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“Dos gardenias para ti, con ellas quiero decir,

te quiero, te adoro, mi vida…,

ponle toda tu atención porque son tu corazón y el mío…”

Se escucha el canto de “La Sole” entonado a voz en grito.

Es la puta del barrio, casi una niña, pero con la responsabilidad de sacar su familia adelante. La madre, ya mayor, no deja de fumar cigarrillos largos en una pipa más larga aún, consiguiendo con ello un halo de barato ministerio. Maruja, su hermana, niña mona donde las haya, estudiante de la vida y aventajada en magisterio. El papá, hace años se marchó al Orinoco para buscar fortuna, donde parece que la encontró.

“La Sole” trabaja, Maruja estudia y “La Madame” vigila, controla y rige la “oficina” con mano dura para vivir cómodamente al pairo de la sucia labor realizada por las hijas ¡Ya le gustaría ser ella la solicitada! Aunque a veces calme la sed y el hambre de alguno, sabe que su actividad laboral ha terminado dejándola apartada en la oscura cuneta del naufragio universal.

Aparece, con buen trote, el tipo de la Harley con sidecar. Regresa del mercado de abastos cargado de pescado para venderlo en la plazuela. Después irá a la “oficina” para regalar a “La Madame” una merluza mediana a cambio de que le deje magrearse con Maruja, “la niña mona donde las haya”. Se le pone de punta cuando sube la escalera hasta la buhardilla del sexto, babeando y jadeante, con esa sonrisa torticera que se le pone cuando la lujuria invade su mente. Pero “La Madame” no le deja porque esto es un negocio por explotar. Maruja tiene 15 años y no quiere romper su virginidad hasta los 16. Además, necesita que sea un príncipe adinerado y con poder el que abra las entrañas de “la niña mona”. Tiene que promocionarla y para ello, utiliza el marketing barriobajero de la fotografía sugerente, una edad prohibida y la prueba virginal. Ha de vigilar su vejez, su pensión.   

“Dos gardenias para ti,

que tendrán todo el calor de un beso…

de esos besos que te di

y que jamás encontrarás

en el calor de otro querer…”

Se pone en escena Joaquín, sempiterno enamorado de “La Sole”, que cumple su trabajo de comercial mostrando las fotografías de “la niña mona” en diversas posturas y actitudes, con una franquicia de seis meses, que es el tiempo que le queda para cumplir los 16. Es una inversión a medio plazo, con rentabilidad alta para el que consiga llegar primero. Un negocio amamantado por “La Madame” y servido por tres empleados que no tienen salario que los justifique, pues sus nóminas son los sueños, el amor y el conformismo. Joaquín es un excelente trabajador que ha conseguido la captación de 100 optantes mediante el ajuste dinerario de 50 pesetas por cabeza. Después, se celebrará una subasta amañada en la buhardilla y el que más alto puje, romperá las vísceras de “la niña mona”. Pero esto no lo disfrutará Joaquín durante mucho tiempo, porque antes de que transcurran tres meses asesinará a un osado pretendiente de la ternura de “La Sole”, cortándole el cuello, algo que le dejará sin trabajo, pero que le proporcionará un techo, comida y cama.   

“La Sole” baja la escalera desde la buhardilla del sexto piso taconeando firmemente, calentando las mentes con el frufrú de sus medias. En la mañana, la encuentras en los bares del barrio, concertando sus atenciones con los borrachos y regresando al mediodía con la comida necesaria para satisfacer la gula de mamá y Maruja. Por la tarde, regresa a sus quehaceres para colmar la cena y otras necesidades y, al final de cada mes, paga el alquiler de la buhardilla al casero, mientras “el barato ministerio” y “la niña mona” esperan en el descansillo en animada charla insustancial.

“A tu lado vivirán y te hablarán,

como cuando estás conmigo

y hasta creerás que te dirán

te quiero…”

Ha pasado el tiempo, quizá demasiado para algunos y un olor a metálico se introduce en el estómago mientras “El hombre de la cuerda” deja reposar su culo sobre el escalón del portal con cansina dejadez y la radio cuenta cómo Di Stéfano ha marcado su primer gol con el Real Madrid, en una cuña publicitaria del serial “las aventuras de Diego Valor”. Ha pasado el tiempo, quizá demasiado para algunos y la aguadora de la plaza, delgada, rubia y elegante, vocifera con destemplanza: “¡Qué coméis, que no bebéis!” en una retahíla de amargura que acompaña con melodía, al tiempo que el de los muñones en las piernas se acopla a la pared del “Gran Hotel” gritando su desgracia: “¡Nai mía, na flor da vida e sen podelo gañar!”

Ha pasado el tiempo, para algunos, quizá demasiado… 

 

“Pero si un atardecer, las gardenias de mi amor se mueren…”

Ahora, veo a “La Sole” subir la escalera, agotada por soportar el peso de un enorme saco lleno de ropa sucia colocado sobre la cabeza. Uno de los borrachos le consiguió ese trabajo para que tuviese una digna ancianidad. Maruja se reventó al parir un hijo muerto con olor a pescado y mamá duró más de lo previsto, abortando con ello cualquier posibilidad de independencia. Cuando se quiso dar cuenta, ya era vieja.

No queda frufrú que erotice el pensamiento, ni el aroma a “Pachuli” rebajado con el que engatusaba a los borrachos. Sólo resta un olor a vieja, mezclado con el orín de los diez gatos que la acompañan, aunque hay veces, dos por semana, que el aire huele a “Lagarto”.

Ya no se escucha cantar a “La Sole”, sólo se intuye las lágrimas derramadas y algún arranque “por lo bajini” recordando glorias pasadas:

 

“Es por qué han adivinado que mi amor se ha marchitado, porque existe otro querer…”

FIN

PD. Historia basada en hechos reales. La canción “Dos gardenias para ti” es significativa de una época enmarcada en el resurgir de una sociedad destrozada y oscura del Madrid de los años 40.

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