Pisaba la puerta principal—ilusionado—el criollo había sido contratado temporalmente, aliviaba así, sus responsabilidades como padre de familia, y el simple hecho de sentirse útil en la sociedad; después de pernoctar en su añorada tierra del rico cebiche—Chimbote—cruzó el charco por una vida nueva. Norteño trotamundo, en sus distintas estancias de trabajo, sentía que el color y el credo, no era impedimento para trabajar; asimiló la cultura del trabajo, años atrás vivió en el país del sol naciente—Japón—motivado producía en silencio, libremente cada día.
Inicialmente era por tres semanas, empezó junto con el equipo de trabajadores de la empresa externa, trasladando estructuras metálicas de un lado a otro, que vinieron hacer mantenimiento y reparación de las estanterías. Luego pasó hacer suplencias, disponibilidad a ciegas—a punta de teléfono—cada día. Entró al curro sin tener enchufes, pero en la lista de suplentes—era el último—cuando al final a nadie se le ubicaba, lo llamaban.
La paciencia—atrevido/entrador—le permitió ir a otras áreas, el de visitar y proponer sus servicios, le dio buen resultado. Muchas veces compaginaba los turnos de noche y el día, incluyendo los festivos y las fiestas de fin de año, que cuando llegaba fin de mes se notaba en la nómina. Había terminado diciembre del 2002, dos meses después de “silencio telefónico”, en marzo sonaba el teléfono para ofrecerle un horario estable pero temporal, en la condición de pendiente de convocatoria.
A pesar de los encontrones inesperados—sin complejos—sudaba la camiseta humildemente, le daba igual caer bien; algunos presumían superioridad ante el foráneo que alucinaba con el entorno laboral. Venía de una sociedad donde los derechos laborales se reivindicaban en las calles con sangre; sorprendido por el descaro político—enchufes a punta pala—cada cierto tiempo caras nuevas en la gerencia y su equipo de trabajo, de paso incrementaba el personal en áreas donde no hacía falta, sacando de la manga alguna función—in extremis—para enchufar al familiar directo o recomendado.
Se enteró que cuando quisiera darle a la sin hueso, tuviera cuidado al emitir algún juicio de valor de cualquier trabajador, corría el riesgo de hablar con la madre, el tío, hermano, mujer o amante; finalmente lo entendió que convivía un ambiente laboral de familias. Admirado por la dependencia al consumo de cigarros y el cortadito; pocas veces se unía a los “grupos humos”, hasta que llegó el vendito móvil y social media, ahora parece ser parte de la vida diaria entre pasillos. Disfrutaba de la música a toda pastilla, cuando llegaba la tarde.
Vinieron los recortes—dinero nuestro—las protestas eran en silencio, sugeridos por algunos miembros del comité—alucinaba el inmovilismo—. La marcha de “Miquel”, hizo que se perdiera el norte del valor sindical; líder transparente, nunca se doblegaba ante los diferentes directivos. Él también sin miedo protestaba—le afloró el indio— a pesar que intentaban silenciarlo, posteriormente participó en las contiendas electorales. En una de las pocas asambleas en el “hall principal”, él, sin pelos en la lengua, propuso que si no fueran capaces de luchar, dieran un paso al costado, y que otros tomen el mando sindical.
Vinieron las malas caras—cruces de miradas—y los días trascurrían con tensión, cuando llegó el medio día negro, menospreciado con una actitud de arrogancia, reaccionó estampando sus manos ante la mirada perdida del iracundo apadrinado. Alterado y dolido, acudió a su compañero de lucha, de inmediato fue acompañado al medico de urgencias que lo derivó a psiquiatra para su valoración; muy exaltado, la profesional de turno, le aconsejo tomar descanso. Sin perder tiempo fue a su médico de cabecera que sin dudarlo le tramitó su baja temporal, dándole tratamiento de ansiolíticos.
Intentaba sobreponerse del altercado pero le llegó la carta certificada, la dirección le notificaba la sanción de 21 días—abuso de guillotina— sin escuchar el manifiesto de ambas partes, le quitaban más de medio sueldo. Irritado, inmediatamente alegó su desacuerdo, resaltando entre comillas, manifestaba que recurriría a los tribunales. Clara indefensión a vista y paciencia de quienes representan al trabajador—al no estar afiliado a su sindicato, no tenía el apoyo—. Tirando millas, buscó asesoría legal y pudo poner dos demandas, demostrando su valentía ante el abuso unilateral, ineptitud que se veía a leguas.
Antes de retornar a trabajar solicitó un cambio de puesto—por temor a represalias—, al no comunicarse con él, dejaron el recado a su mujer— cabreada se lo comentó en casa— inmediatamente envió un correo, cuestionando y aclarando que las vías de comunicación de la empresa se deberían de usar sin discriminar al trabajador. Llegó el día y a la misma hora se presentó a su área de trabajo; rodeado de 4 mujeres, entre cruces de palabras, firmó el cambio— manteniendo la categoría y el nuevo horario—demostrando su gesto de buena voluntad.
A unos cuantos metros del anterior, retomaba su actividad laboral, cambiaba el trabajo físico a escritorio y papeles; al estar en medio del bombardeo sonoro a tres bandas, al mes estaba pensando solicitar el cambio. Meses más tarde se amplió la plantilla creando el equipo de gestión “A”; seguía en desacuerdo, sin titubear le dejó claro «al superior» que las tareas deberían ser de acuerdo a lo que estaba estipulado, según su categoría profesional.
Envió cartas a las autoridades de la ciudad, y por segunda fue sancionado con 11 días, por tema aulas—el rife y rafe—, en pleno pasillo entre miradas ansiosas al cigarrillo. Nuevamente y a pesar que se disculpó del —impulso verbal— cumplió la sanción; presentó su queja al SINDIC, defensora de los ciudadanos, quien preciso que la ley del estado, está sobre el pacto o convenios laborales. simplemente contestaron: «es un tema que le sobrepasa», y trasladaron a los negociadores de la «SISCAT». Con 14 años currando en la empresa, no baja la guardia, nuevamente se presenta a las elecciones sindicales, con—dos ous ben posats—. El «Sudaka», sigue asistiendo a la mesa de los cincuenta, para sacarse el estrés diario. MATARÖ.csdm.
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