DE la muerte nació la vida

DE la muerte nació la vida

user_42245

25/05/2016

Eran los años 80, años de muchas ideas, revoluciones personales, reivindicaciones sociales, disfrute de la libertad quitada.

La juventud, en aquellos años de aparente libertad, no se estaba dando cuenta de lo que estaba ocurriendo: la drogas y su alarma social eran el pan nuestro de cada día.

Eran los tiempos de las comunidades terapéuticas, en las que  tuve el placer de trabajar con vocación. Del Proyecto Hombre, que tanto bien hizo a tantas familias desde su solidaridad y sus programas libres de drogas. Programa exigente, que hace fluir de nuevo esas personas que, debido a  la droga, se habían convertido en Propofol andante.

Conocí muchos casos en aquellos centros  de trabajo. Todos ellos verdaderos dramas familiares, pues la droga que mandaba era la heroína (o como quieran llamarlo).

Con la reciente aparición del Sida, vi morir a muchas personas en días, semanas, meses sin ningún remedio para este esta enfermedad, que en sus inicios quiso reducirse a grupos de riesgo que generaban rechazo: drogodependientes y homosexuales principalmente.

Con el tiempo y, habiendo sido cobayas, porque nadie sabía nada de esta cruel enfermedad, la sociedad se fue dando cuenta de que el riesgo de padecerla no estaba en unos grupos, sino en la prevención sexual. Fui testigo de personas que se negaban a dar un beso a un familiar lleno de adenopatías, por miedo al contagio. Y lo más importante: la gente prefería callar que hacerse las pruebas, para no seguir propagando este virus. Aún pasa. Tuve constancia de casos de personas casadas que contrajeron la enfermedad por infidelidades,  y no se tomaron las debidas precauciones. Esto sigue sucediendo en pleno siglo XXI

No es una enfermedad más. Si tienes un cáncer, la gente siente compasión. En cambio, si padeces VIH la mirada es otra y está asociada al vicio, la promiscuidad… Queda mucho por hacer, contra la discriminación laboral de estas personas, personas con diversidad funcional.

En Valencia tuve la suerte de codearme por mi trabajo con médicos especialistas en enfermedades infecciosas, algunos de ellos verdaderos amantes de su profesión. Sin saber las vías de contagio,  yo observaba como exploraban paciente sin guantes, ¿qué simpleza verdad? Para el paciente este gesto era un gran abrazo de amor, no temerles y dignificar sus vidas, sin culpabilizarlos ni rechazarlos.

Quería hacer esta introducción para llegar a contar el caso de un chico que conocí, usuario de donde trabajaba, que fue el caso que más me llamó la atención, en muchos sentidos.

Tenía 21 años, procedía de una familia disfuncional de siete hermanos,  de los que tres ya tenían problemas con las drogas (y serios). Su madre había fallecido de  leucemia muy pronto. Este chico con cara de niño, se había pasado toda su pubertad y adolescencia intentando cuidar de su madre que sabía que iba a morir. Así se lo dijeron, siendo  tan joven: “durará cinco años”. El sufría ésto desde un sentimiento de abandono anunciado, y trataba de compensar ayudando a sus hermanos, para que pidieran ayuda para salir del mundo de las drogas.

Sus intentos de ayuda tan pueril eran poco eficaces y vivía con dolor el tema de su madre. Contemplar que sus hermanos se convertían en otra cosa por el uso de drogas duras. Sentía terrores nocturnos, pero era al mismo tiempo despierto, avispado con capacidades que desde la resiliencia que no eran acordes a su edad. Fue médico, enfermero, abogado, cuidador tantas profesiones sin haber estudiado nunca…

El hito fue cuando su madre falleció ese quinto año anunciado.  Evitaba pensar que llegaría y lloraba a diario. Puedo decir  que la noticia de la muerte de su madre  fue un antes y después en toda su vida, y aún lo es. Aunque ahora está recuperado hace más de 15 años, es otra persona y lleva una vida normalizada gracias a su paso por Proyecto Hombre.

Una vez muerta su madre decidió salir de casa. Ya no había motivo para él seguir sufriendo en su casa por los disgustos de sus hermanos,  y el único motivo que le hacía permanecer, que era su madre,  falleció.

Descubrió como aquel que dice su homosexualidad,  por lo que sufría rechazo de la gente que se lo podía notar. Salió de casa empezó a tener relaciones ingenuas con otros homosexuales y conoció a una persona de la cual se enamoró y se pusieron a vivir juntos. El novio frecuentaba el mundo del ambiente gay.

Se había pasado la vida ayudando a los demás desde muy joven y se había olvidado por completo de él mismo. Tuvo varios intentos de autolisis mientras vivía su madre a modo de imitación.

Se confió y comenzó a usar drogas blandas, de aquellos años. Y muy rápido haciendo este camino de tolerancia y dependencia a las drogas se convirtió en el “gigante de sus sueños”, sin darse cuenta, que era “el enano de sus miedos.” Se enganchó finalmente a la heroína. Primero rayas, luego chinos y al final por vía intravenosa. Pasó drogándose más de cinco años alejado de su familia, sentía que les había fallado (él, que nunca quiso las drogas).

Sufrió mucho en el  amor, porque en el fondo seguía siendo un niño abandonado con un sentimiento de abandono tal, que la jeringa era su consuelo. Me contaba que en los últimos tiempos rezaba en una habitación llena de rosarios fluorescentes para que lo ayudara.

El final suyo, que cogió todas las pastillas Teofilinas de su abuela y se las tomó, le hacían lavado de estómago, y volvía a tomar pastillas.  Así hasta tres veces, en la que ya tuvo que ser ingresado en una UCI, por su estado grave que casi acariciaba la muerte, la que buscaba.

Se pudo salvar y recibió la visita de un Salesiano muy vinculado a P. H. en el hospital y le dijo: “Hola, ¿quieres que te ayude?”. El contestó: “Sí, señor”. Y de la muerte nació la vida, ahora tiene 47 años ha estudiado una carrera. Y no ha vuelto a tocar las drogas.

La Vida volvió.

 

 

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