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En una apacible calle de  barrio del centro de  Madrid estaba mi farmacia. Era un barrio encantador, había una tienda de comestibles, dos bares, una peluquería, en la esquina una Corrala donde vivía mucha gente, también una escuela de magisterio y la farmacia. Allí, en la escuela de Magisterio, se votaron las primeras elecciones democráticas.  Qué cola tan grande delante de la farmacia, qué entusiasmo e ilusión.

Se oía a los niños jugar en la calle, les encantaba llamar en las puertas y salir corriendo. Eran matrimonios jóvenes, cuántos bebes pesaba a lo largo del día, en mi pesa-bebés, los niños se hicieron mayores, y con el tiempo lo quite, porque era un estorbo. Allí vi nacer, crecer y también morir… la vida pasa deprisa y hoy estoy jubilada.  El barrio y yo nos hicimos mayores.

Fui muy feliz y me costó mucho dejarlo, entregué cuarenta y un años de mi vida y volvería a repetir en mi barrio con mi gente.

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Recuerdo cuando empezaron los atracos por la droga que se llevó a miles de jóvenes y no puedo olvidar el primer atraco.  Era a primeros de octubre de 1977. Había tenido mucho trabajo, el tiempo cambió y los resfriados estaban a la orden del día. Atiendo el último paciente, ya es la hora de cerrar.

En la rebotica charlan animadamente mi hermano Carlos y su amigo Paco de política, que era lo que se hablaba en esa época, recién estrenada la democracia. Íbamos a ir a cenar.

Me meto en la rebotica, suenan los cascabeles de la puerta, estoy cansada pero salgo a ver quién es. Un chico entra precipitadamente, lleva el cuello subido,  los pelos le tapan la cara. Cuando me quiero dar cuenta, ha atravesado el mostrador, me apunta con una pistola, dice: Deprisa, la droga, no haga ninguna tontería; levanto los brazos, me empuja al interior; mi hermano y su amigo se levantan sorprendidos: ¡Qué pasa!, dicen. No se muevan que la mato, ahí quietecitos, amenaza con la pistola, ellos se sientan, le dicen: Tranquilo, dale lo que pide, por favor.

Está muy nervioso, se mueve   continuamente; abro un cajón, saco la llave, a punta de pistola, me dirijo al fondo donde está el armario de los estupefacientes, con el chico detrás; abro el armario, el chico los coge con la otra mano, se atropella, los mete en el bolso del pantalón y la chaqueta, alguno se le cae al suelo pero no los recoge, se le ve muy nervioso,  sigue apuntándome y dice: No he cogido dinero, solo necesito  droga.  Sin volverse, andando para atrás,  sin dejar de apuntarme va hacia el mostrador y  sale corriendo en dirección a la puerta;   respiro, mi hermano coge el teléfono y llama a la policía;  ha sido todo muy rápido, enseguida se oye el sonido de la sirenas del coche de la policía. La gente se arremolina en la puerta y se oye decir: han atracado en la farmacia.

La policía nos pregunta si nos han hecho daño  y cogen la cinta de la cámara donde habrá quedado todo grabado. Tiene que acompañarnos a  comisaría y poner la denuncia, me dicen.

En la comisaría veo la cinta. Ha quedado todo grabado pero al chico no se le identifica, sale de espaldas, parece muy joven, probablemente la pistola sea de juguete, está  muy nervioso… es todo lo que refleja la cámara.

Ha sido el primer atraco y luego siguieron muchos más…

Por supuesto la cena se suspendió, el amigo Paco se iba de viaje y llevaba bastante dinero. Tardó mucho en volver por la farmacia.

Me apunté al plan de Metadona del Ayuntamiento de Madrid que nos daba permiso para dispensarla en la farmacia y ayudar a estos chicos a salir de la droga. Fue muy gratificante. Algunos murieron, muchos rehicieron su vida y otros continúan intentándolo.

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Recuerdo a Juan,  enfermo terminal de Sida. Era alto, la enfermedad le había consumido, venia todos los días puntual y se tomaba su dosis. Era correcto, callado y su mirada   estaba perdida. Un día vino su madre con una autorización para recogerla, el estaba muy mal. Traía una bolsa donde con cuidado guardaba las siete dosis y siempre me decía: ¿Se curara, verdad? hasta que un día llegó sin su bolsa y con voz entrecortada me dijo?: La droga le mato. Tire los frascos, llore, llore y llore con ella, no  pude hacer más…solo consolar.

Ahora la droga es más sofisticada, se inhala. Los medicamentos  estupefacientes eran muy baratos. La droga mueve mucho dinero, no  se inyecta. En los atracos, que sigue habiendo, quieren dinero

La imagen de ese chico, que me atracó, era casi un niño, no la he podido olvidar.

Ahora me he jubilado, la vida pasa

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Muchas farmacias colgaron el letrero de: NO TENEMOS  DROGA y el Marketing hizo lo demás.

Este apacible rincón  de Madrid donde 41 años de vida pasé…

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FIN

  FARMACIA

  C/ De LA SANTISIMA TRINIDAD, Nº24,

  MADRID 28010

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