquido del fósforo al prender y la aspiración de Jefazo tragando la enésima bocanada de humo. El fósforo lanzado graciosamente cae a los pies de Musina que lo recoge y guarda cual tesoro.

—A ver si ahora puedo explayarme y concienciaros de la problemática —dice Jefazo devolviendo la bocanada de humo de los pulmones a las caras de sus subordinados.

Superatareado arranca a toser a pesar de los esfuerzos por aguantarse.

—Este trimestre los objetivos se nos escapan. La competencia es feroz —comienza con tono amigable—. Tenemos que superar esta coyuntura.

—¿Eh? Ah, sí, sí, las estructuras —osa intervenir Oloroso.

Jefazo lanza una mirada amenazante, pero continúa como si no hubiera oído nada.

—Las perspectivas no son apriorísticamente nada halagüeñas, pero para eso estáis vosotros. O tendremos que modificar las expectativas de consolidación de vuestro puesto de trabajo hacia un futuro incierto.

—¿Eh? Ah, ¿qué vamos a ir a un concierto? —pregunta Oloroso mirando a diestro y siniestro para corroborar que esta vez, por fin, se ha enterado de algo.

—¡Un concierto, un concierto! ¡¡Tú!! —grita fuera de sí Jefazo—. ¡¡Largo, fuera de aquí, puto enchufado!!

Cuesta explicarle a Oloroso que, aunque la reunión no ha acabado, él ya puede irse. Jefazo enciende un nuevo cigarrillo y aspira el humo tres veces antes de empezar a hablar de nuevo.

—El día menos pensado le traslado a Júpiter.

—¡Qué gracioso eres, jefe! —festeja Musina dando una palmadita.

Superatareado se mira las uñas con mucha atención para descubrir un nuevo pellejillo que llevarse a la boca y así pasar el rato, aunque de vez en cuando se acuerda de algo que tendría que estar haciendo y le entra un temblorcillo en la pierna izquierda y sacude la cabeza para que el mal pensamiento no vaya a molestar a Jefazo, que está sacando de su carpeta un montón de papeles multicolores. Le gusta muchísimo subrayar las notas que él mismo escribe con infinidad de rotuladores de los que tiene colección.

—Las estadísticas muestran de manera fehaciente que nuestra productividad está disminuyendo de manera alarmante —recomienza su discurso entre bocanada y bocanada de humo al tiempo que desparrama por la mesa folios y folios emborronados con todas las figuras geométricas imaginables rodeando números y letras.

Superatareado empieza a reírse por lo bajini sin poder reprimirse, con la cabeza tan agachada que sólo se le ve la calvorota, pero Jefazo se da cuenta.

—¿Qué pasa? ¿Te ha dado un ataque de estupidez?

—Perdón, perdón. Es que Oloroso no da ni golpe y así no se puede, no se puede, no se puede —masculla mientras ríe histéricamente, bamboleando la cabeza redonda y calva.

—¿Y por eso te carcajeas, sandio? ¡Vaya personal me ha tocado en suerte!

—Siempre a tus órdenes —dice Musina poniéndose en pie de un saltito.

—Siempre a tus órdenes, siempre a tus órdenes —se mofa Jefazo imitando la voz de Musina—. ¡Se acabó!  ¡No quiero oír ni vuestra respiración! A ver, hablaré en vuestro lenguaje rastrero para acabar antes.

—Pues has dicho manera dos veces en una sola frase —dice entrecortadamente Superatareado.

—¿Por eso te reías? ¡¡¡Bastaaaaa!!! —grita, aplastando la cajetilla de tabaco—. ¡¡¡Todos fuera!!! ¡¡¡Y quiero resultados!!! ¡¡¡Sin excusas, vagos!!! ¡¡¡Y cerrad la puerta!!!

—Claro, jefe —dice Musina con sumisa reverencia. Antes de cerrar, desde fuera del despacho asoma la cabeza, sonriendo nerviosa—. Perdón, sólo una cosita, ¿esto se cobraba como media dieta o dieta entera?

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FIN

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