La vi vestida de novia. Un vestido blanco ajustado a su cuerpo regordete y un velo translúcido le cubría su rostro.  Aún  así,  se podía mirar su tez blanca,  la  sonrisa  hermosa y  su larga caballera trenzada.  Sin miedo y con tranquilidad pasmosa se metió en un ataúd color caoba. Le llame y se  negó a escuchar.

 

El tic tac del reloj repico con  fuerza señalando la hora matutina. La luz boreal difuminó el  velo onírico   circunscribiéndome  a la  realidad.

 

Mi blanca túnica lucia húmeda y de mis manos perlaba gotas frías.

 

De manera automática me serví un café, queso y tostadas.  No podía borrar  de mi mente aquella imagen.  Alegre y sonriente la vería al llegar.

 

Tercie mi bolso y encaminé  rumbo a la  oficina.  Deambuló mi mente por extraños parajes queriendo indagar,  queriendo conocer su significado.

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 Casa 106.

A pesar del miedo que ronda a  la gente en la oficina, a mí no me toca. Mi jefe es un personaje tranquilo.   Es su temperamento  pacífico como su andar.  Todas las mañanas  al  llegar, se quita el saco, lo coloca en el espaldar de su silla, toma el teléfono y llama a sus grandes amigos, a sus clientes.  Cuando no, visualiza  el periódico,  y en la tarde,   devora literatura e historia. 

 

Al subir las escaleras,  nuevamente el sudor frío.

 

A través de la puerta de cristal  la  veo sentada  con el auricular en el oído. Sonríe y agita entre los dedos su  lápiz labial.  La saludo y me dirijo al escritorio.

 

El día transcurre en relativa calma.  Al atardecer caminamos juntas en el parque.  Hablamos de cosas de mujeres, de hombres,  de amores.  Dentro de mí el infierno aquél.

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Las horas pasan y se pinta en el  firmamento  el crepúsculo nocturnal.

 

 

Me encanta leer,  me  gusta  el misterio,  la  magia, la vida. Amo la literatura, la poesía,  y todas las noches bebo del manantial  infatigable de sus versos.  No obstante,   mi condición de madre,  aparto tiempo para mi gratificación  intelectual.

 

Bebo de la fuente sacra del  misterio, ya que éste responde mis interrogantes a través del camino onírico de la esperanza.  Hay sueños que se escapan entre mis dedos,   y hay otros,   cuya visión se extiende ante mis ojos llevando el hilo misterioso al actor que me visita en sueños. Por ende,  siento miedo.

Ocho lunas pasaron con sus radiantes soles,   y quise hablar, quise contarle aquella dama la  extraña  visión.  

Al compás de una bebida aromatizante, le  dije: 

 

–  Amiga-  estas noches soñé contigo. Era un sueño extraño, tan extraño, que te vi vestida de novia ingresando en un ataúd.  El  silencio se  hizo  extenso.  Le miré su rostro  más blanco del acostumbrado.   Ella, compañera de oficina,  conocía de mis aciertos.

 

 

El mes llega a su fenecimiento.  Estoy sentada observando  a través del amplio ventanal.  La soledad se hace mármol.  Desconozco su razón.

 

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El teléfono suena  varias veces,  tomo el auricular y nadie responde.  El entrecejo se frunce y el corazón siente desolación.

 

La bóveda celeste extiende su manto,  tachonado el firmamento de luceros.

 

Ya en mi lecho recibo una llamada,  mi jefe  dice:   Te contaré lo que le pasó  a Lucero.  Un hálito horadó mi estómago.  Un suspiro hecho eternidad…  Su padre ha sido asesinado. Le han atacado para robarle y  se le fue la vida. Hoy   Lucero,  se debate entre la vida y la muerte. Su padre era su vida.

 

No dije nada.  Una lágrima hecha sangre rodó  por mis mejillas.

FIN. 

 

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